He dicho en reiteradas ocasiones, que la gama de impropiedades en los medios de comunicación, redes sociales y en el habla cotidiana, es amplia y variada. Las hay desde simples faltas de ortografía, hasta complicados casos de sintaxis y de semántica.
También he afirmado que, aun cuando haya algunos en apariencia complicados, se resuelven siempre que se tenga interés al respecto. Es fundamental el sentido común y la responsabilidad que implica escribir y hablar para el público.
Nadie escapa de incurrir en algo inadecuado y aun inoportuno; pero es fundamental tener presente que todo lo que se escriba o se diga, mal o bien, se arraigará en el vocabulario del común del hablante. ¡Es preferible que el arraigo sea de cosas buenas!
Muchas han sido las veces que un mismo tema ha sido comentado en este trabajo de divulgación periodística. Esa reiteración se debe a la recurrencia del caso o por petición de personas que solicitan que se les aclaren dudas sobre algún aspecto ya comentado.
Les respondo por vía personal o pública, pues la razón de existir de este espacio semanal, es contribuir para que las personas interesadas puedan deshacerse de esas situaciones viciadas que ajan y envilecen la escritura y la expresión oral.
Sobre los barbarismos como tema específico no he escrito; pero he mostrado casos que se enmarcan en tales aspectos. Más que barbarismos, son verdaderas barbaridades, y lo más «bárbaro» es que los autores son personas que supuestamente son o deberían ser poseedoras de una excelente escritura y oralidad admirable.
En ese ámbito hay periodistas, locutores, educadores y otros profesionales cuya ocupación habitual le impone el uso frecuente de la escritura y el lenguaje articulado.
Para hablar de barbarismos, es necesario saber qué significa, para distinguir y evitar confusiones. Pongo por ejemplo lo que le ocurrió a una persona a la que no voy a nombrar, que en su afán de saberlo todo, quiso inmiscuirse en una conversación que yo había entablado con unos amigos apasionados por el aspecto gramatical y lingüístico.
El aludido ciudadano, al oír la palabra barbarismo, la confundió con el vocablo gargarismo e inmediatamente quiso «dictar charla» sobre eso, solo que no era el tema de la conversación. Lo ocurrido surge en personas «sabelotodo», que andan buscando errores en donde no los hay. ¡A él lo traicionó el oído y su deseo desmedido de sobresalir!
Por definición, el barbarismo es «vicio del lenguaje, que consiste en pronunciar o escribir mal las palabras, o en emplear vocablos impropios». Es sinónimo de un lenguaje bajo, de escasa preparación y otras deficiencias. Está hermanado con bárbaro, que es homologado con inculto, grosero, tosco, etc.
Existe una clasificación de los tipos de barbarismos, de la que por los momentos no voy a hablarles. La intención de esta entrega es que se conozca en qué consiste, con el aderezo de una lista en la que no solo hay barbarismos, sino barbaridades:
- Ajises por ajíes;
- Sofases por sofás;
- Cafeses por cafés;
- Dominoses por dominoes;
- Sujección por sujeción;
- Telesférico por teleférico;
- Traducí por traduje
- Conducí por conduje;
- Trompezar por tropezar;
- Veniste por viniste
- Himpócrita por hipócrita;
- Fuistes o juiste por fuiste;
- Dijistes por dijiste; redículo por ridículo, etc.
Hay otras palabras y frases, como deligencia por diligencia; manulio (exclusiva de Venezuela) por manubrio; añual por anual; expectáculo por espectáculo; recebimiento por recibimiento; medecina por medicina; me distraí por me distraje; me dijieron por me dijeron; me satisfació por me satisfizo, que en la pluma o en la voz de alguien que haya cuando menos culminado la educación primaria, son una verdadera barbaridad. ¡Qué bárbaros!