Roberto Cataldi¹
A lo largo de la historia las batallas culturales fueron, han sido y son una constante. Algunas de génesis reciente, otras tienen su ancla en la antigüedad y su vigencia revela que superaron la prueba del tiempo. Ciertas batallas forman parte de un entramado mucho mayor, constituyendo una verdadera guerra cultural. En todas las ocasiones posibles, los intelectuales estuvieron presentes o de alguna manera participaron.
En la década de los años sesenta yo era un adolescente, pero recuerdo que cotidianamente se hablaba de la Guerra de Vietnam, los hippies y el rock and roll. Una movida cultural muy fuerte que escandalizaba a los custodios del orden conservador.
En Argentina como en otros lugares del planeta vivíamos las luchas intestinas entre los militares por hacerse del poder (con apoyo de élites civiles), quienes protagonizaron varios conatos de golpes de estado. De los seis que tuvieron éxito, los dos últimos (1966 y 1976) terminaron estableciendo dictaduras permanentes que buscaban asfixiar cualquier expresión artística o cultural que no fuera de su agrado.
En cuanto a los otros golpes antidemocráticos (1930, 1943, 1955 y 1962), los dos primeros tuvieron como protagonista al propio Perón y en el tercero fue derrocado su segundo gobierno. Su repercusión enfrentó a dos sectores de la sociedad cuya enemistad está arraigada.
Recuerdo que también en los años sesenta las guerrillas luchaban contra las dictaduras y la descolonización marchaba aceleradamente, al punto que catorce de diecisiete países africanos colonizados sobre la base de una economía esclavista, pudieron independizarse de Francia. En los Estados Unidos eran asesinados John F. Kennedy, Martin Luther King y Robert Kennedy. El escándalo del Watergate daba la vuelta al mundo y se discutía si Nixon debía o no ir a juicio político.
La Guerra Fría entre los Estados Unidos y la URSS, las dos principales potencias luego de la Segunda Guerra Mundial, vivía su etapa de mayor complejidad. En China Mao Zedong encabezaba la Revolución Cultural, recuperando el poder en 1967 luego del fracaso del Gran Salto Adelante y de ser responsable de la Gran hambruna (1959-1961), que entre el campesinado habría costado la vida de unos treinta millones de seres humanos.
En fin, recuerdo que en esa década había numerosos focos de conflicto en el mundo y uno solo tenía registro de unos pocos, pues, la información que llegaba dependía de la trascendencia que querían otorgarle los medios, esta situación actualmente difiere por la existencia de las redes sociales que eluden todas las barreras y llegan a los confines del planeta.
En lo que hace a los velados enfrentamientos culturales entre naciones, sin necesidad de recurrir a las armas, el marketing resulta fundamental. Bástenos la influencia que tuvo en el mundo de la cultura, y sobre todo en la intelectualidad, la Revolución de Octubre a través del comunismo soviético y del maoísmo. Durante la Guerra Fría los dos bandos no solo competían por ser imbatibles en el ámbito deportivo, se disputaban también el favor de los intelectuales.
La principal arma de los Estados Unidos siempre fue el poder blando (the soft power). Desde los inicios del Siglo veinte con Hollywood a la cabeza y las otras ramas del espectáculo logró imponer su particular cosmovisión o su relato. La prueba es que resultan más importantes las noticias triviales que despliega en los medios que las catástrofes y los hechos realmente significativos que se viven en el mundo, situación hoy reforzada por el dominio del mundo digital que pretende convertirnos prácticamente en esclavos. Lo que el Pentágono no pudo lograr con su maquinaria bélica, bástenos los rotundos fracasos militares de Vietnam, Irak y Afganistan, entre otros, lo consiguió el séptimo arte y su maquinaria de entretenimiento que capta grandes masas.
En efecto, ya no se trata del imperialismo que conocimos en el Siglo veinte tras conquistas territoriales, aunque aún quedan algunos nostálgicos como Putín, quien contra el viento y la marea pretende recuperar el pasado. En efecto, por un lado apela al aparato militar para dominar a su vecino y destruir a los que considera sus enemigos, y por otro invoca el espíritu de la Gran Rusia (irredentismo de su nacionalismo que reclama los antiguos territorios de la URSS) con la bendición de Kirill, cabeza de la Iglesia Ortodoxa Rusa, en busca de esa «espiritualidad perdida» que forma parte de su guerra cultural, en otras palabras, rusificar a Ucrania. Ahora se suma el progreso avasallante de la tecnología y la ciencia como extensiones mercantiles de la penetración cultural en sus diferentes vertientes.
