En América Latina y el Caribe la vida rural continúa marcada por la pobreza y por la desigualdad frente a las ciudades donde vive la gran mayoría de la población. Esos rezagos tendrán otra oportunidad de mostrarse y atenderse si se abre paso una nueva narrativa sobre la ruralidad en la región, informa Humberto Márquez (IPS) desde Caracas.
«Mucha gente en nuestros campos sencillamente ya no tiene cómo vivir, sin servicios o incentivos comparables con los de la ciudad, produciendo menos y con menor remuneración, bajo la amenaza de más enfermedades y pobreza», dijo a IPS el productor cafetalero venezolano Vicente Pérez.
En México, en cuyos campos vivían a comienzos de esta década 24 millones de sus 127 millones de habitantes según el Banco Mundial, un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) mostró que ocho de cada diez habitantes rurales vivían en la pobreza, y seis en pobreza extrema.
Fue en la capital mexicana, donde expertos de la Cepal y del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (Fida) propusieron este mes de enero «una nueva aproximación» al concepto de ruralidad en la región, que ayude en la acción pública para reducir desigualdades y contribuir al logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
El director del proyecto, Ramón Padilla, dijo a IPS desde Ciudad de México que «es necesario contar con una nueva narrativa sobre lo rural en América Latina, que supere la visión estática y dicotómica tradicional, y que vea lo rural no como espacios atrasados, sino como territorios con un gran potencial de desarrollo y de articulación».
Construir una nueva narrativa «es importante para una mejor visualización, tratamiento y reducción de las desigualdades de ingresos, de infraestructura, de educación, de salud, de género, etcétera», agregó Padilla, jefe de la Unidad de Desarrollo Económico de la Cepal en México.
«Quien en una gran ciudad accede a electricidad, agua potable, comunicaciones y va a su empleo o escuela en un transporte está a gran distancia de la vida en muchas zonas rurales deprimidas», observó por su parte Pérez, director ejecutivo de la Confederación de Productores Agropecuarios de Venezuela (Fedeagro).
La pobreza, rural y obstinada
Hilda, cabeza de familia en Los Rufinos, un caserío de cuarenta familias en medio de un arenoso bosque seco en el noroccidental departamento de Piura, en Perú, contó a enviados de la red Latfem lo que es vivir sin electricidad, agua potable, cocinar con leña y, entre privaciones, lograr que sus nietas asistan a la escuela que ella no tuvo.
En sus casas con piso de tierra, cercas y paredes de troncos y plásticos, las mujeres en Los Rufinos cocinan de madrugada para los hombres del caserío que van a trabajar en las plantas agroexportadoras de frutas en Piura, la capital del departamento.
«Cuando no hay luna, bien noche es la noche. Oscuro, nada se ve. No es como en la ciudad, que es pura luz», comentó Hilda a los enviados de la red regional de comunicación feminista, con su sede central en Argentina.
En Perú, con 33,5 millones de habitantes (80 por ciento urbanos, 20 por ciento rurales), 9,2 millones son pobres, según el instituto gubernamental de estadísticas. La pobreza medida por ingresos alcanza a 24 por ciento de la población urbana y a 41 por ciento de la rural. En pobreza extrema está 2,6 por ciento de la población urbana y 16,6 por ciento de la rural.
Hacia el norte, en una zona rural del departamento de Cundinamarca, en el centro de Colombia, Edilsa Alarcón mostró en el programa televisivo «En los zapatos de», de la cadena Caracol, cómo se faena para ir todos los días a dos pequeños poteros cerca de donde vive para ordeñar cuatro vacas, el sustento de su familia.
Carga a lomos de un borrico 18 litros de leche todas las mañanas, que puede vender por el equivalente de 14 dólares. Son ingresos que apenas le dan para vivir. No posee tierras y su mayor gasto es el arriendo de los pastizales, 860 dólares al año.
En las zonas rurales de Colombia viven 12,2 millones de personas (51,8 por ciento hombres, 48,2 por ciento mujeres), y de ellas 46 por ciento está en la pobreza, según la Cepal.
«Gente de Guate», de difusores guatemaltecos en la plataforma YouTube, llevan alimentos, enseres e incluso dinero en efectivo, a familias que en campos de su país a duras penas sobreviven en viviendas de cuatro paredes de latón y troncos, fogones a leña y algunas gallinas que corretean entre plantas de maíz y plátano (banano para cocinar).
