Grandiosa. El adjetivo que mejor califica a esta exposición del gran maestro del siglo de oro español, Zurbarán: Una nueva mirada, que desde el 9 de junio de 2015 presenta el Museo Thyssen Bornemisza de Madrid, donde permanecerá durante todo el verano. Sesenta y tres obras en total, cuarenta y siete de Francisco de Zurbarán, siete de su hijo Juan de Zurbarán y el resto de pintores de su taller y otros seguidores. Algunas se exponen por primera vez en España, gracias a los descubrimientos y estudios realizados en las últimas décadas, que tanto han enriquecido el conocimiento del artista y su trabajo, desde aquella antológica de 1988 en el Museo del Prado.
Fue internacional desde muy temprano, ya que el maestro realizó mucha obra para exportar a América Latina, sobre todo a Perú, donde tenía parientes. En Lima sus obras crearon una escuela de pintores locales que puede calificarse de excelente. Más tarde, cuando los franceses de Napoleón ocuparon Sevilla, su gobernador el mariscal Soult saqueó las iglesias, conventos y monasterios de la ciudad y se llevó a Francia cantidades ingentes de obras de arte españolas y entre ellas casi un centenar de cuadros de Francisco de Zurbarán. Más tarde, sus herederos las subastaron, con lo que el desconocido hasta entonces arte español se dispersó por toda Europa. Bien podemos decir, que la rapiña, en este caso, contribuyó de forma muy eficaz a la internacionalización del maestro extremeño, junto a muchos otros.
La pequeña historia de esta exposición comenzó hace tres años y medio, cuando Mar Borovia, jefe del área de pintura antigua del Thyssen, sugirió hacer algo sobre pintura española. El Thyssen no abunda en pintura española del siglo XVII. De Zurbarán solo tiene dos cuadros, una extraordinaria versión de Santa Casilda y la no menos extraordinaria Santa Marina de la colección Carmen Thyssen. Pensaron en Zurbarán , pero se daba la circunstancia de que el Museo del Prado proyectaba una retrospectiva, con destino a Ferrara y Bruselas, la primera en Italia y la segunda en Bélgica, dos importantes países en el terreno artístico. Entre las dos abarcarán desde septiembre 2015 a mayo de 2016. Aunque en el Museo del Prado no se iba a exhibir esa retrospectiva, había que consultarle. El Prado, además de dar su visto bueno, ha contribuido generosamente con tres obras y ha ayudado con otros préstamos. El Thyssen así contribuye con esta exposición a este año de fuerte presencia internacional del maestro de Fuente de Cantos.
¿Qué impacto puede tener Zurbarán en una España tan desacralizada como la actual y además en verano? Quizá la pregunta surge porque, por desconocimiento, se piensa en Zurbarán como en un pintor de penitencia y ascetismo. Pero no se piensa en él, como quizá el mejor colorista entre sus famosos contemporáneos, incluyendo a Velázquez. Así pues, maestro del color y muy valiente en la combinación de colores, la belleza de sus paisajes asociados a personajes, la variedad y riqueza de telas, brocados, bordados, el gusto por los detalles, y en fin, esa nueva mirada del título de la exposición que pone de manifiesto la elegancia y modernidad con la que están tratados los personajes místicos, hasta el punto de hacerlos únicos en muchos casos. Es sin duda el pintor del barroco que emplea un lenguaje más personal, con una estética que atrapa por su carácter trascendente, realizada con una destreza primorosa y forma única de crear cercanía con el espectador. Durante el recorrido por la exposición, el espectador se da cuenta de manera fácil de los diversos aspectos de la maestría del pintor. Eso es lo que ha cambiado, la mirada sobre Zurbarán, gracias al trabajo de las comisarias Mar Borovia y Odile Delenda, ésta última quizá la mayor investigadora de la obra del pintor extremeño y autora del catálogo de la exposición.
