A lingua galega como propia dos mundos verdadeiros (y 2)

Galleira é Galicia na xerga gremial dos afiadores, o irónico e mundial barallete”, recuerda Luis Menéndez (periodista de la Televisión de Galicia) en su obra reciente Galleira Passport/Crónicas viaxeiras do século XXI. Un relato en el que se demuestra el carácter universal de una lengua estigmatizada –durante siglos- como lengua de pobres, emigrantes, serenos del Madrid castizo, marineros y vagabundos extraviados.

Galleira-Passport A lingua galega como propia dos mundos verdadeiros (y 2)Y al intentar ilustrarme para afrontar (y gozar) su lectura, me entero de que esta jerga («barallete«) derivada del gallego, “xerga ou xiria”, dicen, utilizada por los afiladores de Nogueira de Ramuín (Ourense), sirvió también a otros emprendedores y ambulantes del pasado, músicos, gentes honradas, y quiero pensar que recitadores y poetas. Ante los “cosmopaletos”, dice Manuel Rivas en el prólogo, “a xente galega emigrou por necesidade, pero tamén transformou, en xeral, esa ‘expulsión’ nunha reinvención”. Los patanes, pues, no fueron los emigrantes, sino quienes los forzaron a emigrar. No sabían que la emigración es un árbol que siempre da frutos inesperados. Hablamos de “un país que entra nun corazón sen molestar” (Rivas dixit); aunque exporte raíces y un idioma modesto que resulta hermanado con las hablas de otros lugares, de otros países, donde las modalidades del barallete demuestran también que hubo otra globalización anterior en galaico-portugués. Sucedió antes del descubrimiento de América.

El libro invita a arrojar los prejuicios actuales sobre la globalización banal que sufrimos. En un cierto sustrato, emergen los restos –las pruebas- de la globalización quizá más verdadera y primigenia: la de los portugueses en los siglos XV y XVI. Luis Menéndez hizo viajes para reportajear sobre esas bases. De esas experiencias, que disfrutaron los telespectadores gallegos, surge un texto divertido, fácil y complejo a la vez, que brota “do alambique dos recordos e das notas de viaxe”. Un libro organizado en tres partes: las travesías lusas, las travesías celtas y, tercero, las orientales.

Las TRAVESÍAS LUSAS son parte fundamental del recorrido por esos mundos auténticos donde –como es natural- Portugal y Brasil se imponen como hermanos mayores del idioma común y diverso. El capítulo portugués empieza con una pregunta clave para el viajero: “Qué país sou eu?” Un lugar que no es el mismo, pero donde tampoco se percibe nada que nos resulte extraño. En mi lectura fascinada no me daba cuenta inmediata de las transiciones, de los cambios ortográficos, del gallego al portugués. Me apercibía siempre al llegar a un segundo o tercer párrafo, ¡donde aparecían, y yo veía de repente, las cedillas, los plurales y las tildes portuguesas! Me sentía en casa al ver que se recreaba “á monotonía das oliveiras e azinheiras  da Estremadura”.

El apartado brasileño se reconoce deudor de El río de la desolación. Un viaje por el Amazonas, del admirado viajero Javier Reverte. Una “xeografía en auga e verde” lo abarca todo  para mezclar «tenrura portuguesa, maxia indíxena, vitalidade africana«. Y Luis Menéndez recrea episodios históricos que alcanzan una cierta memoria china (“1421, o ano que os chineses descubriron o mundo”). Nunca, pues, hubo descubrimiento verdaderamente inicial; siempre hubo otro que lo precedió en la fascinación y en el olvido de las hablas primitivas (en el buen sentido). En Brasil, el portugués nos las hizo desaparecer del todo, pero desencajó la mayor parte de los 170 idiomas amazónicos que se citan. La queja indígena: “Nós, debido ao proceso de colonización, xa non falamos as nosas propias linguas, que eran prohibidas naquel tempo. Porén, nós falamos portugués, o noso portugués…”. Como los idiomas, los bosques caen en Brasil. Y como el abuelo de José Saramago, que se despidió de sus árboles antes de morir, alguien le dice a Luis Menéndez. “Cremos nos árbores, cada árbore ten unha nai, un espírtu que a protexe”. Pero la conclusión del capítulo es dura y directa, en palabras de un jesuita italiano: “O indio amazónico pasou de ser doutor da selva a converterse nun proletario de nada, un ninguén”.

