Por fin llega a las pantallas en Francia la última película del entrañable y ya fallecido director español José Luis Cuerda: «Tiempo después», adaptación al cine de su novela homónima.
En España se estrenó en diciembre de 2018, en ausencia de su autor, entonces enfermo. El pasado mes de febrero falleció el cineasta albaceteño legándonos esta película a modo de testamento, no sin antes precisar que era la preferida de su filmografía y la expresión de su cabreo y mala leche, ante la evolución de la situación política y social en España y en el mundo, pero también de un estilo que ha venido afirmando en su cine desde hace muchos años, y que entronca, sin ser su continuación, con su gran éxito de 1989: «Amanece que no es poco».
Como lo analizaba en su crónica mi colega Mercedes Arancibia en el momento de su estreno, «Tiempo después» es una distopía futurista, típicamente hispana, una mordaz y disparatada sátira de lo que podría ser el mundo después… como en la literatura de Kafka, o en la de Orwell, esta película que transcurre en el lejano año de 9117, nos habla de un mundo dividido en dos: el edificio representativo e institucional, y el anárquico poblado de los parados. Ese edificio pulcro, aséptico, reglamentado y dominado por el poder absoluto de un grotesco monarca: el rey de bastos, es una alta torre a la que los que logran entrar cantan el quiquiriquí y suben por una inmensa escalera para mejor marcar la distancia que separa ese espacio privilegiado del resto de los parias de la tierra.
En ese mundo institucional encontramos todos los símbolos de la sociedad de consumo capitalista que rinden pleitesía al rey fantoche que, como algunos de sus militares fieles, tiene también acento inglés o americano.
Variopintos y grotescos personajes, o más bien estereotipos de esas funciones: La pareja de la guardia civil que se acuestan juntos llevando uno de ellos faldita escocesa y luciendo acento anglosajón, el servicial conserje, el almirante de marina de origen argentino, el cura fascista que predica la cruzada (como lo hace todavía hoy en la España actual la extrema derecha y sus poderes fácticos) un cura asesino que no repara en disparar contra la multitud, los guardias municipales, el alcalde o único personaje electo en ese despótico sistema, la portavoz del alcalde símbolo de la belleza femenina que el rey querría poseer, un sistema de consumo y libre competencia que se limita a disponer de tres muestras en cada categoría: tres peluquerías, tres religiones etc. Todo ello con muchas ovejas y un par de omnipresentes tricornios, en ese mundo en el que la mentira oficial es ley.
Del otro lado de ese mundo desolador encontramos el poblado de los desarrapados, los pobres de la tierra, en cuya entrada preside una enorme pancarta: Parados del mundo entero uníos. Un grito de desesperación que a través de la farsa y del humor del absurdo evoca sin embargo una triste realidad. Ese ejército de desempleados que en nuestro mundo bien real es mantenido en todos los países para poder reducir el mal llamado «costo del trabajo».
En ese mundo de los de abajo, viven José María y Galvarriato quienes van a encabezar la rebelión de los «limones» para obtener el derecho de vender sus cítricos y abandonar su desestimada condición de parados.
En esta fábula esperpéntica nos sirve Cuerda al mismo tiempo su mirada sobre la actual sociedad de consumo, y sobre las esperanzas perdidas de tantas revoluciones traicionadas. Todas esas ideas abandonadas con el tiempo por dirigentes que se decían de “izquierdas” y que comulgan hoy con el más abyecto liberalismo económico.
Entre diálogos y situaciones cómicas, nos sirve al mismo tiempo su autor un hermoso homenaje a los grandes maestros de la poesía y de la literatura española, con numerosas alusiones que escaparán probablemente al espectador no advertido en sus adaptaciones fuera de España.
El mundo de los desheredados del planeta es en cambio una oda al amor, la generosidad y la poesía, a la nostalgia de combates perdidos, un mundo en el que antes de combatir, sus soldados mal armados rezan el Quijote, en una genial secuencia.
