Cuando los vecinos de Armstrong, una ciudad argentina de unos quince mil habitantes, comenzaron a reunirse para discutir un proyecto de energías renovables, coincidieron en que los efectos positivos podían ser varios, y que no solo se trataba poner un granito de arena en el esfuerzo global para mitigar el cambio climático, informa Daniel Gutman (IPS) desde Buenos Aires.
«La propuesta fue usar los techos y los patios de nuestras casas para instalar paneles solares. Y yo acepté, fundamentalmente, porque me entusiasmó la perspectiva de que seamos algún día independientes en la generación de electricidad», contó a IPS uno de sus vecinos, Adrián Marozzi, quien hoy tiene seis paneles solares en el fondo de la vivienda que habita con su esposa y sus dos hijos.
Su casa es una de las aproximadamente cincuenta en Armstrong con paneles solares que generan energía para la comunidad, y se suman al parque solar de 880 paneles instalados en el parque industrial de la ciudad. Entre todos aportan desde 2017 parte de la electricidad que consumen los habitantes de la localidad de la occidental provincia de Santa Fe.
Se trata de un proyecto pionero en Argentina, construido con organismos técnicos públicos y participación vecinal a través de una cooperativa donde las decisiones se toman democráticamente, que desde entonces fue replicado en varios lugares del país.
Con una extensa superficie de casi 2,8 millones de kilómetros cuadrados, Argentina es un país donde la mayor parte de la generación se ha concentrado geográficamente, lo que plantea la necesidad de una gran infraestructura de transmisión de la electricidad y es una traba para el desarrollo del sistema.
En ese escenario, y a pesar de los obstáculos de financiamiento en un país con una crisis económica profunda y duradera, las energías renovables están apareciendo como una alternativa de generación limpia y en los propios centros de consumo.
Marozzi es biólogo de profesión, pero se dedica a la producción agropecuaria en Armstrong, a casi cuatrocientos kilómetros al noroeste de Buenos Aires. La localidad está situada en plena llanura pampeana –en el corazón productivo de Argentina-, y está rodeada de campos con soja, maíz y ganadería.
Cómo llevar la electricidad a los pobladores rurales dispersos fue el gran desafío con el que lidió durante años la Cooperativa de Provisión Obras y Servicios Públicos de Armstrong, conformada por cinco mil socios que engloban a los cinco mil hogares de la urbe.
La institución nació en 1958 y en 1966 marcó un hito, cuando creó el primer sistema de electrificación rural de este país sudamericano, con una línea de media tensión de setenta kilómetros de extensión que llevó el servicio a numerosos campos.
Otra vez, en 2016, la cooperativa de Armstrong señaló el camino, cuando comenzó a discutir en asambleas con participación vecinal las ventajas y desventajas que podía tener incursionar en las energías renovables a través de paneles de energía solar fotovoltaica.
«Quienes aceptamos que se instalen los paneles en nuestras casas no tenemos hoy ningún beneficio directo, pero apostamos a un futuro en el que podamos ser generadores de todo nuestro consumo eléctrico. Además, por supuesto, de que nos interesa la cuestión ambiental», relató Marozzi desde su localidad.
El parque solar de 880 paneles y 200 kilovatios (kW) de potencia instalada actualmente está siendo ampliado a 275 kW gracias al dinero que en Armstrong se ahorró por la energía que no se compró en estos últimos años al sistema nacional. Fueron los vecinos que integran la cooperativa quienes decidieron que lo ahorrado por lo generado con energía solar se invirtiera de esa manera.
Modelo a seguir
En Argentina existen cerca de seiscientas cooperativas eléctricas en pequeñas ciudades y pueblos del interior del país, que nacieron a mediados del siglo veinte, cuando el sistema interconectado nacional todavía estaba poco extendido y acceder a la electricidad resultaba un problema.
Estas cooperativas habitualmente compran y distribuyen la energía en las poblaciones. Pero socios de decenas de ellas advirtieron que también podían ser generadores de electricidad limpia cuando visitaron el proyecto de Armstrong y últimamente pusieron en marcha sus propias iniciativas de energías renovables.
Una de las que también tiene un parque solar fotovoltaico es la Cooperativa Agropecuaria y de Electricidad de Monte Caseros, una ciudad de unos veinticinco mil habitantes en la provincia de Corrientes, en el nordeste argentino.
