Los recolectores de algas en Chile, conocidos como algueros, apuntan a sofisticar los productos que usan como base el cochayuyo, la principal alga comestible que se extrae en el país, para enfrentar la pobreza de los que viven de esta actividad. Ven también con preocupación los efectos producidos en su actividad por el cambio climático, informa Orlando Milesi (IPS) desde Bucalemu.
Este país sudamericano alargado y estrecho tiene una extensa costa al océano Pacífico, de 6435 kilómetros que va desde el norte del desierto de Atacama hasta la Patagonia y que recibe la influencia de la corriente fría de Humboldt. Esta corriente baja la temperatura de sus aguas permitiendo la multiplicación de las algas.
En el mar trabajan 99.557 pescadores artesanales inscritos hasta 2022, de los cuales 25.181 son mujeres. Los denominados recolectores de orilla, por su actividad alguera en rocas o en tareas secundarias de la producción pesquera son 51.445 hombres y 21.839 mujeres.
El sector pesquero es clave en la economía chilena y, según cifras oficiales, la extracción alcanzó a 1,35 millones toneladas en el 2022, con un beneficio de 8500 millones de dólares, donde la pequeña pesca debe convivir con las grandes flotas extractivas, dedicadas a capturas para la exportación.
Una familia de algueros
«Nací en una familia de recolectores de algas. Desde que tengo memoria estoy ligada al mar. Cuando niña nos llevaban a los asentamientos instalados al borde del mar. Allí vivíamos toda la temporada de recolección», contó a IPS Gissela Olguín, en la caleta Bucalemu, 258 kilómetros al suroeste de Santiago. Las caletas definen localmente a unidades productivas pesqueras ubicadas en una ensenada.
El período de extracción de algas en este país austral en sus estaciones se extiende desde fines de agosto a comienzos de abril siendo las principales el cochayuyo (Durvillaea antártida) y el luche (Porphyra columbina). Las siguen la luga (Gigartina skottsbergii) y el huiro (Lessonia trabeculata).
Al bucear los algueros también extraen para consumo familiar mariscos como lapas (Fissurella spp) y erizos (Loxechinus albus), muy preciados en la gastronomía chilena.
«Con mi papá nos decidimos a trabajar juntos. El saca las algas y el resto de la familia comercializa y ayuda en el secado y amarre del cochayuyo», relató Gissela, quien impulsó la creación del Sindicato Nacional de Trabajadoras de la Tierra y del Mar.
Esta alguera de cuarenta años es la tercera generación de su familia cuya actividad está ligada al mar, pues su padre, Mario, de 65 años, es hijo de pescadores de Bucalemu, un pueblo de 1500 habitantes, que pertenece al municipio de Paredones, en la región de O’Higgins, en el centro del país.
Se denomina actividades conexas de la pesca las que se hacen antes o después de la captura de recursos. Entre estos trabajos subvalorados están la recolección de algas, el corte y limpieza del pescado, el armado de redes y encarnar espineles, especie de palangres con anzuelos para pescar peces grandes cerca de la costa.
«Tenemos menos oportunidades, menos acceso a capital de trabajo y estamos en un rango social menor», afirma Gissela.
Sobre las demandas de las mujeres que trabajan en la orilla, menciona problemas de ilegalidad, condiciones económicas precarias e inseguridad social.
«No tenemos un empleador, no cotizamos, no tenemos seguro de salud. Son precariedades laborales que enfrentamos y a las que hoy nadie está respondiendo», sostiene.
Admite un avance concreto con la Ley 21/370, aprobada en 2021 para promover la equidad de género en la pesca y la acuicultura, que «permite que las mujeres gocemos de igualdad de condiciones en el sector pesquero. El próximo paso será avanzar en el registro de las mujeres».
Aumentar el valor agregado para salir de la pobreza
Un problema que enfrentan los algueros es la caída del valor de su producto. En 2022 los intermediarios pagaban el equivalente a 1,6 dólares por cada kilógramo de huiro, de referencia en la cotización de las algas. Ahora pagan tan solo 0,16 dólares.
Justifican esta disminución por las variaciones en el mercado asiático, principal destino de las algas que son ricas en agar, arginato, calcio y minerales y que usan en las industrias de alimentos y cosmética.
El año 2020, según la Subsecretaría de Pesca, las exportaciones totales de cochayuyo, el alga más comerciada, en su variedad no apta para el consumo humano fueron 1933 toneladas de las cuales 1522 fueron a China. A Taiwán fueron 265 toneladas y a Japón 21,6.
Del total de 21,4 toneladas de cochayuyo apto para el consumo humano exportadas el 2020, 21,2 fueron destinadas a Japón y ninguna a China. El 2012, en cambio, las exportaciones de este cochayuyo a China habían alcanzado a 638 toneladas y a Taiwán 310 toneladas.
Debido al bajo rendimiento económico de la explotación de algas, Gissela optó junto con su madre por picar cochayuyo para convertirlo en mermeladas, harina y snack (bocadillos).
«El alga es mal pagada y los intermediarios se quedan con todo el recurso económico», comenta.
Propone enseñar a las algueras métodos para dar otros usos al cochayuyo, generar valor agregado y cortar la relación con los intermediarios. La idea, detalla, es enseñar técnicas de conservación, ahumado y deshidratado para crear otro producto.
