Un libro reciente recoge el nacimiento, desarrollo y represión del primer experimento comunitario
El error cometido por Luis Napoleón III al declarar la guerra a Prusia en 1870 terminó con la desaparición del Segundo Imperio francés. La derrota fue seguida de un armisticio humillante por el que, entre otras medidas, Francia se obligaba a ceder territorios a sus adversarios.
Al año siguiente se proclamó la Tercera República después de unas elecciones que ganaron conservadores y monárquicos, que formaron una Asamblea Nacional presidida por Adolphe Thiers. Los dirigentes del nuevo régimen añoraban los antiguos privilegios y ansiaban el regreso de la monarquía. Los enfrentamientos entre conservadores y monárquicos contra republicanos progresistas se concentraron en la Comuna de París, un episodio que marcó la reciente historia de Francia.
Un libro del profesor John Merriman recoge el desenlace de este acontecimiento histórico poniendo el énfasis en la represión que siguió a la breve experiencia comunitaria. Su título: “Masacre. Vida y muerte en la Comuna de París de 1871” (Ed. Siglo XXI). Su contenido, fruto de largas investigaciones, nos descubre un escenario poco divulgado de la historia reciente.
Insurrección y revolución en París
La oposición al gobierno conservador por parte de obreros, intelectuales y artistas que vivían en París, apoyados por la Guardia Nacional Republicana, provocó la intervención del ejército para reprimir las iniciativas que se oponían a sus políticas.
La chispa de la explosión revolucionaria se produjo el 18 de marzo de 1871 en la capital francesa cuando tropas al mando del general Lecomte intentaron apoderarse de los cañones custodiados por la Guardia Nacional en Montmartre para que no fuesen utilizados contra el gobierno. La movilización popular impidió que se llevasen los cañones construyendo barricadas, desmarcándose de las intenciones de restauración monárquica de los dirigentes republicanos y proclamando un autogobierno progresista en la ciudad.
Lo que había comenzado como una defensa de los cañones de la Guardia Nacional se convirtió en una insurrección y luego en una revolución. Este fue el origen de la Comuna de París, el primer experimento comunitario, aplastado brutalmente por un ejército tan sólo diez semanas después de haberse constituido.
Un estado social
La Comuna de París se fundó proclamando una serie de medidas progresistas. Casi todas habían sido demandas republicanas durante el Segundo Imperio, pero fueron olvidadas por los nuevos gobernantes: la implantación de la educación obligatoria, gratuita y laica, el derecho de reunión y asociación, la prohibición de desahuciar a inquilinos incapaces de pagar el alquiler de sus viviendas, la abolición del trabajo nocturno en algunas profesiones, la mejora de la situación de la mujer, el establecimiento de bolsas de trabajo en cada distrito, la subida de salarios a los maestros y la equiparación entre hombres y mujeres docentes…
Las clases populares aprobaban los planteamientos y las políticas de la Comuna y su apoyo se manifestaba en la proliferación de periódicos, folletos, panfletos y carteles que inundaban París, mientras los burgueses abandonaban la ciudad y se refugiaban en Versalles.
La Comuna funcionaba de manera satisfactoria para sus dirigentes, que consiguieron que la delincuencia disminuyese y que los necesitados recibiesen ayudas oficiales. Se registraron también sucesos que empañaron los logros sociales, como la destrucción de edificios y monumentos (a destacar la de la columna Vendôme) mientras el anticlericalismo se extendía por toda la ciudad, con episodios penosos contra templos y eclesiásticos, algunos de los cuales fueron detenidos por los comuneros y en algunos casos ejecutados.
Represión sangrienta
La reacción contra la Comuna comenzó nada más proclamarse ésta, cuando la Asamblea Nacional se instaló en Versalles, sede tradicional de la monarquía francesa. Allí comenzó a promulgar una serie de leyes reaccionarias y a reconstruir un ejército poderoso con la intención de aniquilar la Comuna.
Tras las primeras manifestaciones y enfrentamientos con víctimas mortales el ejército comenzó a bombardear París para allanar la invasión a los soldados. Un ejército de 130 000 hombres con 500 cañones, formado por una gigantesca horda de bonapartistas, clérigos, orleanistas y conservadores, tuvo como objetivo desde el primer momento destruir aquel experimento democrático y social.
Frente a ese poderoso ejército reconstituido de Versalles los comuneros sólo contaban con el apoyo de la Guardia Nacional y del pueblo, dispuesto a arriesgar su vida en las barricadas.
El 21 de mayo, tras la caída de Fort Issy, los versalleses entraron en la ciudad y comenzaron a tomar barrios y distritos, registrando casas, edificios, catacumbas y alcantarillas, asesinando indiscriminadamente a mujeres, niños y ancianos, fusilando en masa a guardias nacionales, comuneros y civiles e imponiendo el terror por donde pasaban.
John Merriman recoge casos verdaderamente espeluznantes rigurosamente documentados. Los incendios de barrios enteros, provocados por unos y otros, convirtieron la ciudad en un infierno sembrado de miles de cadáveres que se descomponían al sol durante días. La llamada Semana Sangrienta fue mucho más que una represión feroz contra los comuneros. Los historiadores aseguran que no se había visto nada semejante en Paris desde la Masacre del Día de San Bartolomé en 1572.
Cuando el ejército acabó con las últimas resistencias en Belleville y en el cementerio de Père Lachaise, comenzaron los consejos de guerra, que se celebraron ininterrumpidamente durante semanas las 24 horas del día, en sesiones que a veces no duraban ni diez segundos. Las descargas de los pelotones de fusilamiento se oían día y noche. Miles de prisioneros fueron ejecutados y otros trasladados a pie a las cárceles de Versalles, donde muchos fueron también fusilados y otros sobrevivieron en condiciones penosas. Fue así como los militares franceses, humillados en Prusia sólo siete meses antes, se cobraron venganza en los comuneros parisinos.
Terminada la destrucción de la Comuna y ejecutados todos sus dirigentes, el nuevo régimen, autoproclamado República del Orden Moral, homenajeaba a sus mártires mientras promocionaba un catolicismo ultraconservador. La basílica de Sacre-Coeur se erigió en Montmartre como símbolo de penitencia para el pueblo de París y de vinculación entre una Iglesia que aspiraba a la restauración de la monarquía y una República ultraconservadora que había aplastado un experimento de progreso social.
Pasaron muchos años antes de que los partidos políticos y los sindicatos franceses pudieran reconocer públicamente los valores de la Comuna y que el pueblo pasara a considerarla como un acontecimiento positivo de la historia de Francia.
La de la Comuna fue la última revolución del siglo XIX, una revolución que terminó en la represión sangrienta que sirvió de ejemplo a las que años después iba a contemplar el siglo XX.