Tengo todo el derecho a llamarla así y por eso titulo Mi Lina Morgan, la mía, y es de esa de la que voy a hablar. Porque vivo en su misma calle, la calle donde ella nació, frente a su casa, y veo todos los días y a todas horas desde hace ya bastantes años -tampoco demasiados- su placa conmemorativa, no sólo cuando paso por delante sino también desde mi balcón.
Una placa que está allí impulsada por Tierno Galván cuando fue alcalde de Madrid, «puesta por el ayuntamiento» a la altura del primer piso en la fachada de una de las pocas casas modernistas que hay en Madrid, al lado de la Plaza de los Carros donde nació Zamora Vicente (sin placa de momento que lo conmemore), en una calle cuyo nombre rinde homenaje al noble Pedro Álvarez de Toledo, del séquito de Carlos V, enterrado en Nápoles.
Y no hay placa más leída, más contemplada ni más descifrada que la de Mi Lina Morgan, creo que más aún que la piedra Rosetta, y todo para calcularle la edad a María de los Ángeles López Segovia, que así se llamaba de nación Mi Lina Morgan. Leen y leen y vuelven a leer y, de repente, llevándose un dedo a los labios, rezan y susurran murmurando o a gritos: «A ver, pues si resulta que nació en 1937… tiene… No, no puede ser, pero cómo va a tener ya… ¡Uy, sí, no ves que está ya!… Sí, sí puede ser, que sí. Pero si la vieron el otro día y dijeron, no sé quién fue… Te digo yo que ésta tiene que tener ya…»
La poca caridad que habita en los cálculos, por eso la quiero más. Luego dicen esos mismos que la edad es la que se lleva por dentro, el cómo una se sienta, qué más quisiera una, y por eso quisiera yo no repetir ahora, abusando de su muerte, lo que otros han dicho tan bien y tan prolijamente de ella.
Pero yo la siento como mía por su placa ante mi casa y porque me la encontré sin pretenderlo cuando, por azares y avatares de la vida, fui a dar con mis huesos, ya en el comienzo de la edad adulta, en el mismísimo corazón de Madrid, en el Madrid más castizo llamado de los Austrias, muy cerca del Teatro de La Latina y equidistante, como ella y su casa, de la que habitó Beatriz Galindo, llamada La Latina, que es quien da nombre al barrio.
Para ello, para salirme del surco y porque Mi Lina es mía, me limitaré a cuatro cosillas que para mí son importantes porque definen el personaje y marcan su biografía sentimental de cómica -una vida que se alimenta de sonrisas- cuando ha muerto en Madrid el 20 de agosto de 2015, con 78 años, que no es edad, hoy en día los 78 no son edad para morirse, si bien es cierto que la habíamos perdido de vista desde hacía por lo menos un año.
Sus últimas apariciones públicas siempre iban ligadas a causas benéficas, siempre al lado del Padre Ángel (Mensajeros de la Paz), para apadrinar sus campañas en favor de los niños y los viejos y aportar ella misma, según dicen, los fondos necesarios para asistirlos. Primero, los niños «porque no hay derecho a que haya un niño, sea de donde sea, que pase hambre», palabras de oro con que ella cerraba sus intervenciones a favor de los niños de donde fuera, y después, los viejos, los mal llamados abuelos porque eso incluye también a los que no lo son.
Y recuerdo especialmente un Día de los abuelos, año 2012 ó 2013, que ambos amadrinó ella «para que ningún abuelo se quedara sin la visita de sus majestades los Reyes Magos y su regalito», y allí estaba Mi Lina dispuesta a poner lo que hiciera falta para lograrlo.
En una de estas intervenciones con el Padre Ángel en la Comunidad de Madrid (patio del edificio de Pontejos) tuvo una actuación antológica, una de esas intervenciones geniales que no sabría yo decir si son espontáneas o que le salían así de espontáneas a fuerza de ensayarlas: «Yo ya sabéis -dijo con los ojos echando chiribitas- que no soy abuela. No, no soy abuela (Risas en el Patio) porque no he tenido hijos. Ni nietos. Nada (Risas más fuertes entre los abuelos que ya atisban por dónde va). En mi familia éramos muy pobres. Y como éramos muy pobres, nunca creí que iba a llegar a nada, así que venga a trabajar, venga a trabajar; del teatro al cine, del cine al teatro, arriba y abajo y vuelta a empezar… Y nada de nada, ¡Ay qué lástima este cuerpo!»
