Aún no ha cumplido tres años de existencia, pero desde su primer día, el Cubo, como se le conoce, es el icono colorista de arquitectura más rabiosamente contemporánea que ocupa una esquina privilegiada en la confluencia de los paseos de los Curas y la Farola, el muelle 1 del puerto de Málaga y la playa de la Malagueta, justo debajo de Gibralfaro que parece contemplarle desde su altura. El Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou de Málaga, tiene el gran honor de ser el primer Centro Pompidou fuera de Francia.
Dos plantas de edificio, 0 y menos 1. El Cubo es solo la parte diáfana de hierro y cristal visible desde el exterior, que es en realidad una claraboya. El interior se compone de una serie de espacios comunicados, pensados para contener una serie de volúmenes, obras de arte, que se armonizan mutuamente. Un espacio propio, un territorio individual para cada escultura, instalación o mamparo. Los cuadros en los muros tienen la función de llenarlos de color. Los arquitectos Javier Pérez de la Fuente y Juan Antonio Marín Malavé son los creadores de su diseño.
Arte de los siglos XX y XXI componen esta nueva colección estrenada a primeros de diciembre y que permanecerá hasta 2020 que lleva por título Utopías Modernas. En realidad es una instalación de historia, en gran parte de historia política a través del arte, comenzando por la Gran Utopía que fueron la Revolución Rusa y la Primera Guerra Mundial, los nacionalismos y totalitarismos europeos y la Guerra Civil Española que produjeron un arte de compromiso político, con relación directa entre arte y poder como instrumento de propaganda. Realismo, surrealismo, abstracción, como contribución a la causa, como síntesis de la vida y el arte, como fuerzas de oposición en perfecto equilibrio, al servicio sobre todo de la revolución de la mente. Hoy mero testimonio de un pasado que parece más lejano que lo que su cronología indica, un pasado efímero totalmente desaparecido, aunque el presente sea su consecuencia.
Lo ilustran el Equipo Crónica, la maqueta del Monumento a la Tercera Internacional de Vladimir Tatlin, un proyecto utópico nunca realizado de 400 metros de altura que encuentra su respuesta en La caída de Ícaro de Marc Chagall. El suprematismo de Kazimir Malevich representando al Imperio Ruso con su maqueta Alpha, la videoinstalación de Chris Marker Cuando el siglo tomó forma, (Guerra y Revolución) la abstracción en lienzos de Robert Delaunay, Otto Freundlich, surrealismo de André Masson, su precursor, esculturas muy conocidas entre nosotros como Prometeo estrangulando al buitre de Jacques Lipchitz, el Gran Profeta de Pablo Gargallo, una obra maestra de volúmenes y espacios complementarios y la cabeza de la Montserrat de Julio González.
Inevitablemente tenía que llegar como siguiente espacio El final de las ilusiones, la otra cara de la moneda, la catastrófica consecuencia de las dos guerras mundiales, la consecuente caída de los fascismos, el auge de los comunismos durante casi todo el siglo XX, su traición a supuestos ideales utópicos de libertad implícitos en las vanguardias de preguerra ahora desvanecidos. Desaparecieron las aspiraciones revolucionarias de transformación social por incapacidad de dar respuesta a la diversidad impuesta por la realidad. Por el contrario la sumisión del arte a los estados totalitarios, simbolizado por el cierre de la Bauhaus, la exposición de Arte Degenarado de Munich o la proclamación del realismo socialista, marcaron el final de la experimentación formal en el arte moderno. Ahí están para ilustrar este final de ilusiones, Malevich, Kandinsky, Lipchitz, Picasso, Chagall, Immendorff, Bulatov, y los paneles Último verano de Adam Adach.
