La búsqueda desesperada por las vacunas anticovid atropelló los dogmas internacionales del gobierno de Brasil y castiga las opciones que adoptó el país en relación a la industria farmacéutica en las últimas décadas, informa Mario Osava (IPS) desde Río de Janeiro.
La vacunación en Brasil empezó el 17 de enero, con la vacuna china Coronovac, manufacturada en el país, pero con un ritmo lento a causa de su escasez. Alcanzó un total de 4,32 millones de personas el 10 de febrero, es decir 2,04 por ciento de la población del país.
Algunas ciudades tuvieron que interrumpir la campaña en esta segunda semana de febrero y las demás limitaron su aplicación a personas de más de 80 o 90 años y a los trabajadores del sistema de salud mayores de 60 años.
Dependiente de insumos importados de China, el gobierno brasileño sustituyó sus ataques a la potencia asiática por una diplomacia ejercida por otros ministros y legisladores en lugar del ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Araújo, protagonista de frecuentes pronunciamientos ofensivos contra el comunismo chino, el sistema multilateral y cualquier gobierno que no sea de extrema derecha.
En relación a India, Brasil dejó de oponérsele en la Organización Mundial de Comercio (OMC) a la propuesta de suspensión de las patentes de vacunas durante la pandemia, para permitir un rápido incremento de la producción en el mundo, con base a una licencia obligatoria para medicamentos esenciales, incluso sin existir una emergencia.
Hasta ahora, la posición brasileña había ayudado a los países ricos a bloquear la iniciativa.
La nueva postura conciliadora fue una forma de garantizar el suministro de dos millones de dosis de la vacuna de la asociación Oxford/AstraZeneca (británica-sueca), manufacturadas por el Instituto Serum de India.
La llegada de esa vacuna comenzó solo el 22 de enero, lo que retrasó el inicio de la vacunación masiva brasileña en algunas semanas.
Potencial maniatado
Brasil tiene por lo menos dos instituciones de reconocida capacidad en la producción de vacunas y medicamentos, ambos estatales, la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz), en Río de Janeiro, y el Instituto Butantan, en São Paulo. Pero no produce el ingrediente farmacéutico activo (IFA), un insumo indispensable.
Tenemos una fantástica capacidad científica y tecnológica, pero no una política para desarrollar la industria farmacéutica, se lamentó Eloan Pinheiro, quien dirigió de 1994 a 2002 el Instituto de Tecnología en Fármacos (Farmanguinhos), la unidad de investigación y producción de medicamentos de Fiocruz.
Sin las inversiones necesarias, Brasil no produce hoy el IFA de las vacunas, tampoco kits de diagnóstico y muchos equipos médicos, aunque disponga de capacidad tecnológica, sostuvo a IPS por teléfono desde la misma Río de Janeiro, donde vive.
Ella recuerda que hubo un intento, el Programa de Apoyo al Desarrollo de la Cadena Productiva Farmacéutica (Profarma), iniciado en 2004 bajo el gobierno progresista del presidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010) y al cual contribuyó con un estudio sobre la internalización de tecnologías farmoquímicas, con una mirada especial en los medicamentos contra el virus de la inmunodeficiencia adquirida (VIH).
El programa se interrumpió con los siguientes gobiernos. Era un política de gobierno, no de Estado. Faltó reconocer la salud como una inversión y no un gasto, ya que una población saludable es más productiva, comentó la química con variadas especializaciones en cuestiones farmacológicas.
Brasil produce actualmente solo cinco por ciento de los insumos que necesita para sus medicamentos, pero en los años ochenta ese índice era de 55 por ciento, según la Asociación Brasileña de la Industria de la Industria de Insumos Farmacéuticos (Abiquifi).
Pinheiro también vivió las batallas por asegurar los medicamentos antirretrovirales a los portadores del VIH, en que la amenaza de quebrar las patentes para la producción local generalmente se tradujo en acuerdos con la industria farmacéutica para reducir los costos.
