Teresa Gurza¹
El principio de año, es propicio para reflexionar, por lo que les propongo hacerlo sobre la relación que tenemos con los animales.
Nos tocó vivir un mundo en cambio, cosas que parecían inmutables no lo son y se modifican patrones de conducta, aparatos, teorías científicas y costumbres, en base a nuevos estudios que abren posibilidades poco imaginables hace unos años.
Y uno de los aspectos que más ha cambiado, es la visión que tenemos de los animales.
Ejemplo de ello, es lo sucedido con Sandra; orangutana que nació en 1986 en el zoológico de Rostock, en lo que entonces era la República Democrática Alemana.
Como su madre la rechazó, creció en soledad hasta que en 1995 fue vendida al zoológico de Buenos Aires; y tras engendrar y rechazar a Sheinbira, vivió nueve años encerrada y deprimida en una jaula de cemento.
En 2014, la Asociación de Funcionarios y Abogados por los Derechos de los Animales (AFADA), consideró que su situación era intolerable y acudió a los tribunales para que dejara de ser considerada “cosa”.
En marzo de 2015, el asunto llegó al Juzgado Contencioso, Administrativo y Tributario número cuatro de la Ciudad de Buenos Aires, dirigido por la juez Elena Liberatori, quien ordenó se le hicieran exámenes médicos y estuvo con ella, dándole la mano.
“Estudié leyes para defender a los inocentes, y no hay nada más inocente que un animal”, argumentó.
Peleó y logró se le diera personalidad jurídica para ser reconocida como “sujeto de derecho”; ordenándose al gobierno de la ciudad de Buenos Aires, propietario del zoológico, garantizar “condiciones naturales del hábitat y actividades necesarias para preservar sus habilidades cognitivas”.
Para cumplir la sentencia, fue trasladada a un parque zoológico de Florida, EU; y mientras estuvo en Buenos Aires se le dieron pelotas, canastas, telas, periódicos y mecates, para jugar.
Notable cambio desde que cincuenta y cuatro años antes, en 1960, la especialista en grandes simios, Jane Goodall, observara que un chimpancé había doblado una rama y le había quitado las hojas para pescar termitas con ella.
En 2011, otro chimpancé cogió un puñado de musgo que sumergió en un pozo natural y, a modo de esponja, escurrió el agua en su boca para beber.
La nueva habilidad, fue copiada por los chimpancés cercanos y solo tres años después, más de la mitad de los miembros de su comunidad bebía agua de esta forma.
Las investigaciones han continuado y se ha visto que en Fongoli, en la calurosa sabana senegalesa, vive el único grupo de chimpancés que usa lanzas para cazar pequeños animales con los que se alimenta; lo que podría ofrecer claves sobre la evolución de nuestros ancestros.
Ante todos estos descubrimientos, los investigadores no tuvieron dudas sobre la necesidad de replantearse lo que significa ser humano; porque hacer herramientas ya no era la característica que definía al homo sapiens, frente al resto del reino animal.
Y decidieron conocerles mejor a ellos, para conocernos más.
Recientemente se publicó el mayor estudio que se ha elaborado sobre el mundo cultural de los chimpancés, en el que se registran 31 manifestaciones que prueban que aprenden y se transmiten cosas nuevas; sin que sea un comportamiento inscrito en sus genes.
Lo que lleva a concluir, según publica la revista Science y retoma El País, que donde la presión humana les cambia la vida y les recorta su hábitat, se derrumba la probabilidad de que desarrollen y conserven sus tradiciones culturales.
Y se sabe que no solo los grandes simios tienen capacidades de aprendizaje.
Científicos de la Universidad de Richmond, enseñaron a ratas a conducir pequeños vehículos.
Beyoncé, mi perrita fox terrier, me jala del pantalón cuando tocan a la puerta y no abro rápido; este enero, un perrito chileno al que le fascina participar en marchas de protesta fue herido con perdigones y para poderlo apresar para curarlo, los vecinos organizaron una marcha que terminaba en el consultorio veterinario; y un reciente estudio de Current Biology concluyò que los perros realmente pueden entendernos: y aprenden las emociones en los rostros humanos; por lo que es posible que entiendan si estás feliz, triste o enojado
Y animales diminutos como las abejas, son capaces de resolver operaciones aritméticas sencillas, utilizando colores.
Investigadores australianos y franceses se propusieron probar, que estos insectos pueden sumar y restar; lo que tiene implicaciones para el desarrollo de la inteligencia artificial y mejorar el aprendizaje rápido.
Los científicos construyeron un laberinto y echaron ahí a las abejas; al volar por la entrada del laberinto, verían un conjunto de elementos de entre una y cinco formas y dos colores azul y amarillo; y colocaron dos cajones para las respuestas.
Si las formas eran azules, la abeja tendría que sumar; si eran amarillas, que restar.
Y el lugar de la respuesta correcta se cambió aleatoriamente a lo largo del experimento, para evitar que solo visitaran un lado del laberinto.
Al comienzo hicieron elecciones al azar; pero luego encontraron la manera de resolver el problema.
Y en más de cien pruebas que llevaron de cuatro a siete horas, aprendieron que el azul significaba más uno, mientras que el amarillo significaba menos uno.
- Teresa Gurza es una periodista mexicana multipremiada que distribuye actualmente sus artículos de forma independiente
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