En los tiempos en que Pilar Miró, que de esto sabía mucho, era directora general de cine, triunfó el slogan aquel de “el cine es grande en pantalla grande”. Es cierto, el cine pierde mucho cuando se ve en una pantalla pequeña y no solo en la televisión (por ejemplo, la de la Casa de América de Madrid), en una sala que no reúne condiciones (idem) y con un doblaje falto de sincronización (a todo esto hay que añadir que un café con leche servido en vaso de chato de vino y dos churros cuestan en la cafetería de la institución 3,78€, lo que hace aún más penosa la sesión).
Lamentablemente así es como “los chicos de la prensa” –que cada vez somos menos chicos y menos de prensa, y más de digital- hemos visto “El estudiante”, primer largometraje del argentino Santiago Mitre (1980), hasta ahora conocido por sus cortos publicitarios y por ser el guionista de las películas de Pablo Trapero (“Leonera”, “Carancho”). Una película cínica sobre el mundillo universitario bonaerense, el compromiso político y la corrupción de todos revueltos, y la lucha por el poder en las instancias rectoras. Nada que no sepamos aunque tampoco está mal mirarlo de frente de vez en cuando.
Procedente de distintos festivales en los que ha conseguido premios al mejor guión (Gijón), mejor fotografía (Buenos Aires de Cine Independiente), ópera prima y mejores actores (Academia de Cine argentina) y especial del Jurado (Locarno), “El estudiante” –que se estrena en España el 2 de agosto de 2013- cuenta la llegada a la universidad del joven provinciano Roque, quien enseguida comprende que lo importante es deambular por pasillos y alrededores para hacer amigos y ligar, hasta que descubre a una joven pasionaria, profesora y militante política. La relación amorosa significa también la iniciación de Roque en la política (“especie de Cándido cada vez más inmerso en la carrera implacable de su propio aprendizaje”, Bernard Achour, CineObs), su decisión de convertirse en dirigente estudiantil y su aterrizaje en la realidad cuando se da de bruces con las ocultas intenciones de los “profesionales” de la cosa, profesores y alumnos.
El “¡No!” con que termina la película pone la dosis de dignidad que le faltaba al personaje. Es cine político y cuento con moraleja, una inmersión convincente en el cerrado reducto universitario, una visión ciertamente desencantada de la militancia política y también un relato de iniciación, de aprendizaje de la vida “de los adultos” aunque –no hay que engañarse- el estudiante Roque no se compromete con nada, “no es ni un indignado ni mucho menos un revolucionario (Sébastian Chapuis, Critikat.fr), anida en la militancia porque se descubre un don natural para ‘la gestión de los demás’, retomando una de las definiciones que en la película se dan de la política”.
Si no fuera porque el realizador tiene solo 32 años se diría que es la obra de un desencantado. Pero no es el caso: Mitre se ha documentado, y mucho, en los ambientes sindicalistas universitarios argentinos, “laboratorio ingobernable del militantismo y el compromiso político, microcosmos donde se reflejan las ideologías digeridas y los defectos del sistema institucional argentino” (Julien Gester, Libération); lo que cuenta es tan verdad que muchas de las secuencias están rodadas con cámara oculta.