Una vez leí que algunos ávidos lectores tienen miedo a morir aplastados por su biblioteca mientras duermen. No es mi pesadilla, desde luego. En la mía, que es más bien un sueño cumplido, las estanterías de libros son más bien calles tranquilas de mi memoria.
La pandemia y los confinamientos relanzaron las ansias de escritura de muchas personas. Una miríada de libros se sumó a ese mundo impreso, inabarcable, pero que funciona como nervio esencial para quienes leemos. No toda la gente lo hace.
En los últimos dos años he adquirido varias decenas de libros recientes o de ocasión. Nuevos, frescos o viejos. Imprescindibles. Y recibí en torno a una veintena de otras obras escritas por amigos y gente próxima, en los que me llama la atención el hecho de que –prácticamente todos– se escribieron o publicaron en torno a los días pandémicos. Y casi siempre tienen que ver con la memoria familiar de cada cual. Cada uno con la suya.
En España, se editan unos 80.000 títulos al año, aunque más de un tercio de los españoles no lee libros nunca. En todo caso, esa producción desmiente –de nuevo– a los profetas tecnófilos que predijeron el fin de los libros impresos. «Trust nobody, you have to get everything in paper», dijo alguien. Preferimos lo impreso, desde luego.
Y como me resulta imposible dedicarme únicamente a reseñar todos los recibidos (y otros que recibiré de otros amigos), me limito en esta ocasión a comentar dos títulos. No prometo hacerlo con los demás porque mi tiempo de lectura y escritura son cada día más limitados y –me pesa en el ánimo– aún no he leído la Divina Commedia, de Dante Alighieri.
Joan Misser i Vallés, un combat per la justicia y la pau, escrito por su hijo Francesc Misser (66 años, François, en su edición en francés), lo mismo que Maldita guerra [en francés, pese al título en español], firmado por José López (84 años), vieron la luz entre 2020 y 2021.
Se trata de dos barceloneses de nacimiento, aunque ambos hayan terminado teniendo otra nacionalidad europea, además de la española. Los dos están relacionados con una historia familiar del exilio antifranquista, donde las figuras de sus padres son eje principal de dichos relatos biográficos.
En el caso del primero, Francesc (François) Misser, estamos ante un acreditado periodista, profesional de la escritura (sobre todo en francés), que es autor de obras diversas y valiosas en las que África y los conflictos africanos, sus relaciones con Europa, conforman una parte muy destacada.
En el caso del segundo, José López de la Peña (Joselín en su infancia, para los más cercanos) es otro barcelonés de nacimiento, aunque tenga ciudadanía francesa y orígenes familiares en Valmojado (provincia de Toledo).
Su vida profesional ha transcurrido en Francia, como ingeniero, y su citada autobiografía personal y familiar, Maldita guerra, es obra publicada hasta ahora sólo en francés. Anécdota importante a señalar: el autor se siente ahora distante del título con el que fue publicado el libro en francés y busca otro título que le complazca más para la publicación en castellano, idioma al que ya ha sido traducido su texto mientras busca una edición española que le resulte aceptable.
José nació entre los terribles bombardeos que sufrió Barcelona en los días 16, 17 y 18 de marzo de 1938. Su padre estaba en el frente del Ebro y su madre vivía en Cataluña, donde su padre (guardia de asalto republicano) había sido movilizado. De modo que Joselín vino a la vida bajo aquellos bombardeos de la Aviazione Legionaria italiana enviada por Mussolini para apoyar los siniestros designios franquistas: hubo entre 900 y 1300 víctimas mortales, además de unos dos mil heridos. Decenas de edificios de la capital de Cataluña fueron destruidos. Unas jornadas aciagas que –de distinto modo– se citan en estos dos libros.
En la escritura de José López hay quizá menos oficio literario que en el meticuloso trabajo biográfico de Francesc Misser, pero la emoción está igualmente presente y hay unas (poco) contenidas olas de cólera que lo compensan con una buena emoción que se transmite al lector. Es curioso, cómo la distancia del exilio produce –a veces– desajustes en la percepción. A veces, su pasión sobre la historia de su país de origen le traiciona cuando se refiere –por ejemplo– al período de la transición democrática y a acontecimientos que en realidad no vivió ni conoció de cerca.
Francesc Misser, periodista meticuloso, lo evita casi siempre. Casi: por ejemplo, en la edición francesa, una nota a pie de página considera el 23-F «ourdi» (urdido, tramado) por Tejero, reincidente pero no organizador principal de la trama golpista. En la edición en catalán, mejor desde mi punto de vista, se dice «fomentat», que no es exactamente lo mismo y que se acerca más al papel de espadón subalterno de Tejero.
