El País Semanal publicaba a finales de febrero un trabajo que sin lugar a dudas habrá llegado a las catacumbas de la profesión, y en el que más de un colega, hombre o mujer, se habrá visto reflejado. Bajo el título de “Fabricantes de sueños”, el dominical aborda un tema tabú incluso para los que están –o estamos- en la “pomada”, como se suele decir por esta Villa y Corte cuando uno sabe de qué va la cosa.
Se analizaba a calzón quitado en ese estudio el trabajo de los llamados “negros”; es decir, de aquellas personas, periodistas generalmente, que escriben para otros y que, como tales, permanecen en el anonimato porque, al fin y al cabo, son gajes del oficio.
Aunque en estos últimos tiempos parecen haberse puesto un tanto finos y emplean denominaciones como “’logógrafos’, escritores fantasma, creadores de frases para la historia”… Pero lo cierto es que son los “negros” de toda la vida, los que escriben los textos de los discursos, de las intervenciones públicas de políticos de cualquier parte del mundo. Existen y han existido siempre, y ello porque un cargo público puede ser un político extraordinario, desarrollar su cargo con excelentes resultados, pero no tiene por qué saber escribir, hablar con fluidez, saber comunicar, en una palabra. Para eso están otras personas que escriben por ellos y para ellos. Es su oficio.
Se mencionan en el referido trabajo algunos personajes públicos que han pasado a la historia por frases que pronunciaron en su día y que seguramente permanecerán en la memoria de los pueblos, latentes dentro de cientos de años, como fueron las pronunciadas por Martin Luther King. Churchill, John Kennedy y otros muchos. Y en el ámbito nacional tenemos algunos que les sonarán, como el “Puedo prometer y prometo”, de Adolfo Suárez, “Váyase, señor González”, de José María Aznar, “No estamos tal mal”, de José Luis Rodríguez Zapatero, “Lo siento, me he equivocado”, del rey Juan Carlos, o lo de “Asaltar los cielos” que, aunque pronunciada por Pablo Iglesias, lo cierto es que la frase pertenece a Carlos Marx. La mayor parte de estas frases, de los discursos que las contenían, fueron escritas, inventadas por los llamados “negros”.
Resulta cuando menos curioso que mientras en España esta “profesión” está mal vista, en el mundo anglosajón es considerada de lo más normal, por lo que a nadie le resulta extraño que un expresidente de Estados Unidos como Barack Obama haya tenido al guionista de Hollywood Jon Favreau como uno de sus principales colaboradores, o que la periodista británica Charlie Fern escribiera en su día para otro expresidente estadounidense, George W. Bush, esta promesa –no cumplida-, pero que quedó de auténtico prohombre: “Lean mis labios; no más impuestos”. Y así un montón de políticos famosos a nivel mundial, como Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Tony Blair, Nelson Mandela; todos tenían personas que les escribían todo o parte de sus discursos.
España no iba a ser una excepción, y políticos de todos conocidos, como Adolfo Suárez, Felipe González, José María Aznar, Mariano Rajoy, José Antonio Ardanza y otros varios tuvieron o tienen a sus propios equipos de asesores que les escriben, si no todo, gran parte de lo que dicen en sus discursos. Algo totalmente normal, porque, como se dice en el mencionado trabajo, “Rajoy pronuncia una media de cien discursos al año, y naturalmente no puede escribirlos y prepararlos todos”.
Como llegados a este punto lo suyo es seguir con el calzón quitado, he de admitir que yo también he sido “negro” a lo largo de mi vida profesional; es decir, que he escrito para otros. Diría más: ante cualquier profesional del periodismo que haya trabajado en un ministerio, ayuntamiento, partido político, sindicato o entidad de cierto renombre y diga que no ha sido “negro” alguna vez, pienso sinceramente dos cosas: o que miente como un bellaco, o que no ha tenido categoría suficiente para ejercer como tal. Porque para ser “negro” hay que tener unas determinadas cualidades, además de saber unir sujeto, verbo y predicado. Tienes que saber enhebrar esas frases que el político de turno va a utilizar en su soflama, encandilar al público con frases cortas que lleguen a los sentimientos, saber qué hay que decir en cada momento, utilizar el método teatral de presentación, nudo y desenlace… Y esto, la verdad sea dicha, requiere oficio, señores.
