Desde la segunda mitad del siglo XIX, tres etapas cruciales marcaron las relaciones entre Marruecos y España: la guerra hispano-marroquí (Guerra de África o de Tetúan: 1859-1860), la cuestión marroquí en la Restauración española (1875-1912) y la presencia española en Marruecos durante el Protectorado (1912-1956).
El paradigma de la convivencia a finales del siglo XIX
A pesar de los sentimientos de rechazo hacia el cristianismo y los productos occidentales en tierra del Islam, la presencia de los funcionarios en los puertos marroquíes tras la Guerra de Tetúan no fue recibida en general con mucha agresividad.
Con la extensión de la protección por parte de los extranjeros a los ciudadanos marroquíes, la parcela de la autoridad del Majzen (administración central ligada al palacio) se encajona día a día. Desde el siglo XVIII, marroquíes de confesión musulmana y hebraica estaban al servicio de los consulados ejerciendo como intérpretes o intermediarios comerciales.
A partir de 1856, el régimen de protección se generalizó a todo marroquí que actuaba como secretario, empleado, guardia (de una legación, un consulado o una agencia consular), o a toda persona al servicio de un negociante extranjero.
Este trato especial eximía al protegido del pago de los impuestos al Estado marroquí, del servicio militar o de la sumisión a la justicia local. El fraude en los consulados de los títulos de protección se convirtió en un modo de enriquecimiento de los seudo negociantes y protegidos.
Españoles, franceses, ingleses o americanos usaron este sistema como mecanismo para ampliar el círculo de sus seguidores. Repartían con generosidad títulos de protegidos censados o de naturalizaciones que incluyen a los miembros de toda la familia del beneficiario. El fenómeno de protección quebranta de esta manera la autoridad del Majzén sobre una parte de la población et los puertos.
El Sultán Mulay Hasán I (1873-1894) no pudo convencer a las potencias extranjeras de la necesidad de re-acomodar el régimen de protección al que ya lo tenía y devolverlo a sus límites originales. Este requerimiento fue el origen de las conferencias de Tánger en 1877 y 1878, y la de Madrid, en 1880. A partir de esta fecha, Marruecos ha dejado de ser dueño de su destino.
La presencia de los negociantes europeos en los tradicionales mercados rompió el control total del comercio de parte del Majzén. Ante la depreciación del Rial (la moneda nacional), las divisas extranjeras más estables se apoderaron de las transacciones mercantiles. Los rápidos cambios sociales que se experimentaron en el país obligaron al sultán a solicitar la colaboración de las potencias europeas para reestructurar su ejército.
Recordamos que la progresiva penetración del extranjero en las entrañas del Majzén, viene de lejos. El Artículo 13 del Tratado de Tetúan firmado el 26 de abril de 1860 dice:
“se celebrará a la mayor brevedad posible un Tratado de comercio, en el cual se concederán a los súbditos españoles todas las ventajas que se hayan concedido o se concedan en el porvenir a la nación más favorecida”. La diplomacia inglesa no consintió nunca una excesiva influencia española en las dos orillas del Estrecho de Gibraltar. Toleró el desembarco de los franceses en Argelia (1830) y en Túnez (1881) pero se mantuvo firme en cuanto a la defensa del statu quo de Marruecos que debía seguir siendo un territorio independiente. Gracias al Tratado de Comercio, firmado el 9 de diciembre de 1856, Gran Bretaña se consideraba como la locomotora del proceso de apertura del mercado marroquí.
Estrategias, intereses y ambiciones
Para España, Marruecos representaba una pieza importante en el puzzle de las relaciones internacionales en el Mediterráneo. En el terreno, los cónsules notaban la indiferencia de la población a la presencia de los funcionarios españoles en los puertos marroquíes. En respuesta a una circular del 4 de enero de 1862, el encargado de negocios en Tánger del Rey de España comunicaba que los notables de Anfa (Casablanca) y Mogador (Esauira), particularmente los judíos, recibieron con buen agrado las legaciones españolas en los puertos.
Sin embargo, los habitantes del campo fueron recalcitrantes a la circulación de extranjeros por sus mercados y puertos. En muchos casos, la colaboración era correcta de parte de los funcionarios marroquíes de las aduanas. Al principio, los recaudadores debían solicitar los servicios de los autóctonos por las múltiples dificultades encontradas (idioma, tradiciones y burocracia). En las notas remitidas a la legación de Tánger, los cónsules españoles elogiaban la conducta de los judíos que perfeccionaban las técnicas del regateo.
Se quejaban sobre todo de los privilegios de que gozaban los marroquíes que estaban bajo protección inglesa. Con la llegada de los españoles en los puertos, los hebreos expresaron su confianza en el cese del monopolio de las transacciones comerciales por los comerciantes del Sultán. En contra, los pequeños comerciantes europeos, en su mayoría ingleses, recibieron con desagrado el desembarco de los españoles. Los delegados españoles debían, durante este periodo, asumir una convivencia complicada con sus homólogos ingleses que se encargaban de la recaudación de los intereses de un empréstito de 10 millones de pesetas.
El proceso de recaudación se desarrolló sin complicaciones mayores desde el primer mes puesto que España cobró integra la indemnización a pesar de las sequías que mermaban las cosechas durante los 22 años de intervención de las aduanas (1862-1884). En sus cálculos, los españoles habían reunido, cada año en concepto del cobro de la indemnización de guerra, una media de 12 millones de reales de vellón. Se comprobó que hasta 1884, España recibió de Marruecos un total de 397.541.093,535 reales de vellón, lo que corresponde a 99.385.273,4 de antiguas pesetas, incluidos los 50 millones de pesetas desembolsadas antes de la intervención de las aduanas. El importe representaba el 60 % de los ingresos totales de las aduanas marroquíes desde el inicio de la intervención, el 23 de marzo de 1862, hasta finales de 1884.