Desde que Abdelfattah Al Sisi protagonizara el golpe de Estado el 3 de julio de 2013, las noticias de violaciones de los derechos humanos en Egipto no cesan en los informes internacionales, desde las Naciones Unidas a Human Rights Watch y Amnistía Internacional, pasando por la Secretaría de Estado de su aliado y principal valedor, Estados Unidos.
Abdelfattah Al Sisi, quien prometió no presentarse a las elecciones tras el golpe, no sólo incumplió su promesa, sino que ha trabajado sistemáticamente por borrar del mapa político, mediático y social a todos sus posibles rivales, incluidos aquellos que le apoyaron en su golpe como el premio Nobel Mohamed Al Baradei o el movimiento 6 de Abril.
Al Sisi ha enviado a más de 60 000 personas a las cárceles por razones políticas, en su mayoría pertenecientes al movimiento de los Hermanos Musulmanes, entre ellos un centenar de periodistas, y obligando a cientos de políticos, intelectuales, periodistas, abogados, activistas y artistas al exilio para escapar de las cárceles egipcias, donde cientos de opositores regresan a sus casas en féretros a causa de la tortura y la desatención médica.
Al hilo de cómo calificó el recién fallecido senador por Arizona John McCain sobre el golpe de Estado en Egipto en 2013, “si anda como un pato, anda como un pato…”, cabe esperar de un régimen militar, como es su naturaleza, su animadversión hacia cualquier tipo de crítica u oposición, de ahí la encarcelación sistemática de los opositores, periodistas, intelectuales o activistas de derechos humanos que no comulgan con el régimen establecido. Lo que es anti natura es acallar y hacer desaparecer de la escena a las voces que no han cesado en defender, legitimar y justificar todas y cada una de las decisiones del gobierno y atacar a sus opositores y críticos.
A comienzos de año, y con las elecciones presidenciales de marzo a la vista, el autoproclamado mariscal ya daba indicios de sus planes respecto a sus colaboradores que podían disputarle “la popularidad”. Los primeros en ser sacrificados fueron los postulados a candidatos a las presidenciales, algunos de los cuales militares como el exjefe del Estado Mayor Sami Anan, actualmente encarcelado, o Ahmed Chafiq, Mohamed Anouar Sadat o Khaled Alí, quienes fueron víctima de presiones y chantajes para no concurrir. Luego llegaría el turno a los periodistas y algunos clérigos.
La política del presidente y exjefe de la inteligencia militar egipcia contó con el apoyo de los medios de comunicación locales, con un protagonismo preponderante de decenas de canales de televisión públicos y privados. La competencia entre los periodistas consistía en mostrar quién explicaba y justificaba mejor las decisiones del Ejecutivo, mientras los clérigos hablaban de la legitimidad religiosa del gobierno absoluto de Al Sisi, acusando a todo opositor o crítico de jariyí (rebelde o sedicioso).
Declarado el movimiento de los Hermanos Musulmanes como entidad terrorista por el gobierno de Al Sisi, quedaba por liquidar al partido salafista de Al-Nur, segundo en las elecciones legislativas de 2012 con un 22 % de los votos, partido que apoyó el golpe, pero cuya popularidad podía hacer sombra al flamante líder. Así que sin llegar a declararlo prohibido, lo obligó a recular, desaparecer del escenario político y responder a las llamadas del Palacio de Al-‘Oruba cuando se le requiriese.
Los clérigos salafistas Yasser Borhami y Mohamed Raslán, defensores a ultranza del régimen de Al Sisi y con manifiestas relaciones con los servicios secretos y la policía egipcios, han sido vetados para aparecer en los medios e incluso de dirigir el sermón del viernes por órdenes de los ministerios de Interior y de Asuntos Religiosos.
Asimismo, los periodistas más conocidos del panorama televisivo egipcio se han enterado a su vuelta de las vacaciones que ya no tenían trabajo, que sus canales han sido cerrados, como es el caso de los canales ON E y DMS Sport, o que sus programas han desaparecido, como es el caso de Tamer Abdelmuneim y su programa Al-Hayat Al-Yaum (La vida hoy), del canal Al-Hayat (La vida), Azmi Muyahed del canal Al-‘Asema (La capital), Wael Al-Abrashy y su programa Al-‘Ashera lailan (Las diez de la noche) en el canal Dream, Ahmed Al-Sharif y su programa Mal’ab Sharif (Estadio de Sharif) y Mohamed Al-Gheity y su programa Sahh Ennoum (Despierta) o el cese de Amr Laithy de la dirección del canal Al-Hayat.
No obstante, una de las periodistas cuyo veto despertó más perplejidad es Lamees Al-Hadidi, quien fue apartada de presentar su programa Huna Al’Asema (Aquí la capital) del canal CBC, al ser la primera periodista elegida por Al Sisi para entrevistarle, junto al periodista Ibrahim Issa, para anunciar las razones de su presentación a las presidenciales de 2014. Al-Hadidi había anunciado su pronta vuelta al programa el 1 de septiembre. Sin embargo, mientras preparaba el programa junto a su equipo, la dirección del canal le informa de que no presentará el programa y lo haría otra periodista en su lugar. Lo mismo sucedió con su marido y famoso presentador de televisión Amr Adib, fichado ahora por el canal saudí Al-Arabiya.
En Egipto nadie se explica esta nueva política de Al Sisi, y fuera del país no hay ningún eco en los medios occidentales de esta violación masiva de la libertad de expresión. La represión del régimen y la contradicción de los cesados y vetados, verdugos víctimas, hace difícil que denuncien lo que siempre han justificado.
Estos mismos periodistas y clérigos, y ante la sucesión de informes que dejan en muy mal lugar al régimen egipcio, siempre han acusado a las ONG de derechos humanos internacionales de falsedad, conspiración y ser organismos afines a los Hermanos Musulmanes. Preocupado por la imagen de su gobierno dentro y fuera del país, el gobierno de Al Sisi acaba de anunciar la creación de un Comité de derechos humanos no para investigar las violaciones denunciadas, sino para responder a “las acusaciones falsas” contra Egipto en la materia.
Hasta el momento se hace difícil entender las verdaderas razones de estos ceses y cierres. Algunos expertos encuentran la explicación en unas declaraciones del presidente egipcio del 5 de agosto de 2014 en las que afirmaba que “El líder Gamal Abdel Naser tenía mucha suerte, hablaba y todos los medios estaban con él”, una manera de llamar a filas a todos los medios sin rechistar. En muchas declaraciones posteriores, Al Sisi manifestaba su insatisfacción con los medios de su país. Quizá porque no le convencen sus argumentos, pero de ningún modo se cuestiona sus políticas y su absolutismo. No en vano, Egipto ocupa el puesto 161 de 180 en el ranking de la libertad de prensa de Reporteros Sin Fronteras de 2017.
Estados Unidos y Europa tienen mucha responsabilidad en la violación sistemática de los derechos humanos en Egipto. A Al Sisi se le recibe con los abrazos abiertos en las principales capitales occidentales a pesar de las críticas bien fundadas de las organizaciones de derechos humanos, lo que el régimen egipcio interpreta como aprobación de sus políticas autoritarias. En el caso español, además de recibirle en 2015 y mantener relaciones normales con Egipto, hace caso omiso a los informes de derechos humanos y ha entregado en mayo pasado a las autoridades egipcias a Alaa Mohamed Said, un imam de esa nacionalidad afincado en Logroño, sin mediar delito alguno y habiendo aceptado éste salir del país a otro destino que no fuera Egipto, algo a lo que se negaron las autoridades españolas. Said permanece actualmente en una de esas cárceles infernales de Al Sisi.