Y sin dejar de mirarnos con aquel gesto suyo entre infantil y embobado, arrancó una carcajada ensordecedora con algo que estremecía de pura verdad. Pero quién habla de penas. Todos a reír y a aplaudir porque nos había divertido muchísimo aquel resumen de su vida que quién me asegura a mí que no era la pura verdad. Le había salido del tirón, de las mismísimas entretelas del corazón, y seguro que esa broma encerraba más verdad que muchos discursos.
He seleccionado dos documentos para mostrar más aún el carácter alegre y fiel de Mi Lina, sin rencores ni cuentas con el pasado, documentos que muestran a una mujer satisfecha con la vida y agradecida porque, según ella misma, le ha dado mucho más de lo que le quitó: uno es la entrevista con Mary Carmen y sus muñecos, concretamente con Dª Rogelia, y el otro es con Pedro Ruiz:
En la entrevista con Mary Carmen, Doña Rogelia le inquiere incisiva: ¿Por qué nunca hablas de tu vida privada? -Porque no tengo vida privada -responde Lina-. Yo no tengo vida privada -repite-. Y no por mi profesión, bendita sea, que me ha dado mucho más de lo que me ha quitado, qué va, qué va, pero la vida ha venido así, pues ha venido así.
En esta entrevista se emociona al hablar de su hermano José Luis: -José Luis y yo lo decidimos, José Luis y yo, José Luis y yo… No encontraría otro compañero de fatigas más fiel que su hermano, y hasta en el momento de buscarse nombre artístico, su hermano estaba: -Como Angelines era muy largo, Lina viene de acortar Angelines, y Morgan por la Banca y el pirata Morgan, a ver si nos traía suerte, y vaya, no nos podemos quejar. -¿Deudas? -inquiere implacable Doña Rogelia-. -Ninguna. Tengo pagado todo el Teatro. Sí, sí, hasta el gallinero. Estoy en un momento dulce, de paz, oye, qué bien estoy, una tranquilidad, una calma, ay hija mía qué bien.
Concluye Mary Carmen, ante las impertinencias de Dª Rogelia: -Lo bueno de lo nuestro es que se puede contar casi todo, ¿verdad Lina?. -Pues sí- asiente Lina con brillo alegre de lágrimas en los ojos. -Que todo es verdad, en el escenario y aquí.- concluye Mary Carmen.
La Latina era el Teatro de sus amores y de sus éxitos, particularmente «Sí al amor». Ella lo rescató de las cenizas con su capital muy bien ganado y fue suyo desde 1978 hasta 2010. Se preocupó de adecentarlo exigiendo al arquitecto que se pusieran baños y sofás en los camerinos, lugar de descanso de los actores, que hasta entonces no los tenían. Por cierto, y aunque nadie me lo ha consultado, diré que no estoy de acuerdo en que se cambie de nombre a un teatro, sobre todo si el nombre está tan bien puesto como La Latina. Espero que sea sólo la ocurrencia del momento, y así como Luis Escobar compró y restauró el Teatro Eslava sin exigir que llevara su nombre, tampoco La Latina debe dejar de llamarse así y de hacer honor al barrio en el que está. Vale.
De la misma época es el otro documento, una entrevista con Pedro Ruiz en el espacio titulado «La noche abierta» que le sirvió para recordar su infancia pobre, su colegio cerca de la Calle Hortaleza, lo que le gustaba que le llamaran Nines (sobre todo a la hora comer, ¡Nines, a comer!) en aquellos años duros de la lejana postguerra, Sus infinitos amores por los que nunca se hartaban de preguntarle. ¿Exigía demasiado Lina a los hombres a la hora de la fidelidad y del compromiso? El entrevistador se asombra una y otra vez de que una mujer como ella, una mujer de tanto éxito… Siempre tenía que responder a estas preguntas incómodas, como si ello pudiera tener por fuerza una explicación. «La vida se presentó así, y pues ha venido así.» Qué respuesta más sabia y qué antiguo resulta ya ese porfiar en los porqués, como si el destino natural de una persona de éxito hubiera de ser por fuerza el matrimonio, pero ahí están, y bien recientes, las entrevistas.
