El enemigo silencioso de la mujer es el cáncer de ovario. Una patología compleja, difícil de detectar, que supone el cuarto cáncer que más muertes produce detrás de los de pulmón, mama y colon y quizá, el más mortífero de los tumores ginecológicos.
El problema de esta enfermedad es su complejidad a la hora de dar una clínica clara dado que los síntomas son vagos y difusos; dolor de espalda, dolor pélvico, fatiga crónica, molestias abdominales, hinchazón, sensación de estar llena, molestias al orinar, sangrado habitual, cuestiones que no pueden asociarse a un cáncer y sí a cualquier otra patología. Esta razón quizá hace que cuando se padece, no de la cara y la detección no haya sido precoz.
Este cáncer afecta a 12 de cada 100.000 mujeres cada año en este país. El crecimiento desordenador y descontrolado de las células ováricas supone que el ovario crezca y comience a invadir otras estructuras anatómicas como las trompas de Falopio y dada su gran irrigación el tumor se pueda haber metástasis cuando se encuentra.
Según los datos que ofrece la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), entre el 70 y el 80 % de los cánceres de ovario se diagnostican cuando la enfermedad está ya muy avanzada, lo que complica la contención del tumor. Si existiera una detección a tiempo, ocho de cada diez mujeres podrían curarse. El dato bueno es que en los últimos treinta años se ha cuadriplicado la supervivencia a 5 años; antes era del 15 % y ahora estamos en un 60.
Cuanto antes se sepa mejor sobre todo porque el abordaje quirúrgico debe ser correcto dado que la supervivencia de la paciente depende de ello dado que la cirugía es realmente compleja. Una vez más se hace un llamamiento desde las asociaciones de afectadas por cáncer de ovario y se apela a la investigación dado que se conoce la biología molecular del tumor y se podría seguir avanzando en esta línea.