Estas travesías lusas son también, sin equívocos, evocadoramente africanas. Se inician en una aldea del norte de Mozambique, donde el autor ve a las mujeres trabajando en casi todo, mientras que “o trabalho dos homens é fazer filhos”. Luis Menéndez los encontró –en su mayoría- durmiendo a la sombra de las acacias. Abren un ojo y ven en el horizonte marino algunas falukas con velas árabes. Un lugar que es del islam de las cofradías, tolerante y flexible, anterior a nuestra época de los guerreros wahabitas.

En Santo Tomé y Príncipe, la descripción de las lavanderas en el río podría corresponder a la España rural de hace medio siglo. Lo describe la poetisa local Alda Graça do Espirito: “Lá, na Agua  Grande, / a camino da roça/ negritas batem que batem/ com a roupa na pedra/ batem e cantam  modinhas da terra/ cantam e rim em risos de mofa/ histórias contadas, arrastradas pelo vento”. Por aquellos lugares Menéndez, visitó una fábrica de chocolate de calidad que terminará (bien envuelto) vendido en las capitales europeas. Una fábrica del gusto entre decorados “coloniales” que esconden injusticias y abusos: “… entre os fermosos cánticos dos páxaros selváticos aínda se intúen os lategazos…”. Porque esas hablas derivadas del latín, que surgieron en Galicia y Portugal, son lengua de emigrantes. Mucho más que eso: idioma de esclavos.

En Guinea-Bissau, nos cuenta el viajero, hay un mosaico de pueblos. Alguien le habló “en unha mestura de francés e portugués, escapandoselle ás veces vocablos do ‘tanda’, o dialecto daquelas terras”.

En Angola, se encontró con la maldición del diamante, “esta pedra preciosa, ese cobizado mineral en mans de poucos”. Allí, el autor se describe, por oficio, ante el erudito angoleño: “Eu entendo que para os investigadores monográficos, os xornalistas somos unha especie de seres precipitados, superficiais e entremetidos”.

En Cabo Verde, los testimonios y restos de un naufragio, le sirven para regresar al rastro trágico de las olas de la emigración, de las emigraciones, que partían de los puertos de Galicia. Y la leyenda (verdadera o adobada de mitos y deseos) de Eugénio Tavares, superviviente, poeta, “a lenda do neno branco rescatado das augas”. Ese hijo del naufragio, es el personaje clave que relaciona todos los componentes de este mundo propio: “Tavares é de todos nos. De Cabo Verde e de Galicia, do mar e da terra, do vento e do sol, do universo. O FILLO DO MAR”.

En Timor Oriental (Timor-Leste), el rastro de la lucha por la independencia, el encuentro con sus líderes históricos, con el que fuera presidente José Ramos Horta, antes de que éste fuera víctima de un atentado que casi le costó la vida. Con el exobispo de Dili, Carlos Filipe Ximenes Belo, y con el otro líder histórico de la independencia, Xanana Gusmão,  “a conversa máis interesante”.

De manera casi inconsciente, el texto lleva a cabo la travesía del gallego al portugués y -sin tardanza- a los dialectos lusoafricanos, donde el verso “não há nada nesta vida maior que o amor” se convierte en “ca tem nada es vida/ mas grande que amor” (en cretcheu, criollo caboverdiano).

