En diciembre de 2017, Arabia Saudí permitió reabrir cines comerciales después de décadas de prohibición. Por primera vez, hoy viernes 12 de enero de 2018, las mujeres podrán asistir a un partido de fútbol de la Liga Profesional en Arabia Saudí. En junio, serán definitivamente autorizadas a conducir automóviles. Para defender esos cambios y otras reformas que preconiza, el príncipe heredero Mohamed ben Salmán (32 años) utilizó hace dos meses un argumento sólido:“
«El 70 por ciento de la población saudí tiene menos de 30 años. No podemos pasar otros treinta de nuestra vida adaptándonos a ideas extremistas. Vamos a destruirlas rápidamente” (Salmán dixit). Habrá que verlo. Esperemos.
Por el momento, Arabia Saudí es un país que suma –en los últimos años- centenares de condenas y ejecuciones a la pena capital. Éstas se llevan a cabo en público y mediante el método de la decapitación. Entre los delitos que pueden conducir a un reo a ese fin, están el terrorismo (no siempre definido con precisión) y la violación; pero también otras sentencias condenatorias que castigan asuntos como el ateísmo, la sodomía, la brujería o el simple adulterio.
Hablamos del mismo país que condena y castiga al bloguero Raif Badawi, premio Sajarov del Parlamento Europeo, quien -en junio de 2015- fue condenado a sufrir mil latigazos y diez años de cárcel. Sufrió la primera tanda de latigazos entonces. Después, su salud y una intensa campaña internacional evitaron la continuación de una serie brutal que habría acabado con su vida. Raif Badawi es un preso de conciencia más en Arabia Saudí, junto a otros defensores de la libertad de expresión y de los derechos humanos. Es un símbolo que sirve para demostrar que –más o menos minoritaria- existe una cierta sociedad civil saudí que merece nuestra solidaridad.
Las transformaciones internas saudíes -que vistas en la distancia parecen rápidas y reales- son simultáneas a la continuidad de sus disputas estratégicas en Oriente Medio y en el área del Golfo Pérsico (o Arábigo, como deseen). El desgaste por los conflictos externos en los que los saudíes se han visto implicados, especialmente en Yemen y Siria, los choques diplomáticos y la guerra fría con el vecino Qatar, no parecen ser tampoco ajenos a esos cambios. Es una de las explicaciones del esbozo de naciente despotismo ilustrado saudí.
La intervención militar en Yemen (desde 2015) alimenta la crítica internacional por el desastre humanitario que comporta esa guerra. Riad ha intentado presentarla como un combate contra “el extremismo político” y –bajo la mesa- como una lucha del islam suní contra el chií (que encabeza el régimen de Teherán).
Arabia Saudí intenta reforzar su alianza con los países del Consejo de Cooperación del Golfo, sin lograr la plena coherencia de esa alianza regional. Ni siquiera han obtenido el demandado cierre de Al Jazeera, que pareció objetivo principal del ultimátum de Riad de principios del verano pasado. Los saudíes impulsaron el bloqueo de Qatar, por parecerles éste un país disidente de su área de influencia. Para el régimen de Arabia Saudí, Qatar tiene una política exterior demasiado propia. Y Riad acusa a los cataríes de ser el caballo de Troya de los ayatolás iraníes.
Manifestaciones en Irán y conflicto en Yemen
Es curioso que el estallido de protestas masivas en diversas ciudades iraníes tenga lugar en los mismos días en los que Arabia Saudí parece inclinarse por una rápida evolución –o liberalización, según otros- destinada a soltar lastre de los poderes religiosos más tradicionales. Nada más comenzar 2018, el líder supremo iraní acusó a “los enemigos de Irán” de estar en la base de las protestas callejeras de Teherán.
Por su parte, en noviembre, Arabia Saudí acusó a Irán de estar tras el lanzamiento de un misil contra el aeropuerto de Ryad (que fue interceptado antes de alcanzar su objetivo). Aquel misil fue el pretexto para un salvaje bloqueo de las ayudas humanitarias en Yemen. Ese bloqueo inhumano fue finalmente levantado entre quejas internaciones muy extendidas.