En la obra de Misser, el hijo, no se olvidan nunca el origen, la tierra, el exilio y el catalanismo familiar y profundo. La vinculación al movimiento católico pacifista Pax Christi, las creencias ecumenistas del biografiado Joan Misser i Misser (fallecido en 2015, en Francia). No cambiarán con el paso del tiempo, aunque sí adquirirán nuevos matices.
Esa perspectiva tiene interés también –por ser menos frecuente– entre los libros de la memoria antifranquista. Asimismo, por sus posicionamientos posteriores: ante las elecciones municipales de 1979, Joan Misser confiesa y declara apoyar las candidaturas nacionalistas catalanas aliadas al Movimiento Comunista (MC) y a la Liga Comunista Revolucionaria (LCR). En el fondo, su objetivo parece querer configurarse más precisamente en torno a un cierto socialismo con alma.
En ambos libros, hay una descripción de la sociedad anterior a la Guerra de España (José López es siempre contrario al uso del término ‘guerra civil’), donde los contrastes están claros entre una «familia de terratenients d’una posició social relativement confortable però que, per variès raons, va anar declinant progressivament», con arraigo en Arenys de Mar, y la familia de trabajadores del campo y labradores castellanos de José.
En el caso de los Misser, también se describe otro proceso de empobrecimiento. La pérdida en 1927 de Can Misser, una casa y propiedad agrícola de decenas de hectáreas, se convierte en un elemento clave de la transmisión familiar, de su memoria colectiva. Además, quien lo pierde, el abuelo Josep Misser, se convertirá en un ciego que no podrá ya ver a su familia.
Esa doble tragedia es significativa, en una familia catalana en la que hay un fondo ilustrado singular: durante generaciones disfrutaron de una bula o autorización eclesial para leer libros incluidos en el Index Librorum Prohibitorum, donde la jerarquía de la iglesia católica marcaba la censura sobre los libros que consideraba heréticos, ateos o simplemente perniciosos.
En la descripción de José López –por el contrario– la España del primer tercio del siglo veinte y la Iglesia figuran sencillamente como un «infierno social en el que la prohibiciones amordazaban al pueblo y le imponían las palabras y un estricto modo de vida». El autor describe cómo «la jerarquía y la mayoría de los miembros del clero se entregaron en cuerpo y alma a los generales traidores desde agosto de 1936». Sus líneas no ofrecen concesión alguna a los obispos y a su apoyo «a la Cruzada», de modo que José no se anda por las ramas: «En plena Guerra de España, Pío XI no dudó un segundo en tomar partido adhiriéndose al bando de los criminales franquistas que colmaban de privilegios a la Iglesia».
El homenaje positivo de José López tiene como objetivo a sus progenitores, a su padre del mismo nombre, joven guardia de asalto al inicio de la guerra, y a su madre Julia de la Peña, quien dio a luz al autor en los días terribles de la Barcelona bombardeada.
De modo que en la intensidad de ambos relatos familiares existen algunos paralelismos y referencias históricas comunes, pero hay elementos dispares, completamente distintos. La perspectiva respecto a la Iglesia y a la religión es quizá la discrepancia mayor.
En la historia de Joan Misser, su trayectoria en Francia le llevará una constante acción que reconvertirá de manera interesante su viejo catolicismo familiar en ecumenismo, en militancia antifranquista en las filas del FLP (el Felipe, el Frente de Liberación Popular). Julio Cerón, su dirigente histórico, tuvo una relación estrecha con Misser, ya que ambos intentaron conjugar un cierto marxismo con una determinada forma de cristianismo progresista, donde la preocupación catalanista ocupa un lugar importante. Una idea de la identidad catalana no falta en el libro de José López, pero claramente no tiene –ni mucho menos– las mismas proporciones. Los orígenes familiares aquí imponen esa diferencia.
En las líneas escritas por Francesc Misser hay erudición donde desfilan personajes como Julio Cerón, Jordi Pujol, Federica Montseny, el también anarquista García Oliver, el movimiento Pax Christi, el Congreso Eucarístico de 1952, en Barcelona, la HOAC, Alfonso Carlos Comín, el Front Obrer de Catalunya, mossén Josep Dalmau, etcétera, etcétera.