He conocido algunos “negros” de cuyos nombres no debo acordarme por razones obvias. Los hay buenos, muy buenos, y ganan dinero. Recuerdo por ejemplo a un periodista famoso de los años ochenta que estaba presente en todas partes: aparecía en televisión, escribía en revistas, tenía programas de radio; vamos, que era un supermán de la información. Todo iba de perlas hasta que el “negro” se le cabreó un día, saltó la liebre y ahí acabó la estrella del “bien dotado”… Otro “negro” trabajaba para un político de los primeros años de la Transición llegando a un acuerdo tácito entrambos: al político en cuestión le encargaban colaboraciones en determinado medio porque era conocido y su firma imprimía calidad. Pero resulta que al político le sobraba el dinero pero le faltaba tiempo para dedicarse a sus asuntos, al tiempo que le interesaba aparecer, figurar. De tal manera que la solución a este problema fue que el “negro” escribía para el político, éste le pagaba el dinero que le daba el medio por su colaboración, y todos tan contentos: el político por figurar, el medio por tener una pluma con renombre, mientras que el “negro”, por su parte, se embolsaba la colaboración…
De entre las varias veces que he ejercido de “negro” dos ejemplos servirán para poner al lector en la senda de lo que es este lado oscuro de la profesión: la primera fue en los primeros años ochenta del pasado siglo, y en un ayuntamiento. Pero un ayuntamiento un tanto particular, como verán: en primer lugar, porque en su término municipal existía una base norteamericana, en unos años en que las manifestaciones anti OTAN y anti yanquis estaban a la orden del día, si bien, a la hora de la verdad, algunos de los cabreadísimos manifestantes vestían pantalones vaqueros Levy Straus conseguidos en la base, fumaban tabaco Marlboro sacado de la base y cobraban por sus pisos de alquiler a los soldados norteamericanos un buen precio, y además en dólares. El segundo caso que le hacía particular era que en ese pueblo se descubrió la salvajada de la venta para el consumo humano del aceite de colza desnaturalizado vendida en los mercadillos locales, que acabó matando a muchas personas, envenenadas, o mutiladas de por vida. Resultaba muy difícil trabajar en aquellas condiciones, y además los políticos querían salir en los papeles y que se hablara bien de ellos, con la que estaba cayendo. Han pasado unos 36 años y todavía recuerdo que logré que un antiguo amigo de la Facultad acudiera al pueblo con una unidad móvil de Radio Nacional para entrevistar en la plaza ante los vecinos, al señor alcalde, en plenas fiestas. Fue un éxito rotundo. Gracias, Manolo.
La otra anécdota, esta rayando ya en lo inverosímil, es que he llegado a ser “negro” de mí mismo, algo que requiere una explicación: llevo muchos años trabajando en un grupo de teatro de mi localidad, y al mismo tiempo haciendo crítica teatral en un medio local. Ante esta situación me daba un poco de remordimiento escribir la crítica al tiempo que formaba parte del reparto de cada obra, por lo que me inventé un seudónimo llegando a firmar durante años como Vicky Leandros. La directora del grupo estaba contentísima con las buenas críticas que recibíamos, por lo que siempre me decía: “Tienes que darle las gracias a Vicky por lo bien que nos trata”… sin llegar a saber que a la tal Vicky la tenía delante, aunque con luengas barbas… Posiblemente nunca llegue a saberlo, pero a mí me hacía feliz verla disfrutar porque ella llevaba el teatro en las venas, era su vida.
Dice una vieja canción eso de que “todos los negritos tomaban café”… Además de eso, estos “negritos” de la pluma también tienen alma, escriben, o han escrito para otros, porque así les han venido dadas las cartas en la partida de la vida.