Roberto Cataldi[1]
En estos días donde prácticamente la mitad de la población del planeta debe permanecer encerrada en casa, nos enteramos a través de la prensa de que en diversas regiones del mundo aumentaron las denuncias por violencia de género y también los asesinatos de mujeres.
Esto se comprobó primero en China, luego en países de Europa y ahora en América Latina, en consonancia con la sucesión de países que fueron imponiendo esta medida restrictiva.
La cuarentena puede ser útil para combatir el virus pero peligrosa cuando hay serios problemas de pareja. El espacio más peligroso sería la propia casa ya que la mayoría de las agresiones se producen allí. El contexto restrictivo exacerba la violencia física y también la psíquica.
Siguiendo la medida que comenzó hace unas semanas en España, y que se está aplicando en otras regiones, las autoridades argentinas establecieron que si una mujer se acerca a una farmacia y solicita un «barbijo rojo», el personal comprende que hay una situación de violencia de género y se comunica inmediatamente con la línea 144 destinada a asesorar y brindar asistencia.
El concepto de violencia de género tendría que ver con las relaciones, las negociaciones y por supuesto las peleas entre los sexos para conseguir o mantener el poder dentro de la pareja. Desde ya que la violencia puede ser ejercida tanto por los hombres como por las mujeres. Y el género sería a la luz de las concepciones actuales una construcción cultural separada de la corporalidad.
Simón de Beauvoir sostuvo que, “la biología no es el destino”; “No se nace mujer, se llega a serlo”; de allí la construcción cultural. El femicidio es el asesinato de una mujer por el simple hecho de ser mujer… Beauvoir denunció cómo las mujeres son cosificadas y condicionadas por sus cuerpos. Hoy se hace hincapié en la historia del patriarcado y la desvalorización de la mujer, pues, los hombres somos los hacedores de esta narrativa que defendemos contra el viento y la marea, si bien en la historia hubo algunas sociedades donde existió el matriarcado.
Magda Goebbels, ante la caída del Reich, decide darles cianuro a sus seis hijos que eran niños. Ella era una mujer de profundas convicciones, aunque equivocada, que recibió la “Cruz de Honor de la Madre Alemana”. Para despedirse le escribe una carta a su hijo mayor que estaba en África del Norte como prisionero de guerra (hijo de un matrimonio anterior) y le dice: “Nos llevaremos a los niños con nosotros, son demasiado buenos, demasiado hermosos para el mundo que se avecina”. Luego Magda y Joseph subieron al jardín de la Cancillería y se suicidaron. En ese lugar de Berlín pude ver una playa de estacionamiento. Y fue un error hacer desaparecer el bunker de Hitler ya que la historia no puede borrarse. El Senado alemán decidió conservar el bunker de los Goebbels que está a pocos metros, dejando que en el futuro los expertos decidan. A veces es necesario que otros, sin la mediación de las emociones, puedan analizar e incluso juzgar.
Hace un tiempo le obsequié a mi mujer un ejemplar de “Una mujer en Berlín”, diario que la autora llevó durante los meses previos y posteriores a la caída de Berlín y cuya identidad está guardada bajo siete llaves. En el libro narra situaciones que tocan lo más profundo de la sensibilidad humana. Comenta que en una oportunidad llevaba en la bolsa de las compras un libro envuelto, la novela “Hambre” de Knut Hamsun, y que en el metro un ladrón le robó el libro confundiéndolo con la cartilla de racionamiento. La autora del polémico diario comentaba que en un pasaje de la novela se describía una comida y al respecto decía: “Ya había avanzado unas diez líneas cuando volví a ese pasaje. Lo leí quizás una docena de veces y me sorprendí arañando las letras con las uñas como si pudiera entresacar esa comida –prolijamente escrita- desde la letra impresa. Vaya locura. Es el comienzo de una demencia leve por hambre”. Qué duda cabe que con el estómago vacío durante un tiempo prolongado la mente termina por claudicar, por eso los políticos y los gobernantes deberían reconocer que no se puede adoctrinar a las masas cuando el estómago está vacío. Virginia Wolf solía decir que uno no puede pensar, amar, dormir bien, si no ha cenado bien.