“Con la ayuda de los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí ha logrado recuperar el sur de Yemen, pero no ha conseguido avanzar en la región montañosa del noroeste, la más poblada, que sigue bajo el control rebelde. El conflicto se ha convertido en una guerra por interposición entre Riad y Teherán, en pugna por el liderazgo regional, lo que complica una solución meramente yemení”, ha escrito Ángeles Espinosa (El País, 5 de diciembre de 2017).
Así que mientras las mujeres de Arabia Saudí y su sociedad civil aspiran a rápidas transformaciones y la democratización del país, millones de personas sufren esa ‘guerra por interposición’. A finales de noviembre, UNICEF avisó que 11 (sí, once) millones de niños necesitaban ayuda para sobrevivir en Yemen.
Una sociedad no siempre inmóvil
Entretanto, Arabia Saudí ha pasado de ser un país informativamente oscuro a sorprender con los pasos que parece dar hacia un (muy relativo) alivio del apartheid legal contra las mujeres. En otoño, se produjo también el lanzamiento de una campaña (oficial) de lucha contra la corrupción tras la detención (o arresto en domicilios y hoteles de lujo) de unos 200 personajes de la alta sociedad, príncipes y ministros incluso.
Parece formar parte de ese proceso interno de cambios acelerados. Desde el día 1 de enero, la administración y el estado de Arabia Saudí han empezado a cobrar el IVA para reducir su dependencia directa de los ingresos petrolíferos. Quizá esa medida resume la ansiedad saudí para cambiar y adaptarse al paulatino final de una economía basada casi exclusivamente en el petróleo, fuente de eterna juventud de la prosperidad del país.
Determinadas informaciones procedentes de Arabia Saudí señalan que hay una menor presencia de la policía religiosa en los espacios públicos. Y la generación digital, los jóvenes urbanos, lo celebran (insisto: si las informaciones de la prensa occidental son ciertas y creíbles).
No han pasado ni seis meses desde que el rey Salman ben Abdelaziz apartó a su previsto sucesor, su sobrino Mohamed ben Nayef, para designar heredero a Salmán, su hijo. Ese nombramiento no tiene precedentes en un reino de trayectoria siempre propensa a la gerontocracia.
El nuevo sucesor del trono es considerado ya un “rey oficioso”. Y si en el plano interno quiere presentarse como modernizador, atrás queda su impulso a la guerra en Yemen desde 2015, cuando era ministro de Defensa. Esa iniciativa bélica ha producido miles de muertos por los bombardeos de la aviación saudí. También una destrucción enorme en Yemen, junto a las hambrunas y plagas (como el cólera) de gran magnitud. Pero el conflicto con los rebeldes huties (de orientación musulmana chií) se ha expandido sin que se perciba una salida política; mientras Salmán aumentaba las tensiones con Irán y con el pequeño Qatar.
El nombramiento de Mohamed ben Salmán parece asimismo ideado para tranquilizar a los inversores y gobiernos internacionales, que están atentos a sus planes de venta del 5 por ciento de Aramco, empresa estatal de petróleo y gas. Aramco estuvo en sus orígenes (Primera Guerra Mundial) bajo el paraguas de empresas de Estados Unidos, pero después fue readquirida por el Estado saudí que terminó nacionalizándola al cien por cien (en el último cuarto del siglo XX) (*ver Nuevas Cartografías de la Energía de la profesora Aurelia Mañé Estrada, de la Universidad de Barcelona.
El desarrollo del petróleo de esquisto ha anulado en la práctica la dependencia del tradicional aliado estadounidense, mientras aumentan los desafíos en el entorno regional de Arabia Saudí. Riad contempla la posibilidad de perder –o ver reducida poco a poco- la protección de Washington; de modo que los saudíes se han convertido también en el segundo país del mundo que más armamentos importa.
Reformas, estabilidad, desafíos geopolíticos
Así que en el nuevo contexto, esas reformas económicas, junto a los cambios sociales tendentes a una relativa modernización, parecen confluir en una necesaria estabilización frente a la persistencia del conflicto siempre latente con el enemigo chií de Irán y el debilitamiento del poder religioso interno (suní, desde luego). Cuando las autoridades impulsan el horizonte de un programa denominado Proyección de Arabia Saudí en 2030 -para rebajar la dependencia del petróleo- la estabilidad social es imprescindible. Y sin ella, no hay modo de presentarse como es debido ante el reto estratégico que representa el antagonista de Teherán. Es preciso, pues, tranquilizar a las clases sociales educadas en el exterior, que comprenden cada vez menos el primitivismo del colectivo de los clérigos y de sus más cercanos amigos en el poder político directo.
