El gas ruso como galimatías de la geopolítica europea

Termina una de las contradicciones mayores de la última guerra en Europa: el Sistema de Transmisión de Gas natural de Ucrania (GTSOU, Gas Transmission System Operator of Ukraine, según sus siglas en inglés) ha cerrado el grifo del gas ruso que llegaba a la Unión Europea vía Ucrania, después de que expirara el contrato firmado en 2019 por la empresa ucraniana Naftogaz y el conglomerado ruso Gazprom.

«Un acontecimiento histórico. Rusia pierde mercados y verá ahora cómo sufren sus finanzas», ha declarado Guerman Galuchenko, ministro ucraniano de la Energía. En realidad, Ucrania también cobraba por ese tránsito del gas ruso, aunque fuera una cantidad menor que el total recibido por Gazprom.

No sabemos cómo evolucionará la situación a partir de hoy, pero la paradoja no ha sido hasta ahora menor: algunos países europeos que participan del esfuerzo bélico a favor de Ucrania ayudan también a los rusos comprándoles el gas. En medio, un larguísimo conflicto bélico que ha provocado centenares de miles de muertos y heridos, la mayoría seguramente civiles, y un nivel de destrucción desconocido en el continente europeo desde las últimas guerras balcánicas.

La guerra de Ucrania se aproxima a su tercer año o, según otro punto de vista, dura ya más de una década si partimos de los primeros enfrentamientos que tuvieron lugar en Donestk y Crimea en 2014.

Rusia ha mantenido el contrato Naftogaz-Gazprom, mientras periódicamente sus fuerzas militares se han dedicado a atacar y destruir las infraestructuras energéticas ucranianas. Entre los civiles atrapados en la guerra, la paz, por ahora, no se entrevé; pero les queda claro el panorama diario de los bombardeos y el duro invierno.

Todo ello ante una Unión Europea participante adjunto de todo este dañino embrollo geopolítico, en el que no han faltado desde Bruselas los gestos contradictorios o directamente absurdos.

La UE ha venido desarrollando vías de aprovisionamiento alternativo, o flexible, según se dice en la capital comunitaria. De modo que «el impacto del corte del tránsito del gas procedente de Ucrania será limitado y no afectará mucho a la seguridad de aprovisionamiento de la Unión», según los portavoces de la Comisión Europea.

Esas llamadas vías alternativas consisten (sobre todo) en la importación de cantidades ingentes de GNL (gas natural licuado) y en el impulso dado a la producción energética diversa calificada de renovable.

Apenas algunos socios menores de la Unión y otros países pequeños (como Moldavia) se verán afectados. El trumpista y prorruso primer ministro de Eslovaquia, Robert Fico, ha calificado el cierre del grifo del gas –por parte de Kiev– como una decisión «errónea e irracional».

Para Fico y para el primer ministro húngaro Viktor Orbán (de algún modo, mentor político de Fico), suprimir la importación de gas a través de los gasoductos daña más a la UE que a Rusia. Fico fue más lejos y ha amenazado con cortar los intercambios eléctricos de su pequeño país con Ucrania, tras visitar la semana pasada a Vladimir Putin, en contra de la opinión de la mayoría de los demás socios europeos.

El nivel de las exportaciones de gas ruso a través del territorio ucraniano se elevaba a una media de cuarenta millones diarios de metros cúbicos, según cifras oficiales.

En todo caso, la dependencia del gas ruso ha sido siempre mayor para los países del este de la UE que para los europeos occidentales. Sin embargo, hay que recordar que Budapest recibe la mayor parte de sus importaciones de gas ruso a través del gasoducto TurkStream, que pasa bajo el mar Negro; de manera que Hungría no está en la misma situación que su vecina Eslovaquia.

Pero no olvidemos que hace dos años se produjeron los sabotajes que inutilizaron las tuberías del Nord Stream, en el mar Báltico. Así que los centenares de buques metaneros que hay en el mundo (que transportan GNL) recorren más que nunca los mares para suministrar el gas procedente de países como Argelia o Qatar… Pero también (todavía) el mismo gas ruso que ya no podrá circular por el territorio de Ucrania. Paradójico, desde luego.

Moscú castiga en estos momentos a la pequeña y pobre Moldavia (exrepública soviética) dejando de venderle sus productos gasísticos, supuestamente, por no pagar sus facturas. En realidad, sucede más por haber elegido los moldavos a Maia Sandu, una presidenta europeista. Y surge ahí otro problema singular, complejo, con Transnistria, provincia separatista moldava, que tiene una población prorrusa.

Por motivos distintos, Austria también ha dejado de recibir gas ruso.

En este laberinto geopolítico, el gas es a la vez un método de intercambio y un arma de guerra.

Antes de que empezara la guerra de Ucrania, Gazprom suministraba (vía gasoductos) el 40 por ciento del gas consumido en la Unión Europea. Varios  gasoductos están construidos partiendo del territorio ruso y atraviesan países del este de Europa distintos a Ucrania, como Polonia y Bielorrusia. Además del ya mencionado Turk Stream que pasa bajo el mar Negro. 

El presidente ucraniano Volodimir Zelensky ha declarado que su orden de cierre del grifo del gas es «una de las mayores derrotas de Rusia». En ese mismo sentido, el ministro de Asuntos Exteriores polaco, Radek Sikorski, ha hablado de «victoria» contra Moscú.

En todo caso, es una victoria extraña, porque el gas ruso sigue sin estar afectado por las mismas sanciones europeas que pretenden suprimir los intercambios comerciales de petróleo procedentes de la Federación Rusa.

Desde luego, en este punto también está claro que la guerra –como los principios europeos– son en sí mismos una paradoja, un galimatías geopolítico nada fácil de entender y asumir de manera racional. Quizá hablar de victoria y/o derrota sólo esté al alcance de algunos políticos, especialmente si son del este del continente europeo.

Puede que derrotar a Putin sea necesario para todos, incluida la ciudadanía rusa; pero mientras sigan muriendo miles de personas en los frentes y en las ciudades de Ucrania, no hay victoria alguna de la que podamos alegrarnos todos.

En nuestro continente, quienes siguen triunfando son el frío, la muerte y la destrucción. Sin la paz en Ucrania, en Europa lo único que vemos cerca no es ninguna victoria para nadie. Aquí, lo único que es evidente es el nuevo invierno.

Paco Audije
Periodista. Fue colaborador del diario Hoy (Extremadura, España) en 1975/76. Trabajó en el Departamento Extranjero del Banco Hispano Americano (1972-1980). Hasta 1984, colaboró en varias publicaciones de información general. En Televisión Española (1984-2008), siete años como corresponsal en Francia. Cubrió la actualidad en diversos países europeos, así como varios conflictos internacionales (Argelia, Albania, Kosovo, India e Irlanda del Norte, sobre todo). En la Federación Internacional de Periodistas ha sido miembro del Presidium del Congreso de la FIP/IFJ (Moscú, 2007); Secretario General Adjunto (Bruselas, 2008-2010); consejero del Comité Director de la Federación Europea de Periodistas FEP/EFJ (2013-2016); y del Comité Ejecutivo de la FIP/IFJ (2010-2013 y 2016-2022). Doce años corresponsal del diario francófono belga "La Libre Belgique" (2010-2022).

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