Juntos es el nombre de la tercera de las utopías modernas. En la adversidad, la unión hace la fuerza. El individuo despojado de su singularidad desaparece aplastado por la masa a favor de un ente superior. Pero en los años 60/70 del siglo pasado surge un espíritu de comunidad reivindicativo de los derechos y libertades individuales que produce corrientes de contracultura como el Mayo 68, también efímero. Más duraderos fueron los movimientos que cristalizaron en el nacimiento de las ONG y otras organizaciones capaces de producir otras formas de hacer política y sobre todo, que todo gesto de la vida privada tiene incidencia en la vida pública. Entre los 60 y los 90, ilustran este espacio los artistas Shirley Jaffe, Alain Jacquet con un maravilloso Almuerzo sobre la hierba. La divertidísima película Mao-Hope March, de Öyvind Fahlström, deliciosa parodia en la que Bob Hope supera a Mao en el conocimiento de los chinos! El impresionante Grupo de 13 de Eva Aeppli, fantasmas de la fragilidad humana. La inquietante Diada de la serie Multitudes de Antonio Saura, la escultura descontextualizada Cosmos de Boris Achour…
La ciudad Radiante, Imaginando el Futuro y La edad de oro completan los espacios de la nueva colección casi permanente del museo. Son los espacios más optimistas y esperanzadores, sin salir de la utopía, algo imposible según los criterios de la colección. Una nueva era de sueño modernista de felicidad universal, encarnado principalmente por Le Corbusier, profeta de ese espíritu nuevo. Su ciudad radiante está pensada para acoger a una comunidad ideal estandarizada y racional! Pero olvida el caos y la pluralidad característicos de la ciudad, que creó una respuesta de estímulo a la diversidad y libertad individuales. Las instalaciones de Pierre Huyghe y Yael Bartana son la respuesta.
Artistas que imaginan un futuro sin especulación inmobiliaria ni consumismo desenfrenado sino más bien de soluciones colaborativas como nueva utopía de la arquitectura que ilustran este espacio son Jacques Rougerie y su extraordinaria maqueta de un proyecto no realizado, Ciudad submarina; proyectos de arquitectos españoles, Carlos Ferrater, Josep Lluis Canosa, Bet Figueras, Xavier Martí, Langarita-Navarro arquitectos, Carlos Arroyo y Amid.Cero9. Proyectos no realizados y realizados, como el paseo marítimo de Benidorm, el laboratorio de investigación Medialab-Prado, la maqueta del Centro Cívico de Oostkamp, Bélgica, y el precioso proyecto en curso Palacio del Cerezo en Flor (Valle del Jerte).
La colección termina en La Edad de Oro, utopía nostálgica basada en el concepto de que para encontrar el futuro hay que mirar al pasado, en una búsqueda del paraíso perdido, en el que el hombre vivía ajeno a todo problema, libre y feliz, ahora convertida en metáfora de la virtud humana y la sociedad ideal. ¿Puede darse mayor utopía?
La instalación hito de esta sección es el Rebaño de ovejas de François Xavier Lalanne, efectismo potente de un realismo extraño y sorprendente. Rodeadas por cuadros sobre ambos muros de Séraphine de Senlis, Jean le Moal, Joan Mitchell, un impresionante La vieja del jardín de Frank Stella, Roberto Matta y Joan Miró; el inquietante Hace cien años de Peter Doig, que trasladado a hoy podría ser una patera, eso sí, llena de gente muy diferente a la chica rubia del cuadro. La obra se escapa del espacio-tiempo, como si aspirase a la eternidad. Podría encuadrarse en la metafísica simbolista reflejo de la deriva del hombre contemporáneo.
Para final, esa divertida instalación de Franck Scurti, una cama que es en realidad una gigantesca lata de sardinas a escala humana. Ayer no dormía nadie en su interior, pero hay pruebas fotográficas de que a veces sí. Scurti juega con la reinterpretación de los objetos cotidianos como forma de acercamiento a la mirada de un niño que cuestionase la realidad del ser humano. En la pared un desayuno servido para el despertar… ¿de la utopía de la edad de oro?