Una lucha en que sigue como activista es la de generar medicamentos y asistencia para las enfermedades desatendidas, olvidadas por la industria porque son males de la pobreza.
El Foro Social para el Enfrentamiento de las Enfermedades Infecciosas y Desatendidas, una articulación de movimientos sociales y activistas, es donde Pinheiro prosigue otra de sus luchas cuando respondía por Farmanguinhos.
Esas enfermedades son olvidadas por la industria y los gobiernos, y por eso carecen de atención y medicamentos, porque son males de la pobreza, como la malaria o paludismo, la lepra y la leishmaniasis, transmitidas por mosquitos, otros vectores y el agua insalubre, destacó Pinheiro, quien trabajó en la OMS después de jubilarse en la Fiocruz en 2004.
Vacunas y desigualdad
Ahora es la COVID-19 que vuelve a realzar la terrible desigualdad mundial en el área de la salud, con las vacunas acaparadas por los países ricos y con precios más baratos que las que tendrán que pagar en muchos países del Sur global.
No es justificable que una misma vacuna cueste el doble a Brasil y varias veces más en África en comparación con lo que pagan los países ricos, señaló Pinheiro.
Reconocer la vacuna como un bien público asegurado a todos por el Estado y suspender el monopolio de las patentes son dos medidas que ella considera necesarias para superar la pandemia y la inequidad en el acceso a la inmunización.
Solo una amplia movilización de la sociedad por esos derechos impediría el genocidio de la población excluida que está en marcha, según la activista.
La crisis del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida) generó las protestas y presiones sociales que hoy no parecen posibles, debido a las medidas para evitar el contagio. Pero sí podrían producirse cuando acabe la pandemia, aseguró.
Cambio de posición
En Brasil el gobierno de extrema derecha de Jair Bolsonaro abandonó la posición brasileña de décadas anteriores, de aliarse a los países en desarrollo para ampliar el acceso a los medicamentos y buscar soluciones colectivas.
Por eso se opuso el año pasado a la propuesta de suspensión de las patentes, encabezada por India y Sudáfrica, y se juntó a los países ricos en defensa del sistema de propiedad intelectual acordado en 1994 en el ámbito de la OMC.
Pero la carencia de vacunas, mientras la covid arreció y pasaron a morir más de mil brasileños diarios, las dos últimas semanas de enero, dio al traste, al menos por ahora, con el credo bolsonarista que niega la gravedad de la pandemia y hasta cierto momento menospreció la inmunización masiva.
Bolsonaro es probablemente el único gobernante que promete no vacunarse.
Además de gestos de amistad hacia China e India, al igual que a los mayores productores de vacunas y sus insumos, cambió la actitud de Brasilia con la OMS, a la que antes acusaba de estar al servicio de China.
El ministro de Salud, Eduardo Pazuello, un general en activo del Ejército, asegura que Brasil ya dispone de dosis para vacunar dos veces más de 70 por ciento de los 212 millones de brasileños, cantidad necesaria para la inmunización colectiva, según los epidemiólogos.
Los contratos y los plazos de entrega son inciertos ante la ansiedad de la población.
Cien millones de dosis serían de la Coronavac, de la empresa china Sinovac, cuya adquisición había asegurado hace tres meses Bolsonaro que nunca se efectuaría.
Sin una industria farmacéutica autosuficiente que podría haber desarrollado por caminos similares a los de India, que aprovechó los diez años de gracia aprobados en el acuerdo internacional de patentes, Brasil enfrenta otras debilidades que lo llevaron a tener la peor gestión de la pandemia entre 98 países evaluados por el australiano Instituto Lowy.
Solo obtuvo 4,3 puntos de 100 posibles, frente a los 94,4 de Nueva Zelandia, la mejor calificada. Entre los últimos están México (6,5), Colombia (7,7), Irán (15,9) y Estados Unidos (17,3).