Hay muchas novedades en la exposición. Una de ellas que todas las obras están restauradas, aparecen tal como las pintó su creador. Hay una excepción, la de San Serapio, protomártir de la orden mercedaria (s.XII) y una de las joyas de la muestra, que salió de España en el s. XIX y ahora ha viajado a Madrid desde Connecticut sin terminar la restauración. El Museo Wadsworth Atheneum en Hartford puso como condición para prestar la obra, que deberá estar de regreso para culminar la restauración una semana antes de la clausura de la muestra.
La exposición.
De las siete salas dedicadas a la exposición, bajo los epígrafes, Inicios, Conjuntos I y II, Pinturas aisladas, Francisco y Juan de Zurbarán, Obrador y sus seguidores y La plena madurez, destacaríamos como obras maestras tempranas, el conocidísimo cuadro del Museo del Prado Visión de San Pedro Nolasco. Zurbarán es el único pintor que ha pintado una serie de San Pedro Nolasco, fundador de la orden mercedaria en Sevilla en el siglo XII. Es de 1628-1630 y asombra ya, su composición, su cromatismo e incidencia lumínica, la visión de la Jerusalén bíblica percibida mentalmente, todo ello en una de las técnicas más características del XVII, el chiaroscuro o tenebrismo, como se la llamó en España, no con demasiada fortuna, en mi opinión. De la misma época, una Aparición de la Virgen a san Pedro Nolasco, procedente de una colección privada de París. Aquí la visión mental en la que se muestra la virgen al monje, irradia luminosidad; él está en la sombra exterior, pero tan cercano que casi puede tocarla. Si habláramos de El Greco diríamos que pinta lo que no se vé… Ambos cuadros forman parte de una serie de veintidós, encargada por el prior de la Casa Grande de la Merced de Sevilla hacia 1628. Los mercedarios Fray Pedro Machado y Fray Pedro de Oña, con sus hábitos de lana suave, de un blanco roto que resplandece y pliegues al servicio de un naturalismo aplicado a un movimiento casi constructivista.
Del decenio siguiente, – 1630- 1640 – el de la apoteosis de su carrera, representado en la muestra por los Conjuntos I y II, la joya absoluta es el San Serapio, el protomártir de la orden mercedaria, el ejemplo aún vivo del cuarto voto de la orden, de redención o de sangre, por el que los mercedarios prometían dar su propia vida y se intercambiaban por los prisioneros, arriesgándose a perder la fe al ser torturados. La orden de la Merced se enorgullecía de contar con una larga nómina de martirios encabezados precisamente por el de san Serapio. Era británico, militar, participó en las cruzadas con Ricardo Corazón de León. Estuvo en España para luchar contra los musulmanes e ingresó en la orden de de la Merced, recientemente fundada en Sevilla. Viajó al norte de África para redimir cautivos. De regreso en Escocia fue capturado por piratas ingleses y tras ser atado de manos y pies en dos postes, fue azotado, desmembrado, le arrancaron los intestinos estando aún vivo. Para acabar con estos horribles tormentos, le cortaron el cuello a medias para que le colgara la cabeza. En el cuadro vemos a San Serapio colgado por las muñecas, agonizante, pero Zurbarán no muestra el tremendismo de su martirio. El pintor, respetuoso con las víctimas de muertes violentas y gran sentido de la espiritualidad, no estuvo nunca interesado en la representación de los detalles sangrientos. Hay también en esto un compromiso con la belleza. En este caso San Serapio aparece envuelto en su hábito de mercedario y como a un crucificado, la cabeza cae sobre su hombro derecho con una logradísima expresión de abandono, aceptación y serenidad. El rostro refleja con precisión anatómica y un increíble verismo la imagen llena de humildad del mártir a punto de morir. Del fondo negro destaca la figura iluminada del monje, con esos pliegues esculpidos en su hábito para crear una ilusión de volúmenes que constituyó uno de los primeros grandes logros de su carrera. Volviendo sobre el gusto por los detalles, el papel que reza Beatus Serapus, – fue canonizado en el s. XVIII – prendido con un largo alfiler que proyecta su sombra…
El filósofo y padre de la Iglesia, San Ambrosio de Milán, revestido con una riquísima capa de brocado de seda roja con relieves más intensos, cedido por el Museo de Bellas Artes de Sevilla. San Blas, médico y obispo armenio, mártir del cristianismo en el 316 a.D., en tiempos del emperador Licinio. Revestido de capa en rojo y oro, otra muestra de la riqueza y realismo de las telas. Un san Pedro, hoy en día en el Museu de Arte Antiga de Lisboa que forma parte de un apostolado completo. La imagen representa a Pedro arrepentido de su traición al Maestro, con manos entrelazadas en petición de perdón y llorando amargamente.
