En su primer discurso en tierra chilena, en el palacio presidencial de La Moneda, el papa Francisco dijo sentir dolor y vergüenza por los abusos sexuales y el “daño irreparable” que cometieron miembros de la Iglesia Católica contra niños y jóvenes; y pidió perdón a las víctimas, informa Teresa Gurza.
Francisco fue recibido a las ocho de la mañana en La Moneda por la presidenta Michelle Bachelet; y luego de los honores a su investidura, saludó a miembros del gabinete, cuerpo diplomático y organizaciones civiles; entregó una medalla conmemorativa y un rosario al presidente electo Sebastián Piñera y a su esposa Cecilia Morel; y con evidentes muestras de cariño, se detuvo a estrechar la mano del expresidente Ricardo Lagos.
En el Patio de los Naranjos, Bachelet le dio la bienvenida en un mensaje que destacó lo logrado por Chile en los últimos años, sin omitir que aún hay muchas deudas pendientes con la sociedad.
Tras el discurso presidencial, el Papa expresó su alegría por estar en Chile; recordó la letra del Himno nacional chileno que habla de las extraordinarias bellezas naturales de este país; citó palabras sobre la pobreza y la justicia del jesuita Alberto Hurtado, ya canonizado, y pidió a los chilenos comunes hacer suyos las luchas y los logros de las generaciones anteriores, y a los gobernantes, aprender de los pueblos originarios y atender sus necesidades y las de los migrantes, dar respuestas a los niños, y no abandonar a los ancianos.
Después, con frases pausadas y subrayadas, manifestó dolor y vergüenza por los abusos sexuales cometidos por sacerdotes chilenos y pidió perdón a las víctimas.
Y antes de reunirse en privado con Bachelet, hizo votos “por la prosperidad y felicidad de esta espléndida nación”.
Entrevistado para conocer su reacción ante las palabras papales, el presidente electo Sebastián Piñera alabó la actitud de Francisco al reconocer “demasiados abusos, ocultados durante demasiado tiempo”.
El Papa celebró horas más tarde una misa por la Paz y la Justicia a la que asistieron alrededor de 400 000 personas, quedando decenas sin poder acceder al Parque O’Higgins; las ofrendas fueron presentadas por indígenas mapuches, chilotes y pascuenses y por huasos y chinas, como se llama en Chile a campesinos y campesinas.
El Papa fue el único celebrante, aunque asistieron arzobispos y obispos chilenos, acusados algunos de ellos, como el titular de la Diócesis de Osorno, Juan Barros, de complicidad con los crímenes sexuales por ocultar o desmentir los hechos.
El polémico y emblemático caso de Barros derivó de su indiferencia ante los continuados abusos que durante décadas cometió el sacerdote Fernando Karadima, párroco de la Iglesia del Sagrado Corazón ubicada en una colonia de clase alta de Santiago, y denunciado por varias de sus víctimas, a las que violó durante años, sin que la jerarquía en general y Barros en particular (por haber sido testigo casi presencial de los hechos) actuara en consecuencia.
Finalmente, en enero de 2011, en procesos civil y canónico paralelos, Karadima fue declarado “culpable de abusos sexuales contra menores con violencia, y abuso de su potestad eclesiástica”; y seis meses más tarde, la Santa Sede confirmó los cargos de “pedofilia y efebofilia, y abusos sexuales y psicológicos reiterados”.
Por su parte, Juan Carlos Cruz, una de las víctimas de Karadima, reclamó hoy de Francisco “acciones y no solo palabras que le dan titulares de prensa”; y calificó como incongruencia el que dos horas después de que pidiera perdón el Papa aceptara en la Misa por la Paz la presencia de Barros.
En esa multitudinaria Eucaristía, celebrada frente a la estatua de la Virgen del Carmen, patrona de Chile, y fotos del sacerdote jesuita Alberto Hurtado, primer santo chileno y de Santa Teresa de los Andes, fueron preponderantes las bienaventuranzas.
Y también sobre las bienaventuranzas fue la homilía papal, en la que Francisco destacó que ellas nacieron del corazón de Jesús, movido por los rostros y miradas de la gente humilde, y llegan a los hombres y mujeres que sufren.
Y alabó el «corazón chileno» que «conoce de reconstrucción, como a aquellos a los que se les inunda la casa, terminando con el esfuerzo de toda la vida”.
Advirtió que las bienaventuranzas “no nacen de la palabrería barata de quienes no quieren comprometerse en nada”; sino que con ellas, Jesús sacude la resignación que hace creer que las cosas no pueden cambiar y se vive mejor aislados de los problemas “o adormecidos en un consumismo tranquilizante”.
Y ante la división que aún polariza a esta sociedad, dijo que son bienaventurados los que luchan por un nuevo Chile; los que se comprometen con la reconciliación y los que trabajan por la paz.
Después, recordando las palabras del padre Hurtado, dijo que para tener paz, debe trabajarse por la justicia; “que no se trata solo de no robar, sino de tratar a todo hombre como persona”; y concluyó advirtiendo que no se pueden tener bienes y prestigio a costa de las necesidades de otros.
Por la tarde, Francisco visitará la cárcel de mujeres de Santiago; presidirá una ceremonia en la Catedral y un encuentro con jesuitas.
Y no se descarta alguna reunión no programada, con víctimas de esos abusos sexuales por los que pidió perdón.