Malala Yousafzai, la joven paquistaní que los talibanes intentaron asesinar el año pasado porque defiende que las niñas puedan ir a la escuela, ha publicado un libro autobiográfico en el Reino Unido, donde ha sido curada de las graves consecuencias físicas del intento de asesinato y donde, desde entonces, reside con su familia.
La adolescente, que ahora tiene 16 años y es candidata al Premio Nobel de la Paz que se decide el próximo 11 de octubre de 2013, así como al Premio Sajarov de la Libertad de Expresión del Parlamento Europeo, ya tiene en su haber otras importantes distinciones internacionales: en septiembre pasado recibió el galardón más importante que concede Amnistía Internacional y el 4 de octubre recogió en Londres el Premio Anna Politkovskaya (creado en homenaje a la periodista rusa asesinada el 7 de octubre de 2006 en Moscú por sus reportajes sobre el conflicto ruso-checheno), concedido por la ONG británica RAW in WAR, que recompensa a las mujeres que defienden los derechos de las víctimas en las zonas de conflicto.
El lanzamiento mundial de las distintas ediciones del libro –que en la versión castellana lleva el título de Yo soy Malala (Alianza Editorial)- se efectuó el 8 de octubre con rueda de prensa y videoconferencias en conexión con distintos puntos del planeta. Precisamente la fecha de la salida del libro coincide casi exactamente con el primer aniversario del día (9 de octubre de 2012) en que un talibán encapuchado le disparó en la cabeza, hiriéndole gravemente y dejándole en estado de coma, cuando se encontraba en el autobús escolar en la región de Swat, noroeste de Pakistán. El 15 de ese mes fue trasladada en un avión medicalizado a Birmingham, en el Reino Unido.
Desde entonces, la adolescente se ha convertido en una figura emblemática de la lucha contra el extremismo religioso. En junio de 2013, Malala defendió en la tribuna de la ONU, en Nueva York, el derecho a la educación de todas las niñas, no solo en su país sino en todo el mundo.
La biografía de Malala, escrita en colaboración con la periodista británica Christina Lamb, empieza con su despertar en la cama de un hospital en Gran Bretaña, tras pasar seis días en coma, y debatirse entre la vida y la muerte. Incapaz de hablar, sin recordar nada del ataque y totalmente desorientada, la chica asegura que el primer pensamiento que tuvo fue “gracias a dios que no estoy muerta”.
En el libro se cuenta también su vida hasta 2009 en el valle de Swat, cerca de la frontera afgana, controlado por los talibanes – que ella considera “el lugar más hermoso del mundo”, una encrucijada que ha sido atravesada a lo largo de la historia por ejércitos e invasores, desde Alejandro Magno hasta Winston Churchill-, donde se flagela públicamente a los delincuentes y están prohibidas la televisión, la danza y la música; y donde el padre de Malala era el dueño de una escuela, abierta a las niñas. En aquella época, la niña y su familia recibían amenazas de muerte; en 2009 creó un blog en urdu –su lengua materna-, con pseudónimo, para la BBC, en el que escribía por las noches,cuando todos estaban dormidos y “bien cerradas todas las puertas y ventanas”.
Desde Birmingham, donde ahora asiste a la escuela, sigue en contacto con sus amigas paquistaníes a través de Skype y espera poder regresar un día a su país y convertirse en una figura política: “Quiero cambiar el futuro de mi país y hacer que la educación sea obligatoria”, dijo el 7 de octubre, en una entrevista en la BBC. Ese mismo día, un portavoz de los talibanes declaraba a la Agencia Frace-Presse que la adolescente sigue siendo un objetivo de su organización.
Malala, a la que alguien ha definido como “la joven más valiente del mundo”, recuerda en sus memorias la llegada de los talibanes al valle de Swat, después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington. Desde el primer momento, el movimiento islámico fundamentalista se manifestó opuesto a la educación de las niñas, que tuvieron que abandonar las escuelas (por otra parte, fueron objeto de voladuras con dinamita), destruyó estatuas de Buda, cerró las peluquerías y los comercios de venta de DVD’s y empezó a exhibir en las calles los cadáveres de los ejecutados. “Destruyeron todo lo viejo y no trajeron nada nuevo”, escribe Malala.
“El diálogo –dice también- es la mejor forma de arreglar los problemas y combatir la guerra. Yo creo que la mejor manera de luchar contra el terrorismo y el extremismo consiste en algo muy simple: instruir a la próxima generación”.