“Ireneo Funes (Jorge Luis Borges, ‘Funes el memorioso’ en “Ficciones. Obras completas 1923-1949″ es el más valeryano de los personajes de Borges y Edmond Teste (Paul Valéry, ‘Monsieur Teste’) el más borgiano de los personajes de Valéry.
Lo innegablemente común a ambos personajes es la relación que cada uno de ellos tiene con su creador. Los dos héroes -¿o deberíamos decir antihéroes?- encarnan lo que podemos definir un hombre ideal, o una cualidad idealizada que ambos escritores dirán que querrían poseer: para Borges una memoria infalible, para Valéry una inteligencia perfecta…” (Letizia Otero, Universidad de París-Sorbona).
«La tontería no es mi fuerte». Desde la primera frase de «La velada en casa del señor Teste», primero de los capítulos en que se divide esta reedición de “Monsieur Teste”, Paul Valéry, quien tenía veinticinco años cuando lo escribió, nos explica que su fuerte es la inteligencia. Publicado inicialmente en la Revue du Centaure en 1896, Valéry establece en este ensayo, que muy bien pudo ser una novela, lo que podríamos convenir que será la línea roja de sus posteriores escritos.
Autor que no buscaba la gloria, fulminado por su famosa «noche de Génova” durante la cual el espectáculo de una tormenta particularmente violenta le convulsionó interiormente, le provocó una crisis profunda y cambió su forma de ver la existencia, comienza este ensayo literalmente por la cabeza, «teste» en francés antiguo, para acabar en la reflexión de un ser acerca de su forma de ver el mundo. Su protagonista, Monsieur Teste, queda definido como un personaje «imposible» en la introducción que el propio Valéry escribió para “La velada en casa del señor Teste”.
«Monsieur Teste», cuento filosófico y autobiografía intelectual publicada en forma de libro en 1929, reeditado ahora en España en la colección Piel de Zapa de las Ediciones de Intervención Cultural, incluye «La velada en casa del señor Teste” (1896), “Carta de la señora Emilie Teste”, “Extractos del cuaderno de bitácora del señor Teste”, “Carta de un amigo”, “El paseo con el señor Teste”, “Diálogo o nuevo fragmento relativo al señor Teste”, “Para un retrato del señor Teste”, “Algunos pensamientos del señor Teste” y “Fin del señor Teste”, todos ellos ensayos en los que Paul Valéry trabajó durante treinta y cinco años, organizados en torno a un personaje realmente singular.
Como en unas confesiones, desde el principio nos va informando de la vida mental, sentimental y social del protagonista: «He visto a muchos individuos; he visitado algunas naciones; he tomado mi lugar en diversas empresas sin amarlas; he comido casi todos los días; he tocado a mujeres… Vuelvo a ver ahora algunos centenares de rostros, dos o tres grandes espectáculos y tal vez la substancia de veinte libros. No he retenido ni lo mejor ni lo peor de las cosas: queda lo que ha podido quedar”.
A partir de ahí nos da la imagen de uno de esos «solitarios que saben todo antes que el mundo», al que describe como un hombre de lo más banal, de unos cuarenta años, que habla muy deprisa con voz ronca y que había “matado a la marioneta”: cuando hablaba nunca se acompañaba de gestos de los brazos ni las manos. No sonreía, no saludaba y no parecía oír el saludo de los demás. Y nos lo enseña en la ópera dando la espalda al espectáculo, intentando un surrealismo propio – “El solo veía la sala. Aspiraba la gran bocanada ardiente al borde del foso. Una inmensa muchacha de cobre nos separaba de un grupo murmurante más allá del deslumbramiento. Al fondo del vapor brillaba un pedazo desnudo de mujer, liso como un guijarro. Muchos abanicos independientes…”-en la calle, en su habitación, con sus angustias y sus certezas.
Monsieur Teste, una quimera intelectual, un alter ego, un alias, amante del movimiento, del cambio, de la ambigüedad, un recurrente en la obra de Valéry con afirmaciones poéticas –«¿Negaría usted que existen cosas anestésicas? ¿Arboles que embriagan, hombres que dan fuerza, muchachas que paralizan, cielos que cortan el habla?»-, y asertos como que el lenguaje del amor es siempre infantil. Más aun, que el amor consiste en poder « ser tontos juntos ». Un poeta de la abstracción, porque el lenguaje le parece insuficiente, que divide el mundo en “cosas posible” y “cosas imposibles”.
Edmond Teste, quintaesencia de la intelectualidad, «semidiós en pantuflas de pequeño burgués», puro autorretrato por más que Valéry lo negara, es el intelecto puro, el hombre que cultiva su pensamiento en la sombra mientras “los peleles se pavonean en público”. Borges, para quien Edmond Teste era “quizá la más extraordinaria invención de las letras contemporáneas”, lo definía como un sosias de su inventor y cuando murió le rindió un homenaje que habría podido aplicarse a cualquiera de los dos: “…un hombre que, en un siglo en que se adoran los ídolos de la sangre, la tierra y la pasión, siempre prefirió los placeres lúcidos del pensamiento y las secretas aventuras del orden”.
Paul Valéry, de poeta oficial de la IV República a resistente
“¿El viejo armario de roble recuerda el tiempo en que tenía hojas?”, se preguntaba el poeta Paul Valéry, alma del formalismo francés, heredero directo de Mallarmé y autor del hermoso poema “El cementerio marino” (que no es otro que el cementerio de Sète, su ciudad, en cuya parte alta está enterrado), de vuelta de sus años de prosista en los “Cahiers”, de sus múltiples trabajos dentro del funcionariado francés, desde el Ministerio de la Guerra hasta la organización de la Exposición Universal de 1936, y de su papel en el Frente Nacional de la Resistencia.
De alambicado nombre de pila. Ambroise Paul Toussaint Jules Valéry, corso por su padre e italiano por su madre –“por mis venas no corre ni una gota de sangre francesa”- publicó sus primeros versos en la Revista Marítima de Marsella, inscribiéndose en el movimiento simbolista; el trato posterior con André Gide y Stéphane Mallarmé fue virando sus textos al formalismo.
Tras la Primera Guerra Mundial se convirtió en una suerte de poeta oficial, una celebridad colmada de honores. Fue presidente del PEN Club francés, miembro de la Academia, Gran Oficial de la Legión de Honor, consejero de los Museos Nacionales, catedrático de poética en el Colegio de Francia y presidente de honor de la SACEM (Sociedad de Autores, Compositores y Editores de Música). En plena ocupación alemana, en su calidad de Secretario de la Academia pronunció el elogio fúnebre del “judío Henri Bergson” y en 1942 dedicó uno de sus libros a Hélène Berr, “la Anne Frank francesa”.
Murió en 1945, a las pocas semanas de finalizar la Segunda Guerra Mundial. A petición del general De Gaulle, el funeral tuvo carácter nacional. Sus restos reposan en el cementerio de Séte, junto a los de su abuelo Giulio Grassi, soldado de Napoléon herido en Troyes en 1813, bajo el epitafio:
«O récompense après une pensée
Qu’un long regard sur le calme des dieux»
- Monsieur Teste
Editorial Intervención Cultural
ISBN 9788416995967
136 páginas, 15,20€