El amor ganará a Méndez, la portavoz del alcalde, del lado de los perdedores, del que forman parte también la monja y el fraile partidarios de la teología de la liberación. De Marx, a Lenin, Durruti, Valle Inclán, Baroja, Gómez de la Serna, Josep Pla, Cervantes, Lorca, Machado o Julio Camba y su arte de no tomarse en serio, las citas literarias son legión.
De la misma manera su humor muy hispano, escapará probablemente también a la precisión de los subtítulos. No es casualidad que su anterior película «Amanece que no es poco» 1989, gran éxito popular en España, pasara en cambio desapercibida en Francia. Cabe recordar que esa maldición en su distribución en el extranjero acompañó también a Berlanga en muchas de sus comedias.
Todo ello está servido por un brillante casting de actores españoles: que va de Gabino Diego (el rey de bastos), a Roberto Álamo (José María), Blanca Suarez (Méndez), Cesar Sarrachu (Galvarriato), Carlos Areces (Eufemiato), Manolo Solo (el alcalde), Manuel Caparrós (el almirante), María Ballesteros (la monja), Antonio de la Torre (el cura asesino), o la pareja de guardia civiles: Daniel Pérez Parra (Morris) y Miguel Rellán (Don Alfonso), entre otros…
La alusión a la guerra civil española y su cruzada, como a la España de charanga y pandereta de ayer y de hoy, a todos los poderes fácticos, a los corruptos y a los que practican la servidumbre cotidiana y voluntaria, no son pura coincidencia en este imaginado mundo de marionetas, imágenes deformadas de la realidad en un espejo cóncavo, como decía Valle Inclán.
José Luis cuerda destila su «mala leche», como él solía decir, para expresar su mirada crítica sobre el pasado y el presente y su pesimismo sobre un futuro incierto.
Su mirada se detiene así mismo en esa juventud poco solidaria de la lucha social y adicta al botellón, como también en la sátira a ese mundo de la información que confunde información y propaganda, con el locutor propagandista interpretado por el humorista y presentador de televisión Andreu Buenafuente.
«España va de mal en peor», decía José Luis Cuerda en una entrevista, y como terapia contra ese cabreo y esa desesperación su película opta por la comedia disparatada, que algunos calificarán de surrealista.
A mi entender el humor y el estilo de José Luis Cuerda, que afirmó ya antes en películas como «El bosque animado» o «Amanece que no es poco», se sitúa más cerca del cine de Luis García Berlanga y de José Luis García Sánchez, que del surrealismo de Luis Buñuel.
Si los tres cineastas citados son declarados admiradores de Buñuel y tienen con él algunos puntos en común, su humor busca abiertamente provocar la carcajada del espectador, mientras que el surrealismo inimitable del maestro aragonés se caracteriza más bien por helar la sonrisa amable del sorprendido público.
Con «Tiempo después», Cuerda consigue no obstante esa fusión entre dos elementos claves de su cine: la risa y la emoción.
Como Berlanga y Sánchez, Cuerda busca su inspiración en el esperpento valleinclanesco y en el sainete, en ese «humor negro» a la española, en el que lo absurdo y la muerte burlona acechan a cada instante. Ese sano humor que es de agradecer a condición de que sea la base de una más seria reflexión sobre los temas tratados.
Sobre la trayectoria profesional de este gran cineasta español, me remito a la excelente crónica de mi colega Mercedes Arancibia, en el momento del estreno en España.
Con la muerte de José Luis Cuerda, director, guionista, escritor y productor, el cine español acaba de perder una figura estelar, nacido en Albacete, pero enamorado de Galicia y de su buen vino de Ribeiro.
Me entristeció mucho la muerte de José Luis Cuerda, que era de mi quinta y al que recuerdo por su generosa participación como invitado en los programas de «el club» de cine classics, me hubiese encantado hablar con él de esta su última película, para intentar oponer mi utopía a su lúcida y cómica distopia.
Su manera de luchar era su cine y su estilo, con esa brillante filmografía que nos ha legado, en la que destacaré también, además de las ya citadas, películas tan geniales como: «La lengua de las mariposas», o «Los girasoles ciegos».
Hasta siempre José Luis… Seguiremos viendo tu cine.