Pero según un resumen del diario francófono de Beirut L’Orient-Le Jour (8 de noviembre de 2017), el régimen de Riad ha tocado techo en su impulso estratégico exterior: “Enmarañado en Yemen, enfurruñado con Qatar, el reino wahabita es incapaz de formar un bloque suní frente a Irán”. Porque de ese bloque siguen ausentes Turquía, Egipto (en menor medida quizá) y Pakistán (*ver Courier International, 16-22 de noviembre de 2017).
Hay que recordar también que diversos países (no sólo Irán), sino también Francia y la Unión Europea desconfiaron de la extraña crisis libanesa impulsada por los saudíes. Ese asunto conllevó el exilio temporal (retención, más bien) del primer ministro libanés Saad Hariri en Riad. Al final, el regreso de Hariri a Líbano es otro fracaso para las presiones del heredero saudí, quien –parece- había decidido humillar a Hariri a su llegada a territorio de Arabia Saudí. El mandatario libanés fue despojado de su teléfono móvil en el aeropuerto y forzado a acompañar a una escolta armada de la compañía estadounidense Blackwater, a sueldo de los saudíes. Hariri suscita hoy mayor consenso en Líbano –incluso entre los aliados libaneses de Damasco- que cuando aterrizó en Riad.
Así que quizá no es oro todo lo que reluce en la especie de revolución árabe por arriba que impulsa Mohamed ben Salmán. Desde luego, la sociedad saudí es más compleja que el cliché mediático que la reduce “a una mezcla de riqueza insolente y detestable conservadurismo religioso” (François Burgat). Desde que el clérigo Mohamed ben Abd-al-Wahhab entrara al servicio del emir Mohamed ben Saud (1744), la Península Arábiga tiene una historia mayor que todos sus estereotipos, a pesar de las intervenciones e influencias sucesivas de turcos, británicos y norteamericanos. El especialista francés Pascal Ménoret (L’énigme saoudienne/Les Saoudiens et le monde, 1744-2003) ha destripado el mito de una sociedad siempre en estado medieval y sometido a sus propios mitos de país siempre extremo en lo religioso (el mito de un wahabismo inmóvil); mayoritariamente beduino (las ciudades eran muy importantes ya en tiempos del profeta); geográficamente uniforme (no es cierto): “Culturalmente, los saudíes son vistos como beduinos, religiosamente como musulmanes integristas, social y económicamente como nuevos ricos”. Ménoret se explaya explicando los procesos políticos y civiles desde la verdadera creación del Reino de Arabia Saudí (en 1932), donde no han faltado huelgas y movimientos sindicales en Aramco (en 1953 y 1956, por ejemplo); revueltas estudiantiles periódicas; conspiraciones internas de tipo principesco; y retrocesos espectaculares para las mujeres que –en 1968- habían obtenido su acceso a una universidad propia. Lo que la propaganda favorable retiene de Mohamed ben Salmán tiene detrás todas esas contradicciones, que nuestros estereotipos contribuyen a esconder.
Pascal Ménoret decía en 2003 que “Arabia seguirá siendo Saudí y parece que la estrategia de la familia real apunta –sobre todo- a preservar los fundamentos de la monarquía y su unidad nacional”.
Así que también hay que tomar distancia con las afirmaciones del heredero saudí. Con los elogios mediáticos occidentales y con su autobombo.
Y hay que discernir cuanto hay de auténtico o de falso en una declaración suya del mes de octubre, cuando dijo: “Volvemos donde estábamos, al Islam moderado y tolerante, abierto al mundo; a todas las religiones y tradiciones de nuestro pueblo”. Hay que contemplarlo con la mayor perspectiva posible. ¿Qué quiere decir eso de ‘todas las religiones y tradiciones’?
Las saudíes entrarán hoy en varios (predeterminados) estadios de fútbol. Está muy bien, sí. Pero se trata de un elemento más de todo ese largo proceso en un país con una larga historia, mucho más compleja que lo que hemos querido creer.