Tom Wolfe, una leyenda de la literatura y del periodismo ha fallecido a los 87 años de edad. Su deslumbrante carrera lo encumbró al más alto nivel y fue uno de los artífices de la corriente llamada nuevo periodismo junto a Truman Capote o Hunter Thompson.
Nacido en Richmond, Virginia, en 1931, fue ingresado por su agente hace días y murió ayer lunes 14 de mayo, de una infección en el hospital. Estudiante brillante de periodismo en la Universidad de Washington, se graduó en 1952 y comenzó a colaborar en The Washington Post, Enquirer y The New York Herald. Fue entonces cuando descubrió la no ficción, la literatura basada en hechos reales; esos con los que empezó sus primeros ensayos críticos.
Su primera y conocidísima novela, La hoguera de las vanidades, la publicó en 1987; una sátira de costumbres de la sociedad neoyorkina de los ochenta que fue llevada posteriormente al cine. Medalla Nacional de Humanidades y defensor acérrimo de la cultura pop, fue un líder de una religión basada en el LSD.
Wolfe era el escritor en mayúsculas; el hombre que contaba lo que pasaba magistralmente, esa realidad desde la riqueza de la literatura con técnicas narrativas de ficción.
El hombre impecable de blanco, tal y como se presentaba en público, construía los textos escena a escena, con unos grandes diálogos y con todo el rigor y detalle posible. La definición absoluta de sus personajes le hizo confesar en más de una vez que el nuevo periodismo tenía el defecto de hablar en primera persona; yo también lo hago, decía. Entre sus obras se encuentran, El nuevo periodismo, Los años de desmadre, El coqueto aerodinámico rock n roll, La gran caza del tiburón, entre otros.
Entre sus contribuciones a las artes escénicas, se incluyen el cine, películas como El último héroe americano, Elegidos para la gloria o la ya nombrada La Hoguera de las vanidades. Cuentos, poesía y artículos fueron otras de sus aportaciones a la literatura norteamericana. Reportero, ensayista, periodista, escritor, guionista; un reinvidicador de Balzac, como se reconocía cuando era entrevistado; el Balzac de Park Avenue, nada más y nada menos.