Roberto M. Cataldi Amatriain 1
La Hermandad de los Legionarios acaba de pedirle al Ayuntamiento de Madrid, responsable de la Memoria Histórica, que no cambie la calle que lleva el nombre del general José Millán Astray por el de “Inteligencia”. Considera que sería un desatino.
El general, compañero de Franco y fundador de la Legión, tuvo un áspero encuentro con Miguel de Unamuno en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, el 12 de octubre de 1936 durante la celebración del Día de la Raza. En medio del acto Millán Astray profirió las frases: ¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia! El rector contestó “¡Viva la inteligencia! Luego Unamuno, invocando su condición de sumo sacerdote de ese templo de la inteligencia, cerró el acto con palabras destempladas hacia el general y sus huestes, mientras el custodio del jefe legionario le apuntaba con su pistola ametralladora.
La esposa de Franco, allí presente, evitó una tragedia. Pero ese día finalizó la vida pública de Unamuno y, en menos de tres meses falleció. En defensa del general, los legionarios hablan de su valor, de sus gestas militares (no olvidemos que fue un golpista), que era un “intelectual”, hablaba francés y nunca descuidó su formación. En fin, quienes sostienen que fue un intelectual, mienten o no saben qué es ser un intelectual.
Sello francés de la intelectualidad
El Affaire Dreyfus habría dado origen a la intelectualidad (de allí su sello francés). El capitán Dreyfus, judío, fue acusado de espiar para Alemania y se lo sentenció injustamente. Emilie Zola fue su defensor. En Le Temps se publicó una petición firmada por Zola, Anatole France, Émile Duclaux, Marcel Proust, Georges Sorel, Claude Monet, Jules Renard, Émile Durkheim, Gabriel Monod, entre otros notables, para que se hiciera una revisión del juicio. Esto motivó la ira de muchos franceses antisemitas y que no consentían que el honor del ejército francés fuese cuestionado.
Con el Affaire Dreyfus habría comenzado la era de los intelectuales. Al parecer fue Georges Clemenceau quien instaló el término, claro que lo hizo con un sentido positivo, aunque en una época en que éstos despertaban desconfianza y todo tipo de críticas.
En la segunda mitad del Siglo XX, Sartre, Camus, Simone de Beavoir, Barthes, Lévi-Strauss, Raymond Aron, Merleau Ponty, Derrida, Althuser, Lacan, Foucault, Bordieu, y tantos otros, fueron intelectuales muy influyentes en el pensamiento de la época.
Es habitual creer que el intelectual además de ser un producto de la cocina cultural francesa debe estar enrolado necesariamente en la izquierda política. Foucault sostenía que el intelectual es un“parrhesiasta”, alguien que dice lo que realmente piensa. Estoy plenamente de acuerdo ya que la honestidad intelectual debe ser un imperativo moral. Pero convengamos que decir lo que uno piensa a veces resulta muy peligroso.
En los medios anglosajones esta figura es poco apreciada y en el mundo cultural germano es poco conocida. La imagen del intelectual ha sido muy importante en América Latina, creo que obedece a la fuerte influencia de la cultura francesa.
Edgar Morin ha diferenciado la intelectualidad de la intelligentzia, ésta última nace en un medio muy hostil como en el que se dio en Rusia, pero el objetivo final es el mismo.
Los que critican al intelectual dicen que éste se considera a sí mismo la conciencia del pueblo cuando no del mundo, que pretende ubicarse en un plano superior, universal, que actúa como si fuese el juez de jueces, y que se arroga el derecho a opinar sobre cualquier cosa.
Estimo que estas generalizaciones son injustas y además peligrosas, si bien conozco casos que se ajustan bastante a dicha crítica. A menudo el intelectual es un profesional que en su actividad específica ha logrado un sólido prestigio, ya sea como escritor, filósofo, sociólogo, profesor universitario, académico, y que no se conforma con su metier, dándose permiso para intervenir en la “Res publica”y defender los principios, la ética ciudadana, ciertas cosmovisiones, así como denunciar las injusticias que detecta.