De 1638-1639, tres joyas: Adoración de los Magos, San Juan Bautista y San Lorenzo, el primero una suma de composición, perspectiva, cromatismo y expresividad; los dos santos conmueven por la intensa devoción con la que aceptan su futuro adverso destino.
Zurbarán se muestra como consumado retratista en el cuadro Gonzalo Bustos de Lara, padre de los infortunados siete infantes, vengados años más tarde por su hermanastro bastardo Mudarra. Todo un icono en las leyendas medievales. La combinación de colores, los matices creados por la luz en esa capa corta de color verde no tienen parangón, sino es en el mismo Zurbarán.
Pinturas aisladas (1628-1650). De este espacio me quedo con la serie de Santas. Santa Águeda, Santa Casilda, Santa Marina, Santa Apolonia, Santa Catalina de Alejandría. Las mártires con su palma de martirio y los atributos del mismo, excepto Catalina, pintada sin la rueda. Más allá de lo obvio, las santas, son el prototipo de esa otra mirada a la que hace referencia el título de la exposición. Vemos cuatro muchachas bellísimas, elegantemente vestidas, incluso el atuendo de pastora de santa Marina resulta aristocrático. Es como una secuencia de modelos, con profusión de ricas telas, brocados y sedas. Son, como dice Odile Delenda, un dechado de elegancia, modernidad y cotidianeidad.
En esta sección también destacan, además de por las técnicas ya muy mencionadas, por la diferencia y casi extrañeza en el tratamiento de los personajes, La huida a Egipto y La casa de Nazaret. En el primero, un san José mucho más joven del de las representaciones pictóricas habituales, pero sobre todo, no es un hombre dubitativo, huraño, ni replegado en la sombra. Es un hombre vital, fuerte, tierno y amoroso con el niño y con su mujer; ambos se miran a los ojos y el bebé es uno de los pocos con expresión feliz. Hay tanta modernidad en este cuadro que no parece del siglo XVII; y la elección cromática, aparte de las simbologías, bellísima. Procede del Museo de Arte de Seattle. En cuanto al segundo, puede decirse que es único. Un Jesús casi adolescente acaba de herirse premonitoriamente en un dedo con unos espinos que estaba trenzando. María, que sufre con él, vierte una lágrima. Están enfrentados, distanciados a ambos extremos de la estancia. Ella vestida de rojo pasión, él de morado penitencial. Ella melancólica, meditando sobre el futuro martirio de su hijo simbolizado por su pequeña herida. Jesús recibe sobre su cabeza una luz celestial poblada de ángeles, símbolo de una profecía de Simeón, “él será la luz que iluminará a las naciones”. Es una escena llena de una conmovedora intimidad, cada detalle está pintado con gran delicadeza. Cada objeto responde a un símbolo. Las frutas a la redención, las azucenas y el cuenco de agua clara a la pureza inmaculada de María, la rosa al amor y el libro y la labor de costura al trabajo. El claroscuro ha quedado atrás. La penumbra misteriosa acentúa el profundo silencio que parece aislarlos, ensimismados en sus pensamientos. El extraordinario nivel técnico y la gran espiritualidad lograda aquí por el pintor le sitúan al más alto nivel de la pintura del s. XVII. Obra maestra absoluta, perteneciente al Fondo Cultural Villar Mir, Madrid.
