A excepción de los territorios del Reino Unido, que vivían bajo aquella rígida moral victoriana que implantó en la sociedad inglesa las normas sociales más conservadoras de su historia, a finales del siglo diecinueve casi toda Europa había superado algunos de los prejuicios sociales y de comportamiento que paralizaban los avances en las relaciones entre los ciudadanos del viejo continente.
La desaparición de algunas de las leyes y costumbres que impedían el ejercicio igualitario de los derechos supuso en aquella Europa un relajamiento de las costumbres y la instauración de los pilares de una nueva forma de relacionarse entre sí las clases sociales y los individuos.
Por el contrario, era en la alta burguesía de la América de aquellos años donde se había instalado una moral rígida que imponía la exclusión social y el respeto a las tradiciones y donde escandalizaban algunos comportamientos importados del viejo continente.
Una América victoriana
En este contexto se desarrolla en la ciudad de Nueva York la novela de Edith Wharton «La edad de la inocencia», un clásico de la literatura romántica que acaba de reeditar la editorial Cátedra precedida de un estudio introductorio de Teresa Gómez Reus, quien contextualiza el desarrollo de la novela y la obra de Wharton y profundiza en cada uno de los elementos que la conforman.
La sociedad en la que viven los personajes de «La edad de la inocencia» es un mundo conformista y mediocre del que la autora denuncia el obligado cumplimiento de unas reglas que encorsetan las relaciones sociales e impiden el desarrollo normal de los sentimientos, abocando a los protagonistas a un continuo conflicto entre estos y las apariencias sociales.
«La edad de la inocencia» es fundamentalmente una historia de amor y de infidelidad protagonizada por dos personajes que representan esos dos mundos diferentes de los últimos años del siglo diecinueve en las sociedades europea y americana.
Mientras la primera iniciaba una nueva época presidida por el liberalismo y el vanguardismo en las costumbres, la neoyorkina de aquellos años se manifestaba hipócrita, conservadora y retrógrada, y sus componentes, en palabras de Edith Wharton, «temían al escándalo más que a la peste, anteponían la decencia al valor y consideraban que nada era de peor educación que las ‘escenas’, salvo el comportamiento de quienes las provocaban».
Newland Archer y Ellen Olenska representan a esos dos mundos en conflicto. Él perteneciente a la alta burguesía de Nueva York, prometido con la bella hija de una de las familias más influyentes de aquella sociedad y con un brillante futuro profesional por delante. Ella, de vuelta a su país de origen tras divorciarse de un conde polaco que conspira para traerla de nuevo a su mundo parisino, muestra su personalidad a través de comportamientos que escandalizan a esa sociedad americana de la que un día formó parte y a la que regresa después de su fallido matrimonio.
La relación que inician ambos protagonistas hace que Archer vea con otra perspectiva el mundo en el que hasta entonces se ha desarrollado su vida y cuestione los prejuicios de su clase social en relación con las costumbres europeas.
Edith Wharton (1862-1937), nacida Edith Newbold Jones, escribió «La edad de la inocencia» en París durante los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, durante la que trabajó incansablemente a favor de la causa de los aliados, y esta circunstancia condicionó el devenir de la historia que se cuenta, sobre todo en relación con la crítica a la renuncia a los propios deseos y a las ambiciones personales una vez que la conciencia de la muerte se manifestaba en toda su tragedia.
Wharton conocía muy bien la sociedad americana a la que retrata en esta novela porque ella misma perteneció a la aristocracia mercantil de ese mundo y sufrió las rígidas normas de moralidad por las que se conducía, como dejó escrito en su ensayo autobiográfico «El Nueva York de una niña» y en sus memorias, que tituló «Una mirada atrás».
Y desde siempre criticó el papel que la sociedad americana de aquellos años había reservado a la mujer de las altas clases sociales. También conoció Europa muy pronto y el regreso a Nueva York supuso para ella casi un trauma.
Después de su matrimonio Edith Wharton se refugió en la lectura (hasta entonces su madre no le había permitido leer novelas) y gracias a su situación social y a la biblioteca de su padre tuvo acceso a libros que en aquellos momentos sufrían censuras y prohibiciones.
Como continuidad a esa afición lectora, la escritura fue el camino de salvación que emprendió con ahínco después de fracasar también su matrimonio con Edward Robbins Wharton y su amor no correspondido con el abogado Walter Berry.
Edith Wharton volvió a París («donde nadie podía vivir sin literatura»), ciudad en la que vivió nueve intensos años de su madurez, buscando aquel mundo libre de ataduras que le era negado en su Nueva York natal y tratando de superar el fracaso de su matrimonio.
Además conoció allí a un nuevo amante, el periodista Morton Fullerton, quien le presentó a Henry James, el escritor a quien le unió una gran amistad.
Todos estos elementos biográficos están también implícitamente en las páginas de esta novela. Publicada por primera vez en 1920, hace cien años, «La edad de la inocencia» fue galardonada al año siguiente con el Premio Pulitzer y se lee hoy con el mismo interés de entonces.