Jean-Paul Sastre fue el paradigma del intelectual comprometido. Se podía estar de acuerdo o en desacuerdo con él, pero no se lo podía ignorar. Pierre Bordieu evidenciaba fastidio por el intelectual comprometido y solía comentar que de joven padeció a Sartre, pero admiraba a su maestro, Claude Lévi-Strauss.
Albert Camus fue el paradigma del intelectual con fuerte impronta moral, fiel a sus convicciones, no temía navegar contra el viento y la marea, de allí su célebre disputa con Sartre y su círculo áulico, su expulsión del Partido Comunista Francés, su denuncia contra los atropellos tanto de la derecha como de la izquierda, y las duras críticas que recibió de los independentistas argelinos. El autor de La Peste y El Extranjero, terminó siendo una figura incómoda para los argelinos y también para los franceses. Por ello Camus sigue dando que hablar y, se le niega un lugar –por cierto merecido- en el Panteón de París.
Los intelectuales de la Modernidad pertenecen en su gran mayoría a la burguesía y, no es infrecuente que procuren congraciarse con la clase dominante, si bien es cierto que esto sucedió en toda época. El poder los recluta en sus filas tentándolos con aquello que íntimamente buscan: reconocimiento, brillo, dinero, vivir cómodamente. Su proximidad al proletariado fue y es algo espasmódico. Noam Chomsky dice que la tradición intelectual es de servilismo hacia el poder. Al respecto, me sorprendió que Osama Bin Laden fuese lector de Chomsky, ya que hallaron sus libros en la biblioteca de Osama.
El intelectual de nuestros días surge de la clase media, una clase social con la que sucede algo muy curioso, pues, muchos pobres dicen pertenecer a la clase media o pretenden asimilarse, y a su vez los ricos también declaran pertenecer a sus filas (…).
Para ciertos autores el intelectual es el sucesor del sofista griego, para otros lo es del humanista del Renacimiento, y están los que sostienen que es el heredero del filósofo del Siglo XVIII. Pero el pensamiento crítico y la conciencia social siempre los calificó.
Sócrates fue condenado a beber la cicuta por hacerse responsable de sus palabras. El dar una opinión crítica sobre la sociedad o la conducción del Estado, ya es incurrir en política y, el intelectual -salvo raras excepciones- no es un político de profesión. Sócrates le agradeció a Asclepio el haberlo librado de las malas opiniones. Y desde aquella época, e incluso desde mucho antes, la intención del intelectual es descorrer los velos, procurar que los hombres sean capaces de construir un mundo diferente, donde religiones aparte, la vida merezca ser vivida, y que no deban conformarse con la creencia de alcanzar una vida digna en el más allá porque aquí resulta imposible.
Sócrates desempeñó en su tiempo el papel de un intelectual. Su intervención siempre fue oral, no dejó nada escrito. Esto desmiente la creencia muy difundida de que el intelectual debe ser un escritor, es más, yo diría que la gran mayoría de los escritores jamás asumen la función del intelectual. Y además sostengo que en toda época los hubo.
Marx pretendía que el intelectual llegase a ser pensador y sabio a la vez, también sociólogo, economista e historiador. Claro que mientras Marx desmitificaba al intelectual, el marxismo se había convertido en el mito del intelectual de izquierda. Sus críticos dicen que ignora la realidad sociológica e histórica en que vive pero cree conocerla repitiendo algunas fórmulas sobre el socialismo y el capitalismo, no tiene por costumbre interrogar la nueva edad en que vive, cayendo en una suerte de involución del pensamiento y, no sería necesario explicar esta pobreza intelectual mediante la estupidez, ya que es esta estupidez la que quedaría entonces por explicar. Por eso, estoy convencido que el intelectual de hoy tiene que volver a pensar los problemas.
Tengo presente aquellas controversias que dieron lugar a enfrentamientos intelectuales memorables, casi cuerpo a cuerpo, entre Diógenes y Platón, Sarmiento y Alberdi, Sartre y Camus, Václav Havel y Milan Kundera. ¡Qué distantes hoy nos parecen!
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldo Amatriain (FICA)