Las segundas TRAVESÍAS, las CELTAS, alcanzan coincidencias de otro tipo, no del idioma. En Escocia, la isla de Man, Cornualles, Gales, Bretaña o Irlanda, son los propios paisajes, las cruces semejantes a los cruceiros gallegos, el mar, los puertos, la música de la bagpipe o de la cornemuse, la descarga del pescado: ahí está la pasta que conforma la nostalgia del viajero, que visitó la tumba del poeta William Butler Yeats en Drumcliff (condado de Sligo, Irlanda):  “Cast a cold eye/ on life/ on death./ Horseman, pass by”.

Se cita al escritor, poeta, traductor y músico gallego Plácido Castro, que llegó a Irlanda en 1928 y se dice que “foi home de mundo entregado a súa terra  desde outras latitudes”. El autor admira a alguien que recita en gaélico. Recuerda el centenario conflicto unionistas/republicanos (o protestantes/católicos). Y también otros desastres humanos como “a Great Famine na que pereceron un millón de irlandeses en dous anos pola praga a pataca e outros tiveron que emigrar facendo a Patria desde lonxe”. De nuevo, en otra geografía, historias de emigración y pobreza. Luis Menéndez admira los libros históricos, sagrados, que conforman la idea de Irlanda: Book of Kells, Book of Armagh y también (en gaélico) Leabhar Gabbála Eireann, para recordar que en este último se cita a Ith, hijo de Breogán, lo que dio pie a la teoría “de que foron galegos  do golfo ártabro os que, depois de varias vicisitudes, conquistaron Irlanda.” Ironía erudita. Es un poco la leyenda del obispo Maeloc al revés. Irlanda, país muy alegre en otros aspectos, “país por tantas cousas irmán de Galicia”, nos recuerdan.

Hay también unas pocas TRAVESÍAS ORIENTALES, un recorrido por los países bálticos y países de la Europa central y oriental, por la Galicja polaca y la Galitzia germánica, que nos asaltan por una semejanza fonética que no impide al autor decir con contundencia: “Pero nada máis. Unha casualidade. Non hai vínculo ningún, nin documentado nin ruguroso, que poida emparentar ambas terras”.

Como escribí en la primera parte de este texto, la primera globalización, la del idioma galaico-portugués, seguramente continúa. Espero que sea así, como los rastros globalizantes de lo árabe, lo turco, los anteriores en griego y latín. Siempre hay ámbitos inesperados para esas redes que vinculan a la humanidad. En algún lugar de estas páginas se rememora a alguien que le cantó al autor ¡La Internacional en latín! Por el contrario, a mí me viene a la memoria un día lejano (aunque no tanto) en el que vi con tristeza descolgar el cartel de una joyería en Panjim (Goa, India). El rótulo viejo, de madera bien pintada, decía Joalharía; el nuevo, de plástico duro, Jewelry.

Por ahora, sí, la globalización en inglés lleva alguna ventaja; pero no desesperemos, ni olvidemos lo esencial. Las energías contradictorias que nos sostienen tienen siempre más de un sentido. Nos ayudan a no desesperar y se explican al principio de estas crónicas viajeras con otra cita de Castelao: “Hai unha forza que nos empurra ó mundo e outra que nos xungue á terra nativa”.

Paco Audije
Periodista. Fue colaborador del diario Hoy (Extremadura, España) en 1975/76. Trabajó en el Departamento Extranjero del Banco Hispano Americano (1972-1980). Hasta 1984, colaboró en varias publicaciones de información general. En Televisión Española (1984-2008), siete años como corresponsal en Francia. Cubrió la actualidad en diversos países europeos, así como varios conflictos internacionales (Argelia, Albania, Kosovo, India e Irlanda del Norte, sobre todo). En la Federación Internacional de Periodistas ha sido miembro del Presidium del Congreso de la FIP/IFJ (Moscú, 2007); Secretario General Adjunto (Bruselas, 2008-2010); consejero del Comité Director de la Federación Europea de Periodistas FEP/EFJ (2013-2016); y del Comité Ejecutivo de la FIP/IFJ (2010-2013 y 2016-2022). Doce años corresponsal del diario francófono belga "La Libre Belgique" (2010-2022).

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