El día 20 de los corrientes recibí un mensaje de WhatsApp, enviado por una colega periodista con quien nunca he tenido la oportunidad de conversar personalmente, aunque la vi por primera vez en 1985, cuando se iniciaba como redactora de Última Hora, el siempre recordado «Primer diario de Portuguesa», y yo era corrector de pruebas en esa casa periodística.
Su nombre no lo voy a mencionar, pues no le pedí autorización; pero debo decir que el contenido de esa comunicación es bastante interesante. Se trata de un tema que se ha vuelto controversial, pese a que la solución no es difícil, y que en muchas ocasiones lo he abordado en este espacio, en talleres de redacción y en conversaciones informales.
Me alegró de que me haya enviado esa inquietud, lo cual muestra que, aun cuando hay una especie de persistencia en impropiedades gramaticales y lingüísticas, a la par hay un creciente interés por deshacerse de ellas. Eso es saludable para periodistas, locutores, publicistas, educadores y otros profesionales cuya ocupación habitual les impone escribir y exponer oralmente de manera frecuente.
Su inquietud surgió de un mensaje enviado por una amiga suya, en el que le observa que no debió escribir, supongo que en una nota de prensa, «la abogado», sino la abogada.
Existe la duda sobre si debe decirse la abogado, la ingeniero, la médico, la concejal, la juez, la ministro; o la abogada, la ingeniera, la médica, la concejala, la jueza, 1a ministra, etc.
La preocupación de la remitente de la inquietud que motivó este artículo, es la misma de muchas personas, incluidas varias que, por su formación y grado de cultura, no deberían tener dudas; pero las tienen, de ahí la prudencia de este comentario.
A la colega que me planteó la duda le di una breve explicación, que hoy ampliaré, para que los interesados en el tema puedan tener claridad en el asunto.
En 1976, a raíz del surgimiento de los movimientos pro liberación femenina, la Real Academia Española exhortó a las universidades a que el nombre del título para las damas debía ir en femenino, por ejemplo: abogada, arquitecta, ingeniera, odontóloga, médica, sicóloga, etc.
Muchas casas de estudios superiores de Venezuela acataron la exhortación, y en virtud de lo cual desde esa vez comenzaron a darles a las damas el trato que merecen, pues -en mi opinión-, no hay más trato discriminatorio que nombrar a un ser cuya feminidad no deja lugar a dudas, como si tuviera barba y bigotes.
No sé si otros países de habla hispana hayan acogido la recomendación de la docta institución; pero en Venezuela varias universidades de gran prestigio sí lo hicieron. Eso me consta porque tengo amigas profesionales que su título está como debe ser: en femenino.
Eso, como habrán podido notar, no es algo nuevo. Existe desde hace mucho tiempo, incluso antes de que Hugo Chávez llegara al poder, a quien muchos le atribuyen la autoría de la inclusión.
Chávez ha sido el propulsor de una expresión que dé valor a todas las personas, sin distinciones de sexo, etnia, discapacidad u otras características.
Eso estaría bien, solo que con nombres que a veces resultan absurdos y ridículos, no es posible lograrlo. Eso tiene otras implicaciones de tipo político que no voy a mencionar, dado que la intención de este aporte es aclarar dudas gramaticales y lingüísticas.
Ante la pretensión del denominado lenguaje inclusivo o no sexista, la RAE se ha pronunciado y ha recomendado no aceptarlo, no porque tenga algún tinte político, sino porque es innecesario.
Les repito: eso de llamar abogado, ingeniero, médico, odontólogo, a un ser humano cuyos rasgos femeninos saltan a la vista, en mi opinión, es discriminatorio y excluyente, que se solventaría si el organismo al que le competa el asunto, creara la disposición legal para que en los títulos y nombramientos a las damas, se coloque el correspondiente femenino. Eso de todxs y todes, no es más que una ridiculez que debería evitarse.
Con esas palabras no se es inclusivo; se es ignorante, pues como reza un contenido que encontré en Google: «El castellano es un idioma altamente inclusivo en sus reglas gramaticales».
Ahora bien, no hay ningún criterio de corrección o incorrección en eso de la abogada o la abogado, sino de trato justo, y si de trato justo se tratare, debería empezarse por ahí.