Manuel Valero ha escrito una gran novela que es la historia moral de Puertollano a lo largo del siglo XX; para ser más exactos, en unos sesenta años de ese siglo, los que van desde 1915, cuando la neutralidad española en la I Guerra Mundial empieza a espolear la producción en las minas de carbón, aparecidas a finales del siglo anterior; hasta la muerte del general Franco, sesenta años más tarde, en 1975.
El libro se plantea como una gran saga histórica, una saga en la que Pueblo (que evidentemente es Puertollano) es la principal protagonista, pero cuya vida plural está conformada por las vidas, las mezclas, los cruces, las interacciones, los amores y los odios entre las personas, las familias y los grupos sociales, todo ello al socaire de los sucesivos acontecimientos históricos.
Si digo que Manolo Valero ha escrito una historia moral, es porque creo que ésa ha sido su verdadera intención. No se trata de una historia sin más; no es sólo un relato con una fuerte apoyatura histórica; un relato que fuera pretendidamente objetivo, basado en la narración de hechos y pasiones. Además de todo eso, que lo hay, Valero ha utilizado su bisturí y su código moral y lo ha puesto sobre sus personajes; salvando a unos pocos (más bien pocos: el ingeniero Juan Luis Montero Solís; su hermano Florencio, pintor y bohemio; el minero Francisco Infantes, y la mujer de éste, Casilda Romero, y muy poquitos más) y ‘condenando’ a muchos otros: el otro hermano de la saga de los Montero, David, el indiano, despiadado hasta la crueldad; pero también a casi todos los miembros de la familia Borrás, potentados locales; a buena parte de los Albaniego, de la misma condición (solo salva a José); pero también a buena parte de los dirigentes obreros (sobre todo a comunistas y anarquistas), a los que –sin poner nombres– hace responsables del clima de odio y venganza que se vivió en la ciudad minera, sobre todo tras la sublevación militar de julio de 1936.
Es complicado hablar de un libro sin desentrañar su trama; pero sí creo correcto trasladar que Manolo no trata de ser equidistante en sus análisis. Es obvia su procedencia y su simpatía por los trabajadores, por su historia y por lo que representan, pero estoy seguro de que puede sorprender a más de uno la dureza con la que trata a muchos dirigentes y activistas de la izquierda de Pueblo en determinados momentos; su actuación vengativa e irresponsable con motivo de la insurrección de octubre de 1934; y, como decía antes, de las primeras semanas tras la rebelión militar que siguió al triunfo del Frente Popular en febrero de 1936.
Menciono eso porque me ha llamado la atención, pero es obvio que el autor no ahorra ninguna crítica hacia el conjunto de las fuerzas de la derecha: los potentados locales, en primer lugar; los dueños extranjeros de la Mina; la complicidad de la jerarquía de la iglesia católica; los falangistas y los militares franquistas, etc. etc.
Porque yo creo que el valor de la novela no es tanto el juicio histórico del autor sobre unos y otros (aunque eso tenga relevancia) sino su inmersión en el devenir del tiempo, de la vida, de la historia, individual, familiar y colectiva, para mostrar un paisaje complejo y denso, hecho de supervivencias y esperanzas; de tenacidad y orgullo; de envidias y afanes de superación; de honestidad (en algunos casos) y mero individualismo en la mayoría. Y todos esos son rasgos morales, positivos o negativos, que el autor va repartiendo a lo largo de su historia.
Manuel Valero Calero (Puertollano, 1954) ha sido periodista en Lanza y, como novelista, es autor, entre otras, de un ciclo histórico en torno a su lugar de nacimiento integrado por las novelas: Balneario, La tierra negra y Ultramar, y rematado con la que aquí comentamos.
- El esplendor y la ira
- Manuel Valero Calero
- Ediciones Puertollano, 2018; 684 pags.
- Ilustraciones de Víctor Barba
