Atadell, el chequista: tan infame como sus verdugos

Tan infame como sus verdugos. Así podemos resumir la trayectoria de Agapito García Atadell (Medulia Editorial, 2024), tal como es recogida por parte de Francisco Rodríguez Pastoriza en su novela del personaje, titulada El invierno del chequista (116 páginas). Se trata de una versión novelada de la biografía de Atadell, a veces muy fiel a la realidad, por momentos más cercana a la literalidad de lo sucedido.

¿De quien se trata? Pues de un destacado militante que durante la guerra civil pasó de unas a otras militancias, del PSOE al PCE, y de nuevo a sus orígenes, sin que sus creencias –es difícil hablar de ‘convicciones’ conociendo los detalles– le impidieran hundirse en prácticas extremadamente corruptas y en una multiplicación de abyectos crímenes sectarios.

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Foto de Agapito García Atadell.

Tras empezar la guerra, García Attadell, tipógrafo gallego que vivía en Madrid, fue primero nombrado jefe de las llamadas Milicias Populares de Investigación, en teoría dependientes de las autoridades policiales. En la práctica, el entonces militante del PSOE, se convirtió en un duro líder autónomo, muy conocido. Se le atribuyó el liderazgo de la siniestra Brigada del Amanecer (creada el 25 de julio de 1936, según el sumario franquista elaborado contra él). Él renegó de ello y afirmó que sólo fue jefe de la Brigada Atadell, también históricamente reconocida.

Cabalgó en la ola de las detenciones arbitrarias, violaciones, robos, ejecuciones y violencias que se ampararon en un proceso que tenía como objetivo público luchar contra la famosa quinta columna franquista, a la que aludió el general Mola en un momento determinado de la guerra. Hay que recordar que Madrid era una ciudad resistente y sufriente, torturada y bombardeada a diario por las tropas franquistas. Atadell degeneró en aquel ambiente de resistencia y sufrimiento.

En el monólogo interior creado por el autor para perfilar a Atadell, éste confiesa que haber ido a misa en el pasado, ser denunciado como un religioso disfrazado o, en ocasiones, hasta llevar corbata pudo ser suficiente para detener a una persona y para ejecutarla.

En su libro, Pastoriza describe con sobriedad a aquel personaje desde el momento en que entra esposado ante el tribunal militar franquista  que –él lo sabe con certeza– le va a condenar a la pena capital.

El autor recrea la prosa pseudojudicial acusatoria de la autoridad militar franquista que contrapone a la sucesión de recuerdos precisos que reviven en la cabeza de aquel hombre de 35 años. Aunque a ratos el ya exchequista cree poder salvarse alegando que salvó a otros, y es cierto en unos pocos casos, como en el de una hermana del general Queipo de Llano, tiende a pensar que lo más probable es que muera pronto ejecutado:  «Atadell lo sabía muy bien porque él mismo había asistido a muchos procesos sumarísimos en la checa de Fomento, incluso había participado en algunos otros para los que él mismo había fabricado pruebas falsas », leemos.

En el Madrid bombardeado y amenazado por las tropas rebeldes, Attadell afirma haber participado en las primeras batallas, incluido el asalto al Cuartel de la Montaña y en los choques de Alcalá de Henares. Pronto brilló para mal en el período más descontrolado de aquella segunda mitad de 1936. Una represión irregular que luego se redujo poco a poco, por el empeño del gobierno legal; aunque nunca llegara a desaparecer del todo.

En su prólogo, Pastoriza cita a Enrique Moradiellos (El País, 27 de marzo de 2021) cuando escribe que «en términos cívico-democráticos, los crímenes de lesa humanidad cometidos por reaccionarios insurgentes en un lado no legitiman ni anulan los crímenes de lesa humanidad en el otro lado».

Desde luego, no faltan autores conocidos que han transitado desde la izquierda al neofranquismo o a los límites justificatorios de los crímenes del fascismo patrio. No es el caso de Francisco Rodríguez Pastoriza, que mantiene sus convicciones democráticas y humanistas, sin dejar de observar el horror de lo que hicieron facciones, grupos o personajes de izquierdas que es difícil relativizar.