En la cercana playa de Punta de Lobos, en el municipio de Pichilemu, a unos cuarenta kilómetros al norte de Bucalemu, está la casa de Omar Marzo Vargas, de 59 años, quien se autodefine como «marero», pues hace todas las faenas en el mar que se vinculan con la pesca. En Pichilemu viven dieciocho mil personas.
«Mi papá tenía un cochayuyo que tiraba a las brasas, se tostaba y se comía. Yo lo perfeccioné y gustó mucho. Es una ramita de cochayuyo horneado, unas veces con miel y otras con merkén (ají seco y picante con otras especies, de origen mapuche) ahumado y ajo», cuenta a IPS.
Marzo tiene inscrita la marca «marero» y un registro sanitario. Ya le pidieron cinco mil bolsas de 35 gramos cada una de cochayuyo.
Corta el cochayuyo con tijeras y añora una máquina para hacerlo y luego embolsar para prolongar la vida útil del alga.
Subraya que otro de sus objetivos es preservar el recurso. «A modo de ejemplo, en vez de sacar treinta toneladas podríamos sacar solo media. Sería un tremendo beneficio para el planeta porque el mayor productor de oxígeno es el mar y las algas. Si podemos vivir con menos cantidad de algas, mejor», dice Marzo.
Con orgullo, relata que su producto lo desarrolló «solamente con inteligencia, me costó dos años mejorar lo que mi papá hacía. En las pruebas perdí cochayuyo, miel, aliños, pero gané conocimientos y que el producto sea reconocido», detalla.
Preocupación por impacto del cambio climático
Tanto Gissela Olguín como Marzo son testigos de los efectos negativos del cambio climático en la costa chilena.
«Yo hago memoria y desde que era niña han desaparecido muchos recursos. Nosotros teníamos bancos de choros zapatos (Choromytilus chorus), y hoy hay que comprarlos. Teníamos alga chasca, muy demandada por su agar. Y se perdió, acá ya no hay», indica Orguín.
Añade que este año «el luche salió pegado a la roca, no tiene cuerpo, está demasiado delgado y no sirve».
Marzo recuerda que «hace tres años hubo un calor nunca visto en Pichilemu, justo durante la bajamar. Quemó las algas porque estuvieron mucho rato expuestas al sol. El alga que es verdecita, se puso blanca, perdió su pigmentación y murió».
A su juicio, «el ecosistema se regula por sí solo, pero al haber un cambio que no es natural sino producto de la mano del hombre, se origina un calor inusual que produce un tremendo daño porque mata las alga».
Advierte también un inusual aumento de las marejadas que pasaron de tres ó cuatro a siete u ocho cada año.
«Antes las marejadas arrancaban una tonelada de algas, ahora arrancan 30. Aquí han botado una cantidad inmensa de material que se pudre. Como las marejadas se producen en invierno, nada se recupera, no hay cómo secar», relata a IPS.
«Ahora miramos donde cosechábamos hace cinco años y el cambio es tremendo. Las matas crecen solo 20 centímetros y antes a esta fecha teníamos cochayuyo largo», describe.
Algas con enormes perspectivas
En Chile existen unas trescientas especies de algas con distintas características y una cierta homogeneidad gracias a la corriente de Humboldt.
Pero las algas en este país se usan todavía tímidamente como alimento directo, pero juegan un rol en la industria de alimentos y de cosmética.
Además ayudan a enfrentar el cambio climático.
«Las algas son capaces de tomar el CO2 del agua y de la atmósfera, hacen disminuir el CO2 del planeta», comentó a IPS el profesor Iván Gómez, del Instituto de Ciencias Marinas y Limnológicas de la privada Universidad Austral, desde la sureña ciudad de Valdivia, donde tiene su sede.
El académico subrayó que los geles de algas son inocuos lo que les da gran ventaja con respecto a los geles de animales.
«Generan menos efectos alergénicos y se pueden utilizar en cosmetología para pieles sensibles. También en emulsiones como vectores para medicamentos», destacó.
Incluso en muchos países se usan geles de algas en mezclas con cemento para mejorar la textura de materiales para edificios.
«Las algas tienen un aporte proteico impresionante. Su harina tiene muchas propiedades. Hay especies que tienen mucha más proteínas que un biffe. Tienen lípidos de mejor calidad que las grasas de animales. Además aportan yodo y potasio», sostuvo Gómez.
El académico es optimista porque «el cochayuyo se está revitalizando. Se ve en supermercados, en formatos más atractivos. El sushi ha permitido nuevos espacios para el consumo humano de algas y el luche verde se usa en preparaciones gourmet porque es parecido a la lechuga».
Pero, las algas enfrentan problemas debido al aumento de la radiación y a la sequía de trece años que soporta Chile.
«El exceso de radiación decolora y resiente las algas que pierden sus propiedades. El fenómeno del Niño aumenta la temperatura del agua y hay especies muy sensitivas», explicó.
«Hemos tenido trece años de sequía y ahora un año con mucha precipitación. Hubo correntías de agua dulce al mar y las algas se vieron expuestas a salinidades mucho más bajas», advirtió el especialista.