Oralidad versus Escritura

Roberto Cataldi¹

Sócrates nunca creyó en la escritura, por eso no dejó nada escrito, sí Platón, su discípulo, que la practicó en forma de diálogo, quizá para no traicionar al maestro. Ya en nuestra era, y muy próximo al inicio de la edad moderna, la invención de la imprenta dividió las aguas, imponiéndose la cultura letrada.

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La muerte de Sócrates de Jacques Louis-David

La pandemia ha facilitado la digitalización, y hoy muchos padres piensan erróneamente que lo mejor es que el niño se maneje solo en el mundo virtual para desarrollar la inteligencia.

La investigadora noruega en neurociencias Audrey Van der Meer, sostiene que es preocupante cómo en su país muchos colegios han sustituido los lápices y los cuadernos, y los niños casi no practican la escritura manual, estímulo fundamental para el cerebro. En efecto, se ha comprobado que el cerebro de los adultos como el de los niños es mucho más activo cuando se escribe a mano o se dibuja, pues, la producción de intrincados movimientos de la mano al usar un bolígrafo y el aumento de lo sensorial que acompaña producen más actividad en las áreas sensoriomotoras del cerebro, esto facilita que las personas aprendan y recuerden.

En otras palabras, la ciencia nos señala que la escritura a mano mejora la inteligencia y la memoria de los niños, por eso no es aconsejable la digitalización completa en las aulas. Por otra parte, que un niño pequeño use un smartphone o una tablet no significa que sea digitalmente competente.

En fin, es necesario tener presente que en la cocina del discurso que necesitamos para comunicarnos, los recursos lingüísticos son algunos de los condimentos y,  tener un vocabulario amplio y variado desarrolla la inteligencia, la capacidad de reflexionar y de argumentar, en síntesis, abre la mente a otros horizontes culturales. De ahí la importancia del manejo correcto del propio idioma en los niños y los adolescentes. Sin embargo hoy se verifica en muchos pobreza o insuficiencia en el vocabulario oral y escrito, y en estas etapas de la vida resulta preocupante. Y no hablemos de la ridiculez del lenguaje inclusivo…

Otro problema serio es la interpretación de textos, que se suma a la carencia de recursos lingüísticos. Recuerdo que en mi niñez, cuando aún no sabía leer, mi madre me leía obras de literatura infantil y, cuando ya supe leer y escribir, mi padre me hacía escribir composiciones y leer libros escogidos para que luego le explicase qué había entendido, incluso debía leer en voz alta.

Esa era la forma en que muchas familias participaban en la educación e instrucción elemental de sus hijos, más allá de la formación que podían recibir en las instituciones.

En efecto, la familia como la escuela tenía  plena conciencia de que el niño debía aprender a leer, hablar y escribir correctamente, además de manejar las cuatro operaciones aritméticas básicas. A esto se sumaba la transmisión de valores y principios encaminados a que se convirtiese en una persona de bien.

Entonces no existía el actual mundo digital con todas sus facilidades, claro que cada época hecha mano de los recursos de que dispone. Como ser, Quintiliano hace unos dos mil años, aconsejaba a los padres que tuviesen cuidado con entregar a sus hijos a nodrizas que hablen mal, pues sus palabras son las primeras que el niño pronunciará y por imitación aprenderá a expresarse. Para Quintiliano había que evitar que el niño se acostumbre a un lenguaje que luego tendrá que olvidar, y añadía que los malos hábitos son más difíciles de perder.

Cicerón, el más grande de los oradores latinos (nació en el 106 antes de C.),  aprendió el griego de las nodrizas y esclavos de su padre que eran griegos. De adulto se entrenaba diariamente declamando en latín y griego. Y la incorporación de una lengua extranjera como parte de la formación cultural también estaba presente hace dos mil años.

Entiendo que vivimos otra época, que no podemos volver al pasado, pero sí examinarlo para sacar algunas enseñanzas que han superado la prueba del tiempo. Tenemos que adecuar la formación de niños y jóvenes  al espíritu de la época, y no creo que por manejar un smartphone o jugar con una tablet,  deban tener un manejo rudimentario del idioma, no puedan escribir una carta  o no sepan interpretar un texto.

