¡A ver si entienden!

En el tiempo que me he dedicado a escribir sobre impropiedades en el lenguaje escrito y oral, no he tomado en cuenta las veces en las que he vuelto a hablar de un mismo tema. Me complace hacerlo todas las veces que me sea posible, dado que la intención de este trabajo de divulgación periodística, que el 12 de noviembre de este año 2022 cumplirá veintiocho, es aclarar dudas.

Muchos pudieran pensar que cuando hablo de un tema tratado con anterioridad, lo hago por dármelas de sabidillo o por condenar y humillar a aquellos que aún no han asimilado la explicación. Eso no es cierto, pues aunque en ocasiones he pecado de arrogante y de prepotente, esa no es la generalidad.

Cuando un tema ha sido tocado varias veces, el motivo es la frecuencia con que aparecen en los medios de comunicación palabras o expresiones inadecuadas. También se da el caso de personas que en la ocasión en que pudieron leer, no captaron el mensaje, y por lo tanto es menester darles una nueva explicación, con la finalidad de que puedan disipar sus dudas. Siempre me piden que aclare dudas, y en eso estoy.

He sido repetitivo en decir que hay situaciones que se pueden solventar con el uso de un buen diccionario, y no lo he dicho con mala intención, sino con el deseo de infundir ánimo en aquellos cuya ocupación habitual es la redacción, en aras de persuadirlos de que nada de esto es difícil.

Lamentablemente hay periodistas, educadores, locutores, publicistas y otros profesionales que no salen de la rutina y no le han dado importancia al rol que les corresponde desempeñar.

También he dicho muchas veces que la gama de impropiedades lingüísticas en los medios de comunicación es amplísima, y que a pesar de esa realidad, existe un marcado interés por reducirla; pero no es menos cierto que hay una especie de resistencia que no permite que muchos usuarios del lenguaje escrito y oral puedan librarse de esos feos vicios que ajan y envilecen la escritura.

Definitivamente, el mal uso de ciertas y determinadas palabras homófonas es lo más común, sobre todo en las denominadas redes sociales, que están plagadas de impropiedades, ante lo cual nunca estará demás escribir las veces que sea necesario, en función de que los interesados puedan apercibirse de las herramientas que les permitan exhibir una buena escritura y una mejor expresión oral.

Es lamentable que haya periodistas que no sepan la diferenciar entre hay y ahí; educadores, muchos de los que se ufanan de haberse graduado en universidades de gran prestigio, que confundan haber con a ver o que escriban «que ay por hay», en lugar de «¿Qué hay por ahí?». ¡Y no se crea que los ejemplos mostrados son arbitrarios, y que los he usado para burlarme de los que incurren en ellos! Aparecen a cada rato en Facebook, Instagram y en mensajes de WhatsApp, y lo doloroso es que sus autores son personas públicas, que por su ocupación habitual deberían preocuparse por escribir bien y hablar de mejor manera.

Se debe tener claro que a ver es una secuencia conformada por la preposición «a» y el verbo ver: «Voy a ver qué puedo hacer»; en tanto que haber puede ser un verbo o sustantivo: «Deberíamos haber revisado»; «Ese cantante tiene en su haber un gran repertorio».

No creo que sea difícil entender que halla es del verbo hallar; haya es una forma del verbo haber; que allá es un adverbio de lugar, y que aya es otro nombre que se le da a la mujer que cuida niños. En algunas partes de Venezuela, especialmente en las zonas llaneras, a esas damas se les conoce como «jayeras», que sin dudas, es una deformación de ayeras, pariente de aya. Jayera, con su correspondiente masculino, ha adquirido una dosis de connotación peyorativa, que se les endilga a aquellas o aquellos que, de ayeras o ayeros, se convierten en consentidores, aduladores o simplemente «jalabolas».

Tampoco creo que sea complicado saber que ahí es un adverbio de lugar; que hay es del verbo haber, y que ay es una interjección con la que se expresa dolor, angustia, sorpresa, satisfacción y aun picardía: «Ahí hay un enfermo que dice ay». Ay, por ser una interjección, deberá escribirse siempre entre signos de admiración: ¡Ay, mi madre!

David Figueroa Díaz
David Figueroa Díaz (Araure, Venezuela, 1964) se inició en el periodismo de opinión a los 17 años de edad, y más tarde se convirtió en un estudioso del lenguaje oral y escrito. Mantuvo una publicación semanal por más de veinte años en el diario Última Hora de Acarigua-Araure, estado Portuguesa, y a partir de 2018 en El Impulso de Barquisimeto, dedicada al análisis y corrección de los errores más frecuentes en los medios de comunicación y en el habla cotidiana. Es licenciado en Comunicación Social (Cum Laude) por la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica) de Maracaibo; docente universitario, director de Comunicación e Información de la Alcaldía del municipio Guanarito. Es corredactor del Manual de Estilo de los Periodistas de la Dirección de Medios Públicos del Gobierno de Portuguesa; facilitador de talleres de ortografía y redacción periodística para medios impresos y digitales; miembro del Colegio Nacional de Periodistas seccional Portuguesa (CNP) y de la Asociación de Locutores y Operadores de Radio (Aloer).

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