Trump puede estar acabado, no así su submundo

« Count me out, enough is enough ! », declaró Lindsey Graham en el debate que confirmó que Joe Biden será el próximo presidente de los Estados Unidos. Graham, senador republicano por Carolina del Sur, ha sido hasta ayer mismo un apoyo sólido de Donald Trump. Quizá esa frase describe bien cómo el asalto al Capitolio ha producido un rebote radical e inesperado entre quienes han seguido a Trump durante años, aunque sólo fuera por oportunismo político.

Si antes de la sesión del Congreso, y hasta que el recinto empezó a ser invadido por los partidarios de Trump, ya había mínimas dudas de que Biden confirmaría su elección, esas incógnitas ya no existían cuando la sesión se reanudó de madrugada. Eso quedó claro en  la frase de Graham (‘Que no cuenten conmigo, basta ya para siempre’). Surge ahí una marca, una frontera, que implica a determinados estamentos conservadores.

Captura-de-pantalla-2021-01-08-a-las-18.11.39 Trump puede estar acabado, no así su submundoEn los Estados Unidos, el establishment tradicional, republicano o demócrata, tiene arraigadas costumbres institucionales que debemos relacionar con los mecanismos de poder. Forman parte constitutiva de esa clase política y económica. La sesión del 6 de enero es habitualmente poco más que una ceremonia tradicional.

Pero algo cambió hace días : ¿cómo podrían ver con buenos ojos las élites elegantes, que Captura-de-pantalla-2021-01-08-a-las-17.22.52 Trump puede estar acabado, no así su submundorepresenta Graham, esa salvaje irrupción en su sancta santorum de miles de desquiciados, encabezados por extremistas, algunos armados, y disfrazados muchos de ellos de modo que parecían surgidos de escenas de la película Apocalypse Now ?

Al instigar la marcha de sus airados partidarios hacia el Capitolio, Trump se dio un tiro en su propio pie. Su imagen de hombre trastornado, un trastorno propio de un tipo borderline deranged, como lo calificó alguien el mismo día 6 de enero en la CNN, quedó reforzada. Para confirmar esa imagen, y quizá como maniobra previa a su destitución por la vía rápida, Nancy Pelosi, demócrata, presidenta del Congreso, hizo público el viernes 8 de enero que había contactado con el Jefe del Estado Mayor del ejército estadounidense, Mark Milley, para discutir cómo evitar que un presidente ‘inestable y desequilibrado’ pudiera tener acceso a los códigos de las armas nucleares.

-La situación ante este presidente desequilibrado no puede ser más peligrosa, ha declarado Pelosi.

Mi colega belga Philippe Paquet, buen conocedor de los Estados Unidos, ha descrito en el diario La Libre Belgique el impacto emocional y la reacción de varios congresistas y senadores republicanos cuando tuvieron que ser protegidos de las turbas que ocuparon el Capitolio:

Este suceso alucinante ha sido el acelerón imprevisto del procedimiento que sirve para certificar la elección presidencial y que había servido de pretexto para ese simulacro de insurrección. Cuando algunos diputados y senadores acababan de cuestionar los resultados de Arizona, fueron obligados a refugiarse en lugar seguro. Al reanudarse la sesión horas después, sus objecciones acabaron. Ya no hubo senador que apoyara a los representantes (diputados) republicanos para poner en cuestión los resultados de Wisconsin.

Kelly Loeffler, senadora saliente por el Estado de Georgia, tras haber perdido su puesto en segunda vuelta ante el demócrata Raphael Warnock, dio un buen ejemplo del giro repentino de muchos republicanos trumpistas casi irredentos hasta el final. Durante la sesión parlamentaria de madrugada, y desde la tribuna, Loeffler dijo:

Los sucesos de hoy me obligan a reconsiderarlo todo. En conciencia, ya no voy a objetar la certificación definitiva del resultado electoral. Aborrezco esa violencia sin ley y el asedio a la sede del Congreso. Son un ataque directo a la institución que mis objeciones trataban de proteger. Son un ataque a la santidad [sic] de nuestros procedimientos democráticos.

ErI23Y4XIAceSaR Trump puede estar acabado, no así su submundoEl asalto al Capitolio y la imagen de « república bananera », denunciada por el expresidente George W. Bush, también republicano, han sido un choque insuperable para una cierta élite. Esa aristocracia social se ha visto en el espejo enfrentada a una horda en la que abundaban, sí, fieles votantes republicanos llegados de zonas rurales; pero a la vez personas que marcharon junto a marginales embaucados por militantes de grupos milenaristas o directamente fascistas. Entre éstos, los Proud Boys, que Trump ha elogiado. También otros con símbolos de grupos nazis del siglo XXI. O simpatizantes del movimiento-secta QAnon -submundo surgido en las redes sociales y en el internet más turbio- que sostienen teorías desquiciadas, como que las élites demócratas promueven « la pedofilia caníbal ».