En las primeras páginas del relato, ya se recrean –y nos recuerdan– la ficción criminal que fueron los juicios militares sumarísimos de los vencedores de la guerra de España : «En un consejo de guerra los abogados eran nombrados pocos días antes de que comenzase el juicio, a veces sólo unas horas antes y lo único que hacían era pedir que se cambiase la pena de muerte, ya decidida, por la de larga prisión o cadena perpetua ». El acusado Atadell había aplicado métodos similares, igual de expeditivos, forzando argumentos de defensa del acusado que terminaban aportando más peso a la acusación. Incluso, como se ha dicho antes,  inventando datos y pruebas falsas.

Un aspecto interesante del siniestro activista es su preocupación por tener una buena imagen mediática y sus relaciones con los periodistas y medios del Madrid asediado. También con otros medios ajenos a Madrid, la ciudad asediada: «El Daily Mail llegó a dedicarnos aquella portada tan elogiada por nuestros superiores. Si supieran que les di a cambio… »  Disfrutaba recordando una entrevista que le habían hecho en La Vanguardia, «con foto y todo ».

Seguramente, pensaba en su porvenir político. Como si fuera el de un funcionario eficiente que aspira a más. El relieve mediático que logró terminaría volviéndose contra él, lo mismo que los testimonios de sus víctimas, de supervivientes y personas que sufrieron un final cruel bajo la mano de hierro de Atadell y sus sicarios, nombres que se citan en el sumario recreado en el libro.

Por otro lado, él llega a saber que los amigos de su lugar de origen, Viveiro, en Galicia, «cuando estalló la guerra se hicieron casi todos fascistas porque no tuvieron cojones para enfrentarse a la Falange» [sic]. Atadell trabajó como tipógrafo en muy diversos periódicos (ABC, El Sol, La Voz, etcétera), donde se convirtió en un activo sindicalista y de ahí derivaría su militancia posterior. Admirador de Indalecio Prieto, por su influencia regresó del PCE al PSOE. Consta su carta pidiendo ese reingreso. Al final de sus meses de trayectoria sangrienta, Prieto lo rechazaría por sus fechorías.

La checa de Atadell tenía su sede en el número 1 de la calle Martínez de la Rosa, entre la calle Serrano y el paseo de la Castellana. Desde allí partía la casi cincuentena de agentes de la Brigada del Amanecer para ratificar sospechas y sospechosos, descubrirlos o inventarlos, a veces por motivos puramente sectarios o hasta por inquinas personales que nada tenían que ver con las razones del conflicto, sino con asuntos privados: « …todos comenzaron a gritar y las mujeres que estaban en la casa lloraban y nos rogaban o nos insultaban. Tuvimos que reducirlos a todos y ponerles esposas para conducirlos a los coches. Bajamos las escaleras de manera atropellada, haciendo mucho ruido, sin poder evitar las llamadas de socorro que salían de sus gargantas, oyendo a nuestras espaldas los llantos y los gritos de los familiares. Ninguno de los vecinos de las fincas salió a curiosear a los descansillos, aunque sentíamos su presencia detrás de cada puerta ».

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Atadell rememora los nombres de algunas personas que salvó, figuras destacadas o familiares de altos mandos del franquismo. Pero cuando comparece ante el tribunal militar es consciente de que sus jueces actúan con una lógica siniestramente definida, que él mismo había seguido de otro modo «porque la estrategia consistía en provocar un sentimiento de terror total con el fin de conseguir la colaboración de la ciudadanía».

Cuando el gobierno republicano reforzó sus acciones para controlar a los incontrolados, Atadell respondió culpando a los responsables de las checas de los demás, anarquistas y comunistas. Según decía, porque las autoridades republicanas «empezaron a poner pegas y a criticar algunas cosas que llegaban a sus oídos».

Y no se trataba sólo los asesinatos repentinos o de improvisados juicios sumarísimos, sino de robos generalizados y muy directos. Aquellos chequistas empezaron depositando todo lo robado en la sede del palacete de Martínez de la Riva, pero Atadell confesará luego que terminaron requisando toda clase de dinero y objetos para llevarlos cada uno de ellos a su propia casa. Y ya no detenían por indicios leves y únicamente ideológicos, sino por pura avaricia. El personaje dice en algún momento que ha llegado a robar a otros que eran igual de pobres que él y que sus colegas de la Brigada Atadell (él negaba ser jefe de la Brigada del Amanecer).