La autora berlinesa fue acusada de incurrir en “desvergonzada inmoralidad”, ya que en su diario menciona las violaciones que sufrieron mujeres alemanas por los soldados rusos, quienes consideraban que ellas formaban parte del botín de guerra, hecho que se viene sucediendo desde tiempos inmemoriales. Lo cierto es que esta es otra historia que muchos prefieren olvidar o negar. Anthony Beevor sostiene que con la caída de Berlín, al menos dos millones de mujeres alemanas fueron violadas por el Ejército Rojo, y añade que entre 1945 y 1948 habría habido dos millones de abortos como consecuencia de las violaciones.
Es sabido que en el Ejército Rojo era muy difícil mantener la disciplina, por las noches los soldados se emborrachaban y salían por las calles a practicar su deporte favorito: la violación, a pesar de que muchos oficiales rusos estaban en desacuerdo con esa conducta. Dicen que cuando a Stalin le informaban sobre estas violaciones, él respondía, con tono de pregunta y cinismo, si acaso sus soldados no tenían derecho a divertirse (…) Bajo la ocupación militar rusa el tema se convirtió en tabú y un pacto de silencio cubrió a la destruida Berlín, sin embargo el libro cobró actualidad, vulnerando esa omertá, para usar un término de la mafia siciliana que apela al honor del silencio por los delitos cometidos.
Hoy afloran muchos recuerdos que estaban colectivamente reprimidos, situación que permite que ciertos pactos se diluyan e incluso se alimente la discusión, porque convengamos que ya no sólo se trata del terrible Holocausto a manos de los nazis, también existieron muchos otros exterminios que revelan la alienación que dominó al Siglo vinte y que la historia oficial se ha propuesto soslayar.
En mis incursiones por las librerías de Buenos Aires he visto en las mesas de exhibición el libro «Putas y guerrilleras» de las periodistas Miram Lewin y Olga Wornat, con prólogo de la antropóloga Rita Segato. Hace unos días y en plena cuarentena les hicieron una entrevista. Segato hace alusión a la agresión sexual como arma de guerra y el acceso carnal forzado como una forma de dominación en el terrorismo de Estado. Según las autoras del libro, las violaciones y los abusos físicos a mujeres formaban parte del tabú.
En la entrevista Olga Wornat dice:”…si vos en los setenta participabas activamente de alguna agrupación política eras puta y guerrillera”. Y Miriam Levin añade: “Cuando las mujeres salimos de un campo de concentración nos enfrentamos a un doble estigma: el de la delación, porque se suponía que se sobrevive cuando se da información que lleva a más secuestros, y que éramos putas porque nos habíamos acostado con represores porque queríamos”. Luego aclara que los hombres a su salida del campo solo cargaban con el estigma de supuestos traidores.
En fin, después de los crímenes y abusos cometidos en las guerras de los Balcanes y de Ruanda, la Corte Internacional de La Haya consideró que los crímenes sexuales en los centros de detención son crímenes de lesa humanidad.
Anthony Beevor comenta que durante la Guerra Civil Española, el ejército africano en su avance sobre Madrid bajo las órdenes de Francisco Franco no respetó a esposas e hijas de sindicalistas, quienes a menudo eran violadas y asesinadas por soldados marroquíes. Actitud idéntica asumieron hace unos años soldados serbios con mujeres de Bosnia. Japón ha tenido que pedir perdón a Corea del Sur en 2007 por las mujeres que sometió a esclavitud durante la Segunda Guerra Mundial convirtiéndolas en prostitutas para satisfacer a sus tropas; fueron unas 200 000 mujeres obligadas a trabajar en burdeles a las que eufemísticamente llamaban «mujeres de confort».
En la historia del Siglo veinte, Mujeres Libres fue una organización española que dio origen a lo que se llamó el «anarco-feminismo», que se caracterizó por luchar contra el fascismo y también contra los propios anarquistas que consideraban a las mujeres esclavas de los hombres. Tuvo su auge en la España revolucionaria de la década de los años treinta. Ellas pretendían reivindicar sus derechos, superar la ignorancia en que vivían, mejorar las condiciones de trabajo y también defender su condición sexual. En la España franquista el movimiento se extinguió, pero de alguna manera fue precursor en la península de los derechos de la mujer. Me pareció muy inteligente la frase de Eduardo Galeano: «El miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo».
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)