Continúa la sala dedicada a a Juan de Zurbarán, hijo del maestro. Juan ya era un consumado pintor a los veintinueve años, edad a la que falleció. Muy diferente de su padre, fue un drama histórico que no pudiera alcanzar su madurez. A los nueve años empezó a frecuentar el taller de su padre. Juan se especializó en cuadros de naturalezas muertas de pequeño formato y creó algunos de los bodegones más originales, bellos y dotados de un inigualable realismo del siglo XVII en España.
La última sala, la de la Plena madurez, es un maravilloso broche de oro a tanta belleza. Con una gran matización del color, un lenguaje más íntimo, como si trascendiera al alma. Los diez cuadros expuestos son otras tantas obras maestras absolutas: San Francisco rezando en una gruta, los dos de Cristo, atado a la columna y crucificado. Ambos siempre en su tradición de no recrearse en el sufrimiento ni en la sangre. El crucificado, aún vivo, parece situado en un momento anterior a la lanzada en el costado, pero tampoco hay marcas de sufrimiento alguno, excepto los clavos en manos y pies. El atado a la columna refleja un tiempo anterior a la flagelación, en un maravilloso retorno al chiaroscuro .Una Virgen niña dormida (o en éxtasis) vestida de rojo pasión. Una Inmaculada Concepción, ya coronada como reina de los cielos y con la esfera terrestre bajo sus pies; la Virgen con el niño Jesús y san Juan niño, nueva mirada llena de ternura y de significados implícitos. El único cuadro de la Huida a Egipto, en el que Jesús es un bebé lactante. Y el san Juan Bautista en una gruta, de expresión indescriptiblemente interiorizada y una técnica de chiaroscuro que roza la perfección. Bellísimos también la Virgen niña rezando y los Desposorios místicos de Santa Catalina de Alejandría. Obras maestras absolutas, algunos de ellos en colecciones privadas, como la Inmaculada de la colección Masaveu.
Hay cuarenta museos europeos y americanos e iglesias españolas prestatarios de la exposición, más los de colecciones privadas como, Masaveu, Abelló, Cambó, Fondo Cultural Villar Mir, Arango, Patricia Phelps de Cisneros, Inna Bazhenova, Ivor Braka, y colecciones privadas no identificadas de varios países.
Esta será la cuarta de las cuatro grandes antológicas de Zurbarán en el siglo XX en España. La primera fue en 1905 en Madrid; la segunda en 1988 con una triple dimensión: Museo del Prado de Madrid, Metropolitan de Nueva York y Louvre de París. En 1998, se celebraron numerosos eventos conmemorativos del cuarto centenario de su nacimiento que culminaron en una gran retrospectiva en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. La de ahora del Thyssen, muestra novedades, descubrimientos, datación de obras, obras inéditas o recientemente recuperadas y piezas restauradas para la ocasión.
Realmente grandiosa.
Ficha de la Exposición:
- Título: Zurbarán: una nueva mirada.
- Organizan: Museo Thyssen-Bornemisza en colaboración con el Museum Kunstpalast de Düsseldorf.
- Sedes y fechas: Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza. 9 de junio a 13 de septiembre 2015. Itinerancia: Museum Kunstpalast, Düsseldorf, del 10 de octubre 2015 al 31 de enero de 2016.
- Comisarias: Odile Delenda, autora del catálogo razonado del pintor, colaboradora del Instituto Wildenstein de París y Mar Borovia, Jefe del área de Pintura Antigua del Museo Thyssen.
- Catálogo en venta en la exposición y disponible en la app gratuita Quiosko Thyssen para tablets y smartphones, en español e inglés.