Otro fin de semana de protestas populares en Belgrado. Nada inusual para los habitantes de la capital serbia. Teníamos manifestaciones estudiantiles siete meses al año, pero que jamás se materializaron en revoluciones de colores, como en Ucrania, Georgia o las antiguas repúblicas soviéticas del Cáucaso, comenta un viejo politólogo que echa de menos la Yugoslavia del mariscal Tito.
Curiosamente, tras la desaparición del Tito llegaron los bombardeos de la OTAN, el desmembramiento del país, la creación del protectorado atlantista de Kosovo, el fervor europeísta. Sin embargo, la prensa occidental se limita a vaticinar que el país balcánico acabará siendo en escenario de una nueva revolución de colores.
El Presidente Alexandar Vučiċ, líder del ala europeísta del Partido Progresista Serbio, aguantó estoicamente las numerosas críticas y sugerencias provenientes de la capital comunitaria: Belgrado se muestra demasiado compaciente con Rusia, no aplica las sanciones decretadas por Occidente contra el régimen de Vladímir Putin, su acercamiento a Pekín resulta a la vez preocupante y peligroso… Para los eurócratas, esta actitud frívola podría entorpecer las negociaciones de adhesión de Serbia a la Unión Europea. Ante la avalancha de críticas de Bruselas, Vučiċ optó por responder con un lacónico nos queda la opción de los BRICS, de esta agrupación de países liderada por Rusia y China, que pretende ser una versión más liberal de las estructuras creadas por Washington después de la Segunda Guerra Mundial: Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial del Comercio, etc.
Los BRICS no son, como afirman algunos políticos occidentales, un vivero de rojos. Entre los cuarenta candidatos a la adhesión figuran Estados como Turquía – miembro fundador de la OTAN – Arabia Saudita, país que difícilmente podríamos tachar de progresista, Indonesia y un largo etcétera. Pero, ¿Serbia en los BRICS? Inconcebible; todos los Estados europeos deben adherirse a la OTAN y la UE. Es una norma.
Vučiċ contraataca: en los últimos 10 años, la CIA gastó alrededor de 3.000 millones de dólares para destruir Serbia. (No, no fue la USAID, fue la CIA). Sabemos quién lo hace y cómo lo hace. Es el trabajo sucio de una red de agentes occidentales. Lo toleraremos hasta cierto punto, después de lo cual nos comportaremos de conformidad con las normas que el Estado debe respetar.
Para los politólogos occidentales, hay que distinguir entre las injerencias externas malas: la de China, del mundo ruso o de Elon Musk y las buenas: el Atlantic Council, la OTAN, la Unión Europea o el entramado de Georges Soros.
Para los gobernantes de Belgrado, la actual oleada de protestas populares poco tiene que ver con la disidencia política interna. Se trata, más bien, de una campaña diseña para fracturar el país y obligar a la clase política a tomar la senda del atlantismo globalista.
Malos augurios para las democracias del Viejo Continente