Argelia vivía en guerra civil, aunque pocos la llamaran así entonces (1996). Y en aquel Argel sombrío, donde había muertos por la violencia política, secuestros, desapariciones, atentados y matanzas terribles, los policías que tenían órdenes de escoltarnos –o de seguirnos, depende- decidieron quedarse en el portalón. Entré solo.
Era un edificio casi parisino (post-Haussmannien). El amplio vestíbulo de entrada estaba vacío. Predominaban las sombras y había poca luz. Sentí un escalofrío. En aquel tiempo, los escasos periodistas europeos que estábamos por allí no éramos bien vistos oficialmente en Argel. Además, para grupos como el GIA (Grupo Islámico Armado), del que se decía que estaba muy infiltrado por los servicios, representábamos algo más: un objetivo a abatir.
En el segundo o tercer piso, no recuerdo bien, estaba Alí Yahia Abdennour, donde me habían dicho que estaría. Me abrió la puerta él mismo. Con voz muy frágil, dijo que me esperaba para que regresara con mis dos compañeros de TVE, que se habían quedado junto a los policías en la calle. Fue una entrevista rápida sobre las tragedias diarias que tenían lugar por toda Argelia… Ha pasado mucho tiempo y Alí Yahia Abdennour persiste en su reflexión contra la autocracia y a favor del respeto imprescindible de los derechos humanos en su país. Su figura casi resume la historia de la Argelia contemporánea.
Se formó como maestro de escuela. Nació en una aldea de la Cabilia bereber. Lo movilizaron los aliados y al acabar la Guerra Mundial se unió al Partido del Pueblo Argelino-Movimiento para el Triunfo de las Libertades Democráticas (PPA-MTLD), del histórico Messali Hadj. En 1955, en plena lucha por la independencia de Francia, se unió al FLN (Frente de Liberación Nacional). Fue encarcelado y después condenado varios años a arresto domiciliario. Liberado poco antes de la independencia, se convirtió en Secretario General de la UGT argelina (UGTA). Más tarde, fue diputado constituyente y brevemente ministro de Transportes, primero, y de Agricultura y la Reforma Agraria, después.
Amplió sus estudios ya mayor y se convirtió en abogado, tardíamente, antes de ser encarcelado (1983-1984) durante la presidencia de Chadli Bendjedid. En 1985, se convirtió en uno de los fundadores de la Liga Argelina para la Defensa de los Derechos Humanos (LADDH). Por entonces, lo detuvieron de nuevo. Fue presidente de la LADDH hasta 2005. Alí Yahia Abdennour es una de esas figuras que resumen la trayectoria de un país. Ha mantenido siempre una posición firme a favor de las libertades democráticas y contra la tortura, las desapariciones, los malos tratos y contra la violencia, incluida la de origen institucional.
En 1991, se opuso a la interrupción militar del proceso electoral que había dado el triunfo en la primera vuelta al Frente Islámico de Salvación. Recordemos que el golpe impidió que el FIS confirmara su victoria en la segunda vuelta, que nunca llegó a celebrarse. Empezó entonces a correr la sangre. Algunos cifran hasta en doscientos mil el número de muertos por aquel conflicto (1992-2002), que incluyó algunos episodios de guerra sucia y numerosas acciones de terrorismo masivo.
Siguiendo el ejemplo de las asociaciones de víctimas de las dictaduras de América Latina, la LADDH creó un fichero de los desaparecidos. En 2010, Alí Yahia Abdennour dijo en una entrevista que tenían datos de más de 18.000 casos, la mayoría de ellos a manos de las fuerzas militares y policiales que combatieron contra el terrorismo del GIA y de otros grupos similares.
Cuando lo encontramos en Argel (hace 25 años ya), Alí Yahia Abdennour ya había participado en los encuentros de la conferencia de Sant’Egidio, en Roma, una iniciativa próxima al Vaticano que intentó parar el derramamiento de sangre mediante el diálogo.
En épocas más recientes, Alí Yahia Abdennour se sumó a las voces de quienes reclamaron la declaración de incapacidad del presidente Abdelaziz Bouteflika, durante años visiblemente deteriorado física y mentalmente, mientras lo manejaban clanes del poder y su propia familia.
En 2019, Alí Yahia Abdennour apoyó las manifestaciones populares del movimiento (Hirak) contrario al régimen argelino. Criticó también a quienes propusieron tratar de impedir el voto en la elección presidencial de diciembre de 2019 que –entre una abstención aplastante- dio la presidencia a Abdelmadjid Tebboune, el candidato designado por el régimen burocrático-militar y los clanes del poder.
En torno a ese período reciente, y cuando ya tenía 98 años, sufrió una extraña amenaza de expulsión de su domicilio –que ocupa legalmente desde hace medio siglo- basándose las autoridades en un oscuro problema administrativo. Varios medios argelinos lo consideraron una represalia por sus defensa insobornable de las libertades y los derechos democráticos.
Ha seguido reclamando el diálogo de las autoridades con los líderes del Hirak y con otras fuerzas políticas. Hace dos años, aún animaba por vídeo a participar en las decenas de manifestaciones que reclamaban la democratización de su país con estas palabras:
–Hermanos y hermanas, a los 98 años, y aunque sabéis que he sido un manifestante por las libertades durante tanto tiempo, ahora me resulta difícil marchar con vosotros. Soy feliz al comprobar que el pueblo se subleva contra el poder totalitario, contra el sistema que ha dejado a Argelia en su postración actual. Os acompaño con mi espíritu y mi corazón. Viva Argelia democrática.
Una semana después del 29 aniversario del golpe militar de 1992 -que él condenó- Alí Yahia Abdennour ha cumplido cien años, el día 18 de enero. Organizaciones como SOS Desaparecidos (SOS Disparus) y el Colectivo de Familias de Desaparecidos de Argelia (CFDA) han homenajeado a quien –según señalan- ha dedicado «su vida entera al compromiso con los oprimidos, los defensores de los derechos humanos, los sindicalistas y las familias de los desaparecidos». Esas asociaciones de familiares de víctimas lo definen como un «actor de la paz» y como un «humanista infatigable».
A pesar del paso del tiempo, no es posible para mí olvidar a aquel hombre que me abrió su puerta en los tiempos más sombríos. Tenía una voz débil, pero ponía todo su empeño en su defensa de los derechos humanos. Una figura que –ahora lo veo más claro- sólo era frágil en su apariencia.