“La flor del jazmín azul es una variedad que se abre solamente por la tarde, al caer el día”
Ha sido un placer reencontrarse con el Woody Allen de siempre en Blue Jasmine, retrato en profundidad y sin piedad de una mujer (interpretada magníficamente por Cate Blanchett). Tras haber malgastado los últimos años en la construcción de películas-tarjetas postales de diversas ciudades europeas (Londres, París, Roma, Barcelona), poco logradas todas ellas y bastante horteras, con casi 80 años Woody Allen regresa con la fuerza de aquellas historias que ayudaron a construir su merecida fama: Jasmine es una gran obra, otra sátira burguesa de esas que han fecundado lo mejor de su larga trayectoria (como Maridos y Mujeres, Crímenes y pecados u Otra mujer, por ejemplo). Blue Jasmine es el largometraje número 47 de Woody Allen.
Arrastrando maletas de Vuitton, Jasmine, víctima y responsable, si no culpable en su desidia de los manejos financieros que han llevado a que su marido, Hal (Alec Baldwin), salga de casa esposado por el FBI camino del tribunal y acabe muriendo, llega en avión desde su magnífico apartamento de Park Avenue, en Nueva York hasta San Francisco, donde se encuentra sola y desamparada frente a la puerta de su hermana Ginger (fantástica Sally Hawkins en el papel), divorciada de un perdedor, Augie (Anfrew Dice Clay), madre de dos adolescentes y a punto de casarse con un hombre que a Jasmine –que en realidad se llama Janette, pero se ha cambiado de nombre para alternar con la alta sociedad de Manhattan- le parece el colmo de la vulgaridad. En Jasmine reconocemos inmediatamente a la heroína de tantas películas anteriores del director de Manhattan
Ambas hermanas son adoptadas y ya en su infancia se establecieron las diferencias, cuando sus padres repetían que Janette era la que tenía “los genes buenos”. Porque Janette-Jasmine es alta, frágil, rubia, frecuentadora de spas y gimnasios y elegante con la elegancia que se compra con dinero mientras Ginger es morena, jovial, de rasgos muy acusados y aspiraciones acordes con sus posibilidades: tiene un trabajo, a veces bebe más de lo necesario y está encantada con el novio, Chili (Bobby Cannavale) también trabajador y ordinario, que ha encontrado tras el fracaso de su matrimonio. Ginger acoge a su hermana con el cariño y la admiración que siempre ha sentido; Jasmine se debate entre un escaso agradecimiento y sus fantasmas recurrentes que imposibilitan una ubicación en el mundo real. A medida que intenta reconstruirse (un trabajo, un amor nuevo) van apareciendo los fragmentos de memoria (mentiras, traiciones) que contribuyen a volverla aún más frágil, al tomar conciencia de que fueron su superficialidad, su ingenuidad y sus tonterías las que llevaron a la ruptura de la pareja y, sobre todo, a la caída del marido.
Intercalando escenas de la vida anterior y la realidad actual Woody Allen reconstruye, con su habitual maestría para mostrar las diferencias, las aspiraciones, sueños y trayectoria de ambas hermanas, con especial atención a los pocos momentos en que se han reencontrado desde que salieron de la casa familiar. Entre el “antes” de la vida de los vips neoyorquinos y el “después” de una cierta bohemia de San Francisco, la narración se va estructurando para acabar desmenuzando el personaje de esa mujer patética, perdida en su permanente búsqueda de la “perfección social burguesa”.
Una historia que comienza como una comedia y va adquiriendo tintes cada vez más oscuros a medida que avanza, un cuento de serie negra, una obra maestra que se estrena en los cines españoles el 15 de noviembre de 2013, en la que Woody Allen ha recuperado toda “la gracia” de su personalísima forma de narrar con imágenes.