En el libro de José López, la trayectoria de su padre José es tal, hay tal descripción de lugares y hechos en los que batalló personal, directamente, que el lector puede considerarlo emocionante en sí mismo: un muy estremecedor recorrido por batallas y hechos decisivos de la Guerra de España.
El personaje real participó en la lucha encarnizada del Cuartel de la Montaña, después en el frente de la Ciudad Universitaria de Madrid. Trasladado a Cataluña, fue movilizado en la batalla del Ebro. La familia sufrió el destino de quienes se vieron obligados a participar en la terrible, penosa, Retirada republicana de febrero de 1939. El padre, hecho probado, estuvo allí, en todos esos lugares, en primera línea, y en esos puntos el autor José López de la Peña, el hijo, nos pone la piel de gallina al relatarlo.
El pequeño nacido en Barcelona pasó la frontera francesa en febrero de 1939. Tenía once meses. Desde esa edad hasta casi los dos años, vivió con su madre como refugiado en el convento abandonado de Notre-Dame-des-Mas, en la Provenza, un lugar convertido en campo de refugiados.
La descripción de la salida de Barcelona es muy dramática. Entre la muchedumbre aterrada y que huye, «José [el padre] agarró a Julia y a Josélín y los montó en un camión militar. Tuvo que desenfundar su pistola y amenazar a sus compañeros para poder hacerlos subir. Los convoyes les estaban estrictamente reservados».
El mismo autor relata después otros hechos terribles, otros bombardeos, distintos, que presenció donde vivía de niño durante la Segunda Guerra Mundial, con su familia, en el sur de Francia.
Sus incursiones y retrocesos repentinos en el texto [hacia la evolución del país de origen durante el franquismo] no siempre son tan pertinentes. Quizá sufre ahí desvíos propios de su alejamiento personal del día a día del franquismo, de las viejas-nuevas formas de la represión, de la evolución interna de la sociedad española posterior a la guerra.
En ambos textos, la Segunda Guerra Mundial y la implicación en la Resistencia y en actos resistentes contra el nazifascismo, forman parte de las historias familiares, en las que las figuras de Françoise, la madre de Francesc Misser, y la de Julia, la madre de José López, resultan fundamentales y emocionantes.
Incluso José, el niño que ya ha crecido en Francia, aprende a mentir a un oficial de la SS para proteger a miembros de la Resistencia. A sus ochenta y tantos años, sigue orgulloso de cómo lo hizo. ¡Ese primer acto efectivo como resistente fue cuando era un chavalín!
El prólogo del libro de José López de la Peña está escrito por Carmen Negrín, nieta de quien fuera Presidente del Gobierno de la Segunda República, como presidenta del Centro de Interpretación e Investigación la Memoria de la España Republicana.
En la biografía de Joan Misser publicada en francés por su hijo, el prefacio firmado por la periodista Cathérine Abet recuerda las otras certezas distintas del personaje: «D’autres plus légères, la montagne, les bon repas et un goût prononcé pour les blagues car Joan Misser amait trop la vie pour la voir morose». Un detalle vital en todos los sentidos, desde luego.
En el prólogo de la edición catalana Xavier García i Pujades señala la sensibilidad personal del biografiado –ya durante su última etapa– ante el procès independentista en marcha: «En 2010, cinc anys abans de morir, quan engegava l’euforia independentista, plantajà les possibilitats d’un Estat Català independent, però mostrà la seva disconformitat si era forjat bàsicament per les elits polítiques, econòmiques i financeres».
Ese debate terminó por abrir la vía de sus diferencias con no pocos de sus amigos de Cataluña, que defienden la independencia. El biógrafo constata que las amistades siguieron siéndolo, pero «sus puntos de vista se separaron poco a poco».
La obra sobre la trayectoria de Joan Misser, a quien podemos valorar como intelectual contrario al franquismo, como activista cristiano por el ecumenismo y como catalanista, merecería una edición en castellano.
El libro de José López está ya traducido y sólo busca un editor profesional o una institución que lo publique por el interés que tiene, sobre todo para la ciudadanía de su región de origen. La Diputación de Toledo o la Junta de Castilla-La Mancha podrían también ocuparse de impulsar, publicar y distribuir este libro de la memoria y del coraje.
Junto a otros relatos familiares similares, podemos considerarlo parte de la necesaria pelea por la dignidad humana. Un arma eficaz contra el pasado más peligroso que vuelve a ser una sombra contra las sociedades democráticas. Ediciones en español –de lo ya publicado en francés y catalán– como medicina colectiva contra el olvido que nos amenaza.