Aunque el sueño sigue siendo un misterio acerca de su origen, fisiología y funciones biológicas, los efectos clínicos de sus trastornos están descritos por la importancia que tiene en el proceso vital de un ser humano. La privación de sueño, arrastrar sueño o no conciliar el sueño suponen un riesgo para la salud de la persona.
Los trastornos del sueño que llegan a ser normales, especialmente en la población mayor, son debidos a diversos factores externos, entre los que se encuentran los sociales, ambientales, etc., así como al consumo de alcohol, tabaco, cafeína y otros excitantes. Resulta de especial interés para la neurobiología del sueño el período llamado siesta en todos los idiomas, que es cuando necesariamente el cerebro decide hacer un alto en el camino para que el cuerpo recupere sus fuerzas.
Toda la fascinación que gira en torno al sueño y a los sueños en particular, se siguen estudiando para comprender tanto los mecanismos fisiológicos como su sustrato neuroanatómico, que ha estado envuelto entre controversias y otros misterios. El sueño como tal es normal y es de vital importancia si queremos mantener la salud. Dormimos para reestablecer o conservar la energía; para eliminar los radicales libres acumulados durante el día; para regular la actividad eléctrica cortical; para regular la homeostasis sináptica; y para consolidar la memoria, entre otras cuestiones.
Como necesidad fisiológica, la siesta de aproximadamente 30 minutos tiene un efecto muy considerable para la salud según describe un estudio de la Universidad de Granada. El hecho de poder echar una «cabezada» hace que aumentemos la productividad en el trabajo, evitemos accidentes y notaremos que se reduce la tensión arterial, disminuiremos los problemas cardiovasculares y hasta el sobrepeso.
Esta costumbre que España importó de Italia, dado que los romanos paraban en la hora «sexta», entre la una de la tarde en invierno y las tres de la tarde en verano, no es ni una cuestión social, ni una costumbre latina; realmente es una necesidad fisiológica que hace que podamos mantener la vitalidad si además nos vemos privados de sueño por insomnio, por cansancio, o por patologías como la apnea.
Sentirse mal y quererse echar es un deseo que debemos en la medida de lo posible adoptar para ayudar a mantener el cuerpo y la mente. No entrar en un sueño profundo pero sí despertar descansados. Esta es la teoría, pero la práctica, sin duda no es así, porque en España, con los horarios poco conciliadores con la vida familia, hacen que el 60 % de la población no pueda echarse la siesta y solamente un 7 % lo puede hacer a diario.
En la vida moderna (sobre todo en poblaciones urbanas) el papel del sueño ha quedado relegado y el tiempo destinado a dormir ha ido disminuyendo a lo largo de los años. Para muchos, en el fondo, el periodo de sueño es visto como una pérdida de tiempo (especialmente entre los jóvenes). Es común que éstos consuman diversas sustancias (café, bebidas energéticas, tabaco, alcohol, etc.) que de una u otra forma afectan la fisiología del sueño normal. Esto, aunado a una serie de malos hábitos de sueño (consumir café, alcohol o fumar por la noche, horarios de sueño irregulares, malos hábitos dietéticos, sedentarismo, estudiar durante la madrugada, uso nocturno de dispositivos tecnológicos, etc.), se ha reflejado en que un gran porcentaje de jóvenes universitarios en todo el mundo refieran una mala calidad del sueño.
Hoy sabemos que las consecuencias de una mala calidad del sueño van mas allá de un simple malestar, somnolencia o bajo rendimiento escolar; la hipertensión, la obesidad, la diabetes, diversas enfermedades cardio y cerebro-vasculares, depresión, etc., son sólo algunas de las patologías que a largo plazo se observan con mayor frecuencia en personas con trastornos del sueño. La importancia de la atención a los trastornos del sueño que sufren los jóvenes radica en que la mayor parte de esos trastornos ocurren como consecuencia de factores externos o malos hábitos, que por lo tanto son potencialmente modificables. Todo esto debe hacernos reflexionar acerca de la importancia del sueño como proceso fisiológico y de las medidas de higiene del sueño como una inversión a largo plazo para prevenir enfermedades crónicas, entre ellas, la siesta.