Es evidente que, más allá de las herramientas digitales, sin duda bienvenidas, existe un descuido manifiesto por el idioma, que es un factor negativo para la formación de la persona. Hablar y escribir con corrección no es un defecto en la vida social, por el contrario. Tampoco saber interpretar una narrativa de ficción, un informe meteorológico  o un artículo periodístico.

La tarea compromete a padres y docentes. Los primeros no pueden pretender que la escuela o el colegio se encargue de todo el proceso educativo, Es cierto que no todas las familias están en condiciones, sin embargo tengo en claro que padres analfabetos han sabido inculcar a sus hijos sus valores y sabiduría de la vida. Hoy la oralidad y la escritura se complementan tanto en el ámbito intelectual como en el científico, y la defensa de la oralidad no va en desmedro del libro.

Que con el paso del tiempo el joven termine convirtiéndose en orador o en escritor es una decisión muy personal, y esto ya nos introduce en el arte de la oratoria y de la escritura. Todos los oficios poseen su técnica, todas las materias de enseñanza su techné, por eso no revelarlos perturba el aprendizaje. Quien maneja con habilidad ambas vertientes expresivas tiene conciencia que no se habla como se escribe, que los discursos son para ser hablados y no leídos, que hay temas que deben ser hablados como hay otros que deben ser escritos. Además cuando el auditorio mantiene atención las imperfecciones orales pasan inadvertidas, no así en la escritura.

Un buen escritor tiene la habilidad de atrapar al lector desde la primera página del libro y no soltarlo hasta la última página. Albert Camus decía que los escritores que escriben con claridad tienen lectores, en tanto los que escriben oscuramente tienen comentaristas. Estoy de acuerdo. Y Francis Bacon sostenía que, «El leer hace completo al hombre, el hablar lo hace expeditivo, el escribir lo hace exacto».

Dionisio de Halicarnaso, quien vivió en la Roma de la época de Augusto, pensaba que la elocuencia es «el arte de hacerse creer». En toda época y lugar las multitudes han sido alcanzadas por la palabra vehemente de los grandes oradores, es más, la elocuencia oratoria ha desencadenado revoluciones o conducido a los pueblos a la guerra.

Recuerdo que siendo muy joven mi profesor de oratoria me habló con admiración de Federico García Sanchiz, a quien varios años antes había visto en un teatro de Buenos Aires, en la calle Corrientes. García Sanchiz, natural de Valencia, nació en el Siglo diecinueve, cursó unos años la carrera de medicina, luego cambió por filosofía y letras, a la vez que escribía y se dedicaba al periodismo.

Se sumó al Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936, y dicen que cruzó unas treinta veces el Atlántico para dar conferencias y diez veces el Pacífico con igual intención. Pero su consagración definitiva como orador la tuvo en Buenos Aires, en 1926. Las intervenciones de García Sanchiz llenaban teatros, aulas universitarias y salones sociales de los países hispanoamericanos a los que concurría invitado.

Dicen que era un «pico de oro», mote que le habían puesto a otro español notable, Emilio Castelar, presidente de la decimonónica Primera República, y maestro de la oratoria parlamentaria. La gente pagaba el precio de la butaca de un teatro para oír hablar a Garcia Sanchiz.

Al parecer el hombre  era inimitable, su capacidad retórica atrapaba al auditorio, lo hipnotizaba, siendo su exposición una mezcla de conferencia y monólogo. Acostumbraba pararse en el escenario frente al público y hablar ininterrumpidamente durante dos horas, cada tanto se detenía para tomar un sorbo de agua. En fin, una persona de semejante capacidad oratoria suele despertar admiración, aunque también cosecha envidias, por eso algunos lo consideraban un charlatán.

En realidad no tenía nada de improvisado, fue un reconocido escritor, miembro de la Real Academia Española, e introdujo en el diccionario de la RAE el término «charla», cuya definición es: «disertación oral ante un público, sin solemnidad ni excesivas preocupaciones formales». Pues bien, García Sanchiz solía presentarse con la fórmula: «de profesión charlista», y es probable que haya sido el mayor charlista de su época.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)
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