De los 17,2 millones de habitantes de Guatemala, 60 por ciento está en la pobreza y entre 15 y 20 por ciento en pobreza extrema, según cifras de entidades oficiales y universidades. La mitad de la población vive en zonas rurales, y allí la pobreza alcanza a los dos tercios -80 por ciento entre los indígenas-, la pobreza extrema a casi un tercio de la población total.
Datos regionales
En toda América Latina y el Caribe viven unos 676 millones de personas, de los cuales 183 millones son pobres (29 por ciento), y 72 millones están en pobreza extrema (11,4 por ciento), según datos de 2022 y 2023 de la Cepal.
Mientras en las ciudades habitan 553 millones de personas (81,8 por ciento), en zonas rurales viven 123 millones (18,2 por ciento). Y mientras en zonas urbanas la pobreza es de 26,2 por ciento, y la extrema de 9,3 por ciento, en el mundo rural 41 por ciento de sus habitantes son pobres y 19,5 por ciento son pobres extremos.
La desigualdad de género persiste, obstinada. Un dato que la muestra es que solo 30 por ciento de las mujeres rurales (58 millones) accede a alguna forma de poseer tierra, sus empleos a menudo son más precarios y peor remunerados, y en paralelo dedican más tiempo a las tareas de cuidado del hogar y la familia.
Tiempo de migrar del campo
América Latina ha vivido en el siglo veinte y lo que va del veintiuno un éxodo masivo de las zonas rurales a las urbanas: «En 1960 menos de la mitad de la población de la región vivía en las ciudades. Para 2016 esa proporción se elevó sobre 80 por ciento», ha escrito Matías Busso, investigador del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Ese proceso, impulsado por la búsqueda de mejores oportunidades de empleo y condiciones de vida, alimentó primero la expansión de las principales ciudades de la región – hasta conformar megalópolis como São Paulo y Ciudad de México- y más recientemente la migración hacia destinos extranjeros, como América del Norte.
El mayor fenómeno migratorio hacia el extranjero que ha conocido la región, el éxodo de más de siete millones de venezolanos en la última década, se ha nutrido de numerosos habitantes urbanos y suburbanos pero también de muchas áreas rurales.
Pérez dijo que, además, en países como Venezuela se observa ahora la tendencia a irse del campo hacia zonas urbanas «pero no a las grandes ciudades, como Caracas o Maracaibo, sino a pueblos cercanos o ciudades pequeñas, todavía unidos a la parcela de tierra en la que la familia tiene una siembra o algunos animales».
«Se forman nuevas barriadas en pequeñas ciudades junto a zonas agrícolas, como las cafetaleras en los Andes (suroeste) o cerealeras en los Llanos (centro) y las personas trabajan unos días en cualquier oficio urbano y el fin de semana vuelven al campo. Una especie de doble vida», apuntó Pérez.
Se busca nueva narrativa
Realidades nuevas como esa impulsaron la iniciativa Cepal-Fida de «superar la visión tradicional que contrapone las zonas rurales y las urbanas, reconociendo la existencia de distintos grados de ruralidad en los territorios y de una mayor interacción entre ellos», según sus promotores.
«El proyecto busca reemplazar la narrativa dominante -reduccionista y marginadora- de las áreas rurales como estáticas y atrasadas, por otra que reconozca los desafíos y oportunidades de la nueva ruralidad», dijo la economista peruana Rossana Polastri, directora regional del Fida.
La tesis que soporta la iniciativa es que entre lo definido como rural y urbano –el límite en países como México está en considerar urbanas las áreas con más de 2500 habitantes y rurales a las que estén bajo ese umbral- hay variedad, grados y riqueza de posibilidades y oportunidades para abordar temas de equidad y desarrollo.
El mexicano Padilla indicó que un primer elemento del trabajo que se proponen está en colaborar con los organismos públicos encargados del diseño y la implementación de políticas para los espacios rurales, pues «el trabajo técnico, bien fundamentado en conceptos y teorías, tiene que ir de la mano con un diálogo con el sector público».
«Un segundo elemento es el diálogo continuo con las comunidades. El nuevo entendimiento tiene que traducirse en soluciones participativas, en las que cada comunidad y cada territorio crean una nueva visión, un plan renovado de desarrollo sostenible», afirmó el responsable del proyecto para construir una nueva ruralidad latinoamericana.