«La cooperativa nació en 1977 por la necesidad de llevar energía a los pobladores rurales. Hoy tenemos una planta de envasado de miel y un centro de acopio de arroz, el principal cultivo en la zona. Desde el 2018 también distribuimos el servicio de internet y en 2020 nos asociamos con la empresa eléctrica pública de la provincia para incursionar en las energías renovables», contó a IPS el ingeniero Germán Judiche, responsable técnico de la asociación.
El parque solar de Monte Caseros tiene 400 kW de capacidad instalada gracias a 936 paneles solares. Fue inaugurado en septiembre de 2021 y ha dado tan buenos resultados que ya está por empezar a construirse un segundo parque, de características similares, por parte de la cooperativa, que cuenta con 650 socios, porque abastece solo a pobladores rurales del municipio.
«Todo lo hemos hecho con mano de obra propia de la cooperativa y el diseño de ingenieros de la Universidad Nacional de Nordeste (UNNE), de nuestra provincia», dice Judiche. «Definitivamente es un modelo que se puede replicar. La energía renovable es nuestro futuro», agregó desde su ciudad, a unos setecientos kilómetros al norte de Buenos Aires.
Un camino lento y con obstáculos
De acuerdo a datos oficiales, la generación distribuida o descentralizada de energías renovables para autoconsumo, que permite inyectar el excedente a la red, tiene 1167 generadores inscriptos en trece de las veintitrés provincias argentinas. Tiene más de veinte megavatios de potencia instalada.
Bajo ese régimen operan las cooperativas eléctricas que tienen en marcha proyectos de generación propia con renovables.
En total, en Argentina, un país con 44 millones de habitantes, las energías renovables aportaron casi catorce por ciento de la demanda eléctrica en 2022 y ya tienen más de 5000 MW de capacidad instalada, aunque prácticamente no existen proyectos nuevos importantes para ampliar su peso en la matriz energética.
La mayor parte de la demanda eléctrica es cubierta con generación térmica, que aporta más de 25.000 MW, con gas natural, fundamentalmente, y petróleo. Le sigue la hidráulica, con más de 10.000 MW de emprendimientos grandes, superiores a los 50 MW, que no son considerados renovables.
Pablo Bertinat, director del Observatorio de Energía y Sustentabilidad de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), con su sede en la ciudad de Rosario, también en Santa Fe, explica que en un país como Argentina es imposible ir a un modelo como el alemán de generación residencial masiva de energías renovables, porque requiere inversiones que no son viables.
«Las experiencias comunitarias, que sí es posible desarrollar, tienen varias ventajas: mejoran la autonomía local en la generación de electricidad, permiten un ahorro de dinero por energía que no se compra, que puede reinvertirse en la ciudad, y promueven una descentralización del sistema energético en lo que refiere también a la toma de decisiones», agregó Bertinat desde la urbe santafecina.
El Observatorio de Energía y Sustentabilidad de la UTN estuvo a cargo del proyecto de Armstrong, en un consorcio público-privado, junto a la cooperativa y al Instituto Nacional de Tecnología Industrial (Inti).
El especialista asegura que los proyectos de renovables de cooperativas están avanzando lentamente en Argentina, a pesar de que no existe crédito ni políticas favorables, lo que indica que podrían tener un impacto muy fuerte en todo el sistema eléctrico e incluso en la generación de empleo, si hubiera herramientas que lo potenciaran.
«Nuestro objetivo es demostrar que no solo con grandes empresas se puede avanzar en la agenda del impulso a las energías renovables y el reemplazo de los combustibles fósiles. En Argentina, también las cooperativas son un actor importante en ese camino», precisó.
El caso de Armstrong también despertó el interés del movimiento ambiental, que impulsa el crecimiento de las energías renovables en el país.
Jazmín Rocco Predassi, coordinadora de Política Climática de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN), dijo a IPS que se trata de «un ejemplo de que la transición energética no siempre viene de iniciativas de arriba hacia abajo, sino que las comunidades pueden organizarse, con el acompañamiento de cooperativas, gobiernos municipales o institutos de ciencia y técnica para generar las transformaciones que el sistema energético necesita».