Ya cerca del invierno de 1936-37, en el momento en el que creyó que el avance de las tropas franquistas era definitivo, intentó escapar junto a su esposa y dos de sus colaboradores con varias maletas llenas de dinero, joyas y objetos de valor, producto de sus robos y saqueos. Partieron en barco el 12 de noviembre de 1936 desde Santa Pola (Alicante), con falsos pasaportes cubanos.

Tras pasar por Marsella, el barco se dirigió a Vigo, camino de La Habana. Se sabe que Luis Buñuel supo de esa huida y de su paso por Marsella. Buñuel lo denunció al embajador de la República Española en París, Luis Araquistain, quien hizo derivar esa información hacia la España republicana, hasta terminar siendo conocida por los franquistas, quienes terminaron capturando al fugitivo en el puerto de Santa Cruz de la Palma, a finales de noviembre de 1936.

Fue detenido en aquella tercera escala, en las islas Canarias, cuando ya se creía a salvo de todos. En el libro se cita al fiscal militar que acusaría meses después «a García Atadell de intentar evadir 25 millones de pesetas al extranjero, en joyas y dinero, fruto de las rapiñas de la Brigada del Amanecer. Fueron sus propios camaradas quienes le denunciaron, por tratar de huir con el expolio» [sic]. Fue enviado a Sevilla para que lo juzgara un tribunal militar. Indigno casi siempre, Attadell terminaría sus días abrazando los principios de quienes lo condenaron a muerte. Fue ejecutado en el garrote vil el 15 de julio de 1937.

Previamente, redactó una rectificación de su pasado, esperando una medida de gracia hasta el último minuto. Dirigiéndose por escrito a Indalecio Prieto afirmó: «Ya no soy socialista. Muero siendo católico». Asimismo escribió cartas a su esposa, Piedad Domínguez Díaz, que en aquellos días estaba en Hendaya, en un convento francés, mientras él intentaba hacer lo necesario –por poderes y en la distancia– para llevar a cabo un matrimonio canónico y religioso.

En esas circunstancias anteriores a la ejecución, en la obra de Pastoriza el personaje se lamenta de no ser fusilado, sino ejecutado en el garrote vil.

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Dos fotos de Agapito García Atadell, tras ser detenido por los franquistas en 1937.

Murió condenado y ejecutado por los franquistas. Quedó manchado también por el rechazo y el odio unánime de sus antiguos camaradas. Lo enterraron junto a su cómplice y amigo de la infancia, Pedro Penabad, en el cementerio de San Fernando de Sevilla: «Nadie acompañó los féretros ni asistió al entierro», se dice en el libro.

Con el apoyo de una documentación certera, Pastoriza ha construido una obra señalada que tiene unas ciertas resonancias de la crueldad originaria del Pascual Duarte, de Camilo José Cela. Ambas historias terminan conduciendo al lector hacia el espectro del garrote vil, como punto sintético final del apocalipsis de todos los horrores previos.

Desde luego, las crueldades de la guerra civil son apenas sombras en Pascual Duarte. Agapito García Atadell no fue una ficción, sino un personaje histórico muy determinado.

A lo largo de esas páginas de Pastoriza, vemos a través de los textos del proceso sumarísimo, que reviven también las mentiras de la propaganda franquista, la hipocresía, las falsedades y los crímenes de quienes condenaron a Atadell por acciones similares a sus propios asesinatos y desmanes.

En El invierno del chequista, el escritor se basa en su largo oficio como periodista, mientras el drama de Atadell se apoya en una prosa clara y precisa. Impecable descripción de las miserias, la crueldad humana y la mayor indignidad.

Paco Audije
Periodista. Fue colaborador del diario Hoy (Extremadura, España) en 1975/76. Trabajó en el Departamento Extranjero del Banco Hispano Americano (1972-1980). Hasta 1984, colaboró en varias publicaciones de información general. En Televisión Española (1984-2008), siete años como corresponsal en Francia. Cubrió la actualidad en diversos países europeos, así como varios conflictos internacionales (Argelia, Albania, Kosovo, India e Irlanda del Norte, sobre todo). En la Federación Internacional de Periodistas ha sido miembro del Presidium del Congreso de la FIP/IFJ (Moscú, 2007); Secretario General Adjunto (Bruselas, 2008-2010); consejero del Comité Director de la Federación Europea de Periodistas FEP/EFJ (2013-2016); y del Comité Ejecutivo de la FIP/IFJ (2010-2013 y 2016-2022). Doce años corresponsal del diario francófono belga "La Libre Belgique" (2010-2022).

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