Todos ellos bajo la sombra lejana de Steve Bannon, ideólogo, exjefe de campaña de Trump, procesado por fraude y estafa, que se dedica a fomentar impunemente en Europa el mismo fuego amenazante de la derecha más extremista.

Parece imposible que la multimillonaria (ya exsenadora) Kelly Loeffler o George W. Bush, que forman parte de la élite económica, de las clases sociales históricamente dirigentes, puedan identificarse con Jake Angeli, el tipo disfrazado de chamán indio que ha sido uno de los ocupantes más significados del asalto al Capitolio.

lideres-asalto-capitolio-kuXC-U130147217556gRB-624x385@El-Correo Trump puede estar acabado, no así su submundoPero la irracionalidad aparente que crea la figura del chamán Angeli no desaparecerá tan rápido como las objecciones parlamentarias a los resultados electorales. Incluso si Trump desaparece de la escena política. Porque Angeli y sus acólitos responden a la conjunción de procesos de marginalización y jaurías surgidas en internet. Nutren sus filas con las clases desplazadas por la sucesión de crisis económicas, con los desastres provocados por las políticas de los mismos dirigentes neoliberales que ahora muestran su asco hacia ellos.

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Caricatura de Matt Wuerker en el periódico Político.

Por su parte, Trump está estos días más bien agazapado por necesidad. Dio el grito decisivo para que esos grupos se lanzaran contra el Congreso ; pero ahora sabe que está siendo abandonado uno a uno por sus –hasta ayer- fieles colaboradores. Los líderes demócratas y muy diversos medios de comunicación, incluso algunos republicanos, lo amenazan con la destitución por vía parlamentaria (impeachment), ya que no parece previsible que el vicepresidente Mike Pence y parte de los republicanos estén dispuestos al hara kiri que representaría destituir a Trump utilizando la enmienda 25, en la que ellos estarían obligados a tomar la iniciativa para apartarlo de la presidencia a pocos días del fin de su mandato. Mike Pence y el líder republicano en el Senado, Mitch McConnell, se bajaron del barco trumpista en el último segundo para no hundirse del todo con él.

No así, otros personajes, como el senador Ted Cruz, que ha mantenido el estandarte con sus últimas objeciones a los resultados electorales. Contra viento y marea. Cruz lo hace por oportunismo más que por espíritu numantino. Piensa rentabilizar su firmeza en el futuro. Tiene en cuenta que el trumpismo recibió decenas de millones de votos.

No parece que ninguno de los que acabo de citar sea el futuro dirigente del neotrumpismo. Lo más probable es que ese magma social y político sobreviva, en medio de una cierta dispersión, hasta que surja algún nuevo líder con el que puedan identificarse los asaltantes del Congreso y quienes asumen sus motivos y su furia. Dos después del asalto al Capitolio, el mismo senador Lindsey Graham, citado al principio de este texto, fue acosado en el aeropuerto cuando regresaba a su casa en Carolina del Sur. De manera espontánea, un grupo de anónimos pasajeros, simpatizantes de Trump, lo rodearon y lanzaron gritos contra Graham llamándole «basura» y «traidor».

Trump ya no importa tanto como lo que representa el asalto al Capitolio entre quienes lo sostuvieron durante su presidencia. La crisis económica y la pandemia podrían darles nuevo vigor. De modo que las cosas no serán fáciles para la nueva administración de Joe Biden. El trumpismo no desaparecerá así como así. Aunque Trump desaparezca políticamente.

Paco Audije
Periodista. Fue colaborador del diario Hoy (Extremadura, España) en 1975/76. Trabajó en el Departamento Extranjero del Banco Hispano Americano (1972-1980). Hasta 1984, colaboró en varias publicaciones de información general. En Televisión Española (1984-2008), siete años como corresponsal en Francia. Cubrió la actualidad en diversos países europeos, así como varios conflictos internacionales (Argelia, Albania, Kosovo, India e Irlanda del Norte, sobre todo). En la Federación Internacional de Periodistas ha sido miembro del Presidium del Congreso de la FIP/IFJ (Moscú, 2007); Secretario General Adjunto (Bruselas, 2008-2010); consejero del Comité Director de la Federación Europea de Periodistas FEP/EFJ (2013-2016); y del Comité Ejecutivo de la FIP/IFJ (2010-2013 y 2016-2022). Doce años corresponsal del diario francófono belga "La Libre Belgique" (2010-2022).

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