Cuando el canadiense Deni Béchard descubrió que los simios bonobos compartían casi 99 por ciento de su código genético con los seres humanos y fundaban sus relaciones en la cooperación, supo que tenía que escribir sobre ellos, informa Anna Shen (IPS) desde Nueva York.
Béchard quedó fascinado al comprobar que esta especie de grandes primates era la única en la que sus miembros no se mataban entre sí. Entonces quiso entender cómo podía aprovecharlos una organización no gubernamental innovadora como símbolo de cuestiones de conservación más amplias y descubrió que salvarlos de la extinción era de una importancia extraordinaria.
En el libro que acaba de publicar, «Empty Hands, Open Arms: The Race to Save Bonobos in the Congo and Make Conservation Go Viral» (Manos vacías, brazos abiertos: La carrera por salvar a los bonobos en la República Democrática del Congo y hacer que la conservación se vuelva viral, Milkweed Editions, 2013), describe a un variado conjunto de conservacionistas congoleños que sobrevivieron a la guerra, pero perdieron todo lo que les importaba.
A pesar de todo y con pocos recursos, continúan comprometidos con la salvación de esta especie.
Béchard documenta los heroicos esfuerzos de la Iniciativa para la Conservación del Bonobo, una organización no gubernamental que trabaja con comunidades congoleñas para mitigar la pobreza y el desempleo que conducen a la caza de estos animales.
Uno de sus objetivos es mostrar en qué forma las decisiones de nuestros gobernantes y los apetitos consumistas han afectado a ese país. Y lo hace, pero también relata historias muy humanas y vívidas sobre la cultura y la historia de la RDC.
IPS dialogó con Deni Béchard antes de que iniciara la gira de presentación de su libro.
IPS: ¿Cómo fue que aprender sobre los bonobos cambió su visión de la humanidad?
DENI BÉCHARD: Como seres humanos nos cuesta ver las fronteras de nuestra cultura o concebir las maneras en que podemos cambiar radicalmente.
Conocer a los bonobos, especialmente al famoso Kanzi en el Santuario para el Aprendizaje de Primates de Iowa, que pueden entender inglés y comunicarse con las personas mediante lexigramas, me hizo entender con qué dinamismo los grandes simios pueden cambiar con sus ambientes y sus culturas.
Kanzi ilustra el poder de la cultura para modificar muchas características que asociamos a una especie.
En un aspecto más dramático, la estructura matriarcal y no violenta de la sociedad de los bonobos y las circunstancias evolutivas que pueden haberla creado me llevaron a considerar hasta qué grado los humanos somos producto de nuestro ambiente.
La abundancia de recursos y la relativa falta de competencia resultante pueden haber permitido que los bonobos desarrollaran sociedades más estables y pacíficas en las que todos los jóvenes son valorados.
Las sociedades humanas tienen tal riqueza de recursos que no debería haber ningún niño con más privilegios que otro. Me he preguntado con qué velocidad cambiaría nuestra cultura si nuestra prioridad fuera usar nuestros recursos en beneficio de los jóvenes, para su educación, su salud y su bienestar ambiental.
Después de que varias generaciones invirtieran su riqueza nacional en los jóvenes, ¿cómo nos veríamos como raza? Pienso que luciríamos de un modo drásticamente distinto.
Para nosotros es esencial recordar cuánto control tenemos realmente sobre nuestro ambiente y cultura, las formas en que podemos usarlos para cambiar nuestra raza para mejor y la velocidad en que veríamos los resultados.
IPS: ¿Cuáles son las similitudes y diferencias entre los bonobos y los seres humanos?
DB: Los bonobos comparten muchas características con los humanos: empatía, imaginación, lealtad, pena, esperanza y amor. Lo único que nos diferencia, hasta donde sé, es que su experiencia vital parece ser mucho más rotunda.
Los seres humanos tendemos a enterrar nuestras experiencias en el significado. Nos contamos historias a nosotros mismos, idealizando y dramatizando, o intentando desesperadamente dar mayor significación a nuestros amores y luchas: son las narrativas de nuestras vidas.
Aprender sobre los bonobos hizo que me despojara de muchas de esas cosas, recordándome hasta qué punto somos grandes simios en un largo linaje evolutivo y que, a menudo, cuando sobrecargamos nuestras vidas con significado, perdemos contacto con los simples impulsos animales que nos guían y que no son menos reales o hermosos por ser animales.
En todo caso, como sugiere el primatólogo Frans de Waal, lo que vemos como nuestros valores éticos más elevados está codificado en nuestra biología.
IPS: ¿Qué políticas podrían hacer que la conservación se volviera «viral»?
DB: Lo que hace que un sistema de conservación se replique a sí mismo o se vuelva «viral» es adaptarlo lo más estrechamente posible a la cultura y a las condiciones del lugar.
El personal de la Iniciativa para la Conservación del Bonobo, sobre la que escribí, se reúne con varios grupos sociales en una futura área protegida. Así tienen una idea de cómo valoran los dirigentes locales los bosques y la naturaleza, cuáles pueden ser los proyectos de conservación y qué hacen los distintos integrantes de las comunidades.
Cuando llega el momento de establecer el proyecto, el personal de la Iniciativa apoya a un líder del área que se convertirá en reserva, alguien que entienda los valores de la gente que vive allí, y enmarca la conservación en las tradiciones espirituales de las comunidades.
El resultado final es que la gente adquiere un profundo sentido de propiedad sobre los proyectos. Sus éxitos se celebran, y los conservacionistas que vienen de afuera se supeditan a su conocimiento. La población local se compromete tanto con la conservación que las comunidades vecinas ven los beneficios y empiezan a estudiar la biodiversidad amenazada en sus propias regiones y a crear sus propias zonas protegidas con un apoyo externo relativamente pequeño.
IPS: ¿Es optimista sobre el futuro de la conservación en África?
DB: Veo casos para el optimismo y para el pesimismo. Conozco cada vez a más gente en distintas partes del mundo a la que le importa su ambiente y la preservación de su riqueza natural. Si podemos pasar a un modelo de conservación que sea más íntimo e integrador, viendo a la gente como la solución y no como el problema, entonces tenemos potencial para hacer mucho bien.
De momento, la arrogancia de quienes poseen la riqueza planetaria es uno de los principales escollos. Occidente tiene poco respeto por el conocimiento, la visión y la pasión de las poblaciones pobres en los países en desarrollo.
El sentido que tenemos de nuestros derechos y, sobre todo, de nuestro excepcionalismo, nos lleva a conductas racistas y a actuar sin haber aprendido cuál es la acción más efectiva. Pero esto está cambiando gradualmente y estamos aprendiendo a escuchar más que antes.