Roberto Cataldi[1]
Es probable que este año 2025 sea una suerte de bisagra entre un mundo que se va y otro que viene. A muchos nos gustaría siquiera vislumbrar un futuro prometedor o tener la certeza de que los cambios actuales a nivel global serán beneficiosos para la humanidad, pero ya pasamos la edad de la inocencia, y el relato que predomina no se ajusta en absoluto a la realidad.
Uno no quiere dejarse influenciar por teorías conspirativas y tampoco apocalípticas, pero no hay duda que vivimos una década peligrosa, quizá la más peligrosa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Por eso tenemos que discernir entre lo que anhelamos y lo que en realidad vivimos.
En efecto, no sería la especie humana la que corre mayor peligro, sino nuestra capacidad de discernimiento, de actuar con libertad y seguir los dictados de nuestra conciencia. Hoy pretenden imponernos una determinada forma de ser y de pensar. Y en términos generales, las sociedades han perdido las ilusiones del progreso y, están hundidas en un profundo desencanto y en el más descarnado escepticismo.
Existe una serie de herramientas dirigidas a la mercantilización de nuestra existencia y a lograr un mayor rendimiento. Lo llevan a cabo a través de datos que son recolectados y analizados por dispositivos en los celulares, redes sociales, cajeros automáticos, entre otros medios, donde se procura obtener nuestros perfiles.
En verdad, resulta inaceptable que pretendan diseñar nuestras vidas, tanto individuales como colectivas, pues, es la negación al derecho a decidir por sí mismos, con la finalidad oculta de satisfacer ciertos intereses privados.
El escenario político tradicional se divide en izquierda y derecha, o sea, progresistas y reaccionarios. En mi opinión las cosas no son tan tajantes como las plantean, aquí se cuela el maniqueísmo, sin embargo, es cierto que cuando alcanzan el poder las diferencias de las etiquetas se tornan borrosas y, uno no distingue a qué ideología o línea de pensamiento pertenece esa nomenclatura.
Claro que lo más preocupante son los extremismos, de derecha y de izquierda. Hoy en el escenario geopolítico predominan las ultraderechas, consecuencia de las ineficiencias y traspiés de las izquierdas, que no solo desilusionaron a muchos votantes sino que despertaron la ira por no ocuparse de los problemas de la gente.
Antes la democracia era atacada desde afuera, ahora lo es desde dentro, y el populismo, que es un enemigo solapado, está en pleno auge. Es evidente que los poderosos no dan tregua frente al dolor del mundo. Y vivimos tiempos donde nos imponen el «olvido planificado» o como solía decir Eduardo Galeano, la «amnesia obligatoria». En fin, el mundo está obligado a negar la tragedia.
Donald Trump y su socio Elon Musk, están destruyendo la democracia de los Estados Unidos, en aras de la expansión, los negocios y la dominación, sin que se vislumbre por el momento una oposición decidida y firme ante sus caprichos imperiales, en consecuencia esto envalentona a los autócratas que procuran imitarlos, cubiertos de necedad y soberbia. No se trata de nada nuevo; la historia nos enseña que de tanto en tanto estas pesadillas reflotan y les ocasionan sufrimiento a los pueblos.
Andrés Oppenhelmer dice que Trump dio luz verde a la corrupción al suprimir la aplicación de la ley estadounidense que prohíbe los sobornos a funcionarios en el extranjero, pues, con esa ley, por ejemplo, se destapó el caso Odebrecht. Y se pregunta si está recompensando a las grandes empresas que financiaron su campaña presidencial, para concluir reflexionando que esto fomentará una mayor corrupción en América Latina, inestabilidad y pobreza.
El actual parque temático global nos muestra funcionarios del Estado que confunden con torpeza lo público con lo privado, políticos que por arte de magia y en tiempo récord se convierten en ultrarricos, grandes empresarios adscritos a la ultraderecha que cuando sus negocios corren riesgo reclaman medidas estatales de origen izquierdista, bancos que asfixian a sus clientes vulnerados pero que al quebrar son rescatados con los dineros públicos, animadores sociales que sostienen que el cambio climático es un invento del socialismo o de la izquierda radicalizada y no una comprobación científica …
En fin, los abusos ya se han naturalizado y adquirieron credencial de normalidad. Si en algo coinciden estos individuos es que a ninguno les preocupa solucionar los problemas que tienen en vilo al ciudadano de a pie, más allá que proclamen defender sus derechos.
Un dato interesante es que los populistas no llamen a las cosas por su nombre, sino por el nombre que les gusta a los que los siguen, porque lo importante no son las razones sino las emociones. Y cuando entran a mediar las emociones, ya no hay cabida para la lógica ni la mesura.
Está claro que los nuevos amos del mundo, me refiero al mundo digital, carecen de los conocimientos suficientes, la cultura general y la experiencia requerida para administrar el enorme poder que manejan. Por otra parte, los seres humanos no somos seres digitales.
Algunos expertos en el tema nos advierten que estamos viviendo en la era de las mentes dispersas, o quizá de la «sociedad de la dispersión». En efecto, mentes dispersas que se manifiestan en la brevedad de las conversaciones y de la atención de personas, así como el chequeo compulsivo del celular y las redes sociales, por ello la capacidad de atención se ve reducida. Sin embargo, todos los logros intelectuales que históricamente registramos, han provenido de una atención sostenida y profunda.
Hoy por hoy la mente está sobre-estimulada, a diferencia de antes, cuando los estímulos eran más lentos. Por eso la gente debe tomar el control de la tecnología y no convertirse en esclavo de ella. En otras palabras, es necesario comenzar a gestionar nuestra atención.
Estos fumistas que se arrogan derechos que nadie les otorgó, nos han lavado el cerebro con la teoría darwiniana que no adaptarse al cambio (impuesto por ellos) significa sucumbir. Pues bien, quisiera que me explicaran de qué cambio hablamos, ya que lo primero es saber en qué consiste el cambio, si en el fondo y en la forma es para mejorar la vida de la humanidad o para esclavizarla voluntariamente.
Einstein decía que cuando andamos en bicicleta, para mantener el equilibrio debemos seguir moviéndonos, y sería un desacierto apostar al inmovilismo, porque al fin de cuentas, toda la vida es un cambio.
El tema es cómo llegar a combinar la integridad con la adaptación a lo nuevo, por eso, coincido con Víctor Hugo: «Cambia de opiniones, mantén tus principios; cambia tus hojas, mantén intactas tus raíces».
Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)