Existe suficiente evidencia sobre la asociación de alteraciones en el metabolismo de la glucosa, las lipoproteínas, la acción de la insulina, la hipertensión y la obesidad de distribución central. Esta asociación se denomina Síndrome Metabólico. Esta herramienta útil permite identificar a las personas que tienen un alto riesgo de desarrollar enfermedad cardiovascular. El síndrome metabólico y sus componentes individuales se asocian a una elevada incidencia de enfermedad cardiovascular. Tanto la obesidad como el sedentarismo son factores de riesgo subyacentes en la ruta patogénica de este síndrome, por tanto, la modificación de los hábitos de vida son una intervención de primera línea en la prevención y tratamiento de la resistencia insulínica, la hiperglucemia, la dislipemia aterogénica y la hipertensión arterial.
La reducción ponderal y el ejercicio son las claves del plan global, pero entre los tratamientos no farmacológicos la dieta permanece como una de las estrategias de reducción del riesgo cardiovascular más importantes. Estudios epidemiológicos han observado que una ingesta elevada de azúcares simples, de alimentos con alto índice glucémico y de dietas con alta carga glucémica se asocian a resistencia insulínica, diabetes mellitus tipo 2, hipertrigliceridemia y cifras bajas de colesterol-HDL.
Sin embargo, un bajo consumo de grasa saturada a favor de ácidos grasos poliinsaturados y monoinsaturados se ha implicado en una reducción de la incidencia de diabetes mellitus tipo 2 y dislipemia, aunque continúa el debate.
De igual forma, es importante considerar que la fibra dietética de cereales no refinados es beneficiosa en la reducción del riesgo de producir la diabetes. Entre esos patrones dietéticos aconsejables, la dieta mediterránea se ha visto relacionada con una menor incidencia de esta enfermedad y por tanto, con una reducción del riesgo de muerte. Estudios de intervención para la prevención de diabetes tipo 2 han propuesto dietas hipograsas (reduciendo grasa saturada y trans-), con alto aporte de fibra y con un bajo índice glucémico. De igual forma, ensayos clínicos han demostrado el beneficio de las dietas con baja cantidad de carbohidratos, bajo índice glucémico y de la dieta mediterránea en la reducción de la dislipemia aterogénica.
La elevada ingesta de carbohidratos con alto IG puede aumentar la resistencia a la insulina, ya sea por pérdida de la función pancreática, por excesiva secreción de insulina o por glucotoxicidad de la célula beta. En cambio, el predominio de alimentos de bajo IG ayudan a controlar la sensibilidad a la insulina. Sin embargo, también existe controversia en este aspecto, ya que en una revisión de la biblioteca Cochrane sobre el consumo de carbohidratos de bajo IG, de 15 ensayos clínicos randomizados y controlados no se encontraron diferencias en los valores de glucemia basal y de insulina, aunque sí discreta disminución en los niveles de colesterol y de hemoglobina glicosilada.
Diversos estudios recomiendan disminuir el consumo de ácidos grasos saturados y de ácidos grasos trans-, y aumentar el consumo de ácidos grasos monoinsaturados y poliinsaturados. Minerales tales como magnesio, calcio, potasio, cinc, y cromo disminuyen la resistencia a la insulina, y así se han relacionado con la disminución del riesgo de desarrollar diabetes mellitus.
Asimismo, se ha demostrado que a mayor adherencia a la dieta mediterránea, menor mortalidad global, así como por enfermedad cardiovascular y cáncer. Esta dieta está definida por ser saludable y se caracteriza por un elevado consumo de verduras, legumbres, frutas, frutos secos, cereales integrales y aceite de oliva, bajo consumo de grasas saturadas, moderada-alta ingesta de pescado, moderado-bajo consumo de leche y queso, baja ingesta de carne roja y una moderada y regular ingesta de vino con las comidas. Por otra parte, hay evidencias de que el elevado consumo de carne roja y leche entera está asociado a un aumento de la resistencia a la insulina, y por tanto a la diabetes mellitus.
Diversos estudios demuestran que a mayor consumo de café, tanto descafeinado como con cafeína, existe menor riesgo de desarrollar también diabetes. Hay diferentes teorías que podrían explicar dichos resultados: por el contenido en magnesio del café, por el efecto termogénico de la cafeína, por la capacidad de la cafeína para estimular la secreción de insulina de la célula beta y por tanto mejorar la sensibilidad de la misma. Sin embargo, el mecanismo por el cual se produce es todavía desconocido.
Si además mantenemos un ejercicio físico regular junto a la alimentación adecuada, la otra medida no farmacológica esencial para la prevención de la diabetes y en el control glucémico, la resistencia a la insulina y a la reducción de las complicaciones se evitará.
El uso de metformina sumado a la dieta mediterránea y el ejercicio es la única forma de bajar de peso y evitar las complicaciones que existen por la diabetes mellitus o el llamado síndrome metabólico.
El consumo de frutas, pescados, verduras, cereales integrales, lácteos desnatados, carne de ave, pescado y frutos secos, y la privación de carne roja, dulces y bebidas azucaradas contiene, por tanto, menor cantidad de grasa total, grasa saturada y colesterol, y más fibra, proteínas, calcio, magnesio y potasio que las dietas ricas en azúcares, hidratos e hipercalóricas. Incrementar la actividad física habitual será también un componente fundamental recomendable del cambio en el estilo de vida y por tanto de evitar la resistencia a la insulina que es la antesala de otros problemas de salud realmente graves.
[…] ala prueba oral de tolerancia a la glucosa. Si aparece que la tiene es posible que si no cambia su estilo de vida pueda desarrollar diabetes en los próximos cinco o diez […]