En el 68 aconteció el Mayo Francés que se oponía a toda autoridad, condenaba la Guerra de Vietnam, abogaba por la libertad sexual, y rechazaba el capitalismo y el imperialismo. Según Tony Negri, gran parte de los conceptos de Gilles Deleuze que movilizaron a estos jóvenes provendría del pensamiento del holandés Baruch Spinoza (Siglo diecisiete)..
En lo político y cultural logró un cambio de época, pero la mayoría de los que entonces éramos jóvenes no sabíamos que ese movimiento de los estudiantes franceses no era original, pues, tuvo como antecedente las revueltas estudiantiles de Italia en 1967. Comenzó por la Facultad de Arquitectura de Milán, también hubo revueltas en la Universidad Católica influida por la teología de la liberación de América Latina, siguió en la Facultad de Humanidades de la Universidad de la Sapienza y en Trento con el levantamiento de la Facultad de Sociología.
Estos jóvenes vivaban a Ho Chi Minh, presidente de Vietnam del Norte en guerra con los Estados Unidos. Ellos reaccionaban contra la burguesía pero pertenecían a las familias más pudientes de Italia, y jamás llegaron a comprender a los obreros. Las pancartas italianas de entonces decían: «Queremos pensar» (admiraban el régimen maoísta), continuaron en Francia con «La imaginación al poder» y, durante las huelgas en los edificios tomados desplegaban gigantografías de Mao.
La situación actual difiere en muchos aspectos. Uno se pregunta quienes se benefician de estos encontronazos ideológicos. Y los extremos son los que obtienen los mayores réditos. En efecto, las tesituras que no admiten la duda, el cuestionamiento, y exigen la sumisión del individuo. Son grupos ideológicamente radicalizados, de izquierda y de derecha. No faltan los que traicionan su matriz ideológica y se pasan de una posición extrema a la otra por algún interés particular. Mientras los que pretenden asumir posiciones intermedias, que buscan un entendimiento y procuran hacer equilibrio, son tildados de tibios y denostados por ambos bandos. La escala de los grises no suele rendir frutos en las conquistas políticas. El objetivo es dividir a la sociedad en dos fracciones antagónicas que no se toleren, y que no haya disposición alguna para un diálogo franco.
Las guerras culturales entre Oriente y Occidente tienen una larga historia. Hoy asoma un panorama abigarrado y desesperanzador ante las absurdas guerras de religión siempre renovadas y las incontables limpiezas étnicas. También el racismo, el aborto, la eutanasia, el matrimonio gay, los femicidios, el feminismo, la legalización de las drogas, la pena de muerte, la inmigración en las democracias occidentales, el cambio climático, las políticas en educación, salud y género, la libertad de expresión y sus límites, la cultura de la cancelación, la persecución de los disidentes. En fin, resulta agotador este panorama abigarrado de problemas y dilemas sin resolver.
Marine Le Pen consiguió en las últimas elecciones presidenciales que trece millones de franceses la votaran y, ha sido explícita en sus declaraciones: «Hay que empujar a las aguas internacionales a los inmigrantes que quieren entrar a Europa». Para ella son delincuentes. Y recordemos que su padre hace unos años dijo que esta situación se podría resolver en tres meses con Monseñor Ébola…
También Marie, entre otras declaraciones , considera que, «El velo es un marcador ideológico igual de peligroso que el nazismo». Se definió sin ambages cuando dijo: «Trump-Putín: es exactamente nuestra línea política». Pues bien, lo que diga Marie no me interesa, pero me preocupan los trece millones que apoyan sus ideas, también los 74 millones que votaron a Trump y la mayoría de la población rusa que apoyaría la política de invasión a Ucrania de Putín. Por otra parte, no deja de ser curioso como en algunos países de América Latina, políticos, funcionarios y empresarios que están siendo procesados correctamente, o que incluso fueron condenados por la justicia, son ovacionados por un conjunto numeroso de personas que privilegian sus creencias o quizá deseos sobre las evidencias y, terminan peleándose con la verdad.
A las guerras culturales que actualmente dividen el mundo, se suman ingredientes como los algoritmos perversos de las redes sociales y el nacionalismo de los regímenes populistas que explotan la ira de la gente. Mientras tanto, el tema de los derechos humanos resulta cada vez más preocupante por las violaciones y los asesinatos, y el estado de derecho está amenazado en muchas partes. Las tendencias autoritarias ganan terreno, y las democracias retroceden y pasan por su peor momento.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)