Era guapa Lina Morgan. No sé por qué la han etiquetado en papeles de fea si era guapa, guapa. La ponían a hacer de fea y mendiga de amor, la pobrecita que no se atreve a declarar lo que siente y que cuando lo declara, mueve a risa, y visto el éxito… Pues hala, si queréis risa, cuanto más, mejor. Hablaré de amor en solfa
En «Compuesta y sin novio», finge que un hombre con el que está prometida la espera en la habitación de su hotel: -¡Que pasen una feliz noche!- les grita el conserje, a ella y a su acompañante casual que insiste. -¡Qué más quisiera yo!- exclama ella, ya a solas, bellísima y solicitada pero sola.
Colsada, el empresario de revistas por excelencia, afirma que era guapa, muy guapa, pero que no daba el tipo porque era bajita. Había que ser muy alta y despampanante para, subida al escenario con la pedrería y las lentejuelas, deslumbrar. Sin embargo, acabaría haciendo carrera con él y es impensable pensar en la revista española de los años 50 y 60 sin la figura de Lina Morgan dominando el cotarro. Ella, su belleza y su gracia pudieron con todo. Cualquiera puede ver que era guapa, sin embargo donde de veras lucía su genio era en el papel de chacha joven, la ingenua sirvienta sedienta de amor. De amor del bueno, del que calienta el alma.
Como ejemplo, «La tonta del bote» con Arturo Fernández como galán, donde ella, ridiculizada en sus aspiraciones, exclama llorando: -Porque lo que a uno le cuesta las lágrimas sólo es para otros motivo de risa-. (Y en otra escena de la misma:) -Que tengo el trapo (la Ballerina amarilla en las manos) tan limpio que parece un canario de puro limpio.
Ese afán de ser amada y no sólo querida sino amada, amada y deseada, se ve en esas frases que ella decía en son de guasa pero que le salían del corazón. Acababa llorando, y seguramente sabríamos más de ella, de lo que fue su vida, a través de estos personajes, que con la narración pormenorizada de la misma.
No se podía ser más ingenua creyendo que por limpia la iban a querer más.
Otro ejemplo, que no son dífíciles de encontrar en su obra, sería el de «Vaya par de gemelas», donde exclama: -¡Ni catarlo! ¡Ay, qué pena!
Es evidente que tomaba frases de sus «ficciones» para aplicarlas a su propia vida con gran exactitud y lograr así actuaciones estelares, como la citada del Día de los abuelos.
Lo que más me gustó de cuanto leí a su muerte fue este breve epitafio colgado en las redes por alguien que la trató y la conoció muy bien, el periodista Agustín Trialasos, que lo fue de la revista Lecturas: «Lina, buen viaje al firmamento. Tu estrella seguirá brillando durante mucho tiempo por haber sido una gran artista y una gran mujer. Y como creyente que eras, que Dios te reciba con los brazos abiertos y su mejor sonrisa.»
Seguramente les sonará a poco esta semblanza y pensarán que soy vaga, no como Mi Lina Morgan, y tienen razón, pero ya su biografía ha sido tratada con exactitud por maestros periodistas, expertos en Teatro, además, como Antonio Castro, quien publicó la suya en Madriddiario a los 2 días de su muerte y que culmina con estas certeras palabras: «Lina Morgan recibió en 1999 la Medalla de Oro de las Bellas Artes. Su final ha sido dramático. Durante más de nueve meses permaneció ingresada en el hospital Beata Mariana, siendo tratada en la unidad de cuidados intensivos. Desde su ingreso, el secretismo absoluto rodeó al estado de la artista. Desde entonces no se ha permitido que recibiera visitas. Sólo se han tenido noticias de ella a través de un portavoz. En los últimos meses la noticia de su muerte se ha difundido al menos en un par de ocasiones. La de hoy ha sido la real.»
Yo sólo quería dar ocasión a que reflexionaran sobre cuántas Linas se han encontrado ustedes en su vida, y no sólo en el mundo de la farándula o de la ficción sino personas comunes que han sacrificado todo para sacar adelante a su familia y a la de los demás, sin tener nunca tiempo para ellas mismas. Y que a pesar de ello, han conseguido ser felices. Muy felices.
A algunas de ellas todavía hoy las podemos encontrar, y si nos contaran… ¡Ay, si nos contaran!
Me quedo con una cita extraída de La Razón en los días posteriores a su muerte, donde por fin hay un hombre que va a ser compañero, un alma protectora que le sale a Lina en «La graduada» (1971), obra en la que el genial Antonio Ozores exclama: – Esta señorita de la vida es cosa mía.