La fundación María Cristina Masaveu Peterson viene convocando desde hace años a fotógrafos galardonados con el Premio Nacional de Fotografía para que muestren su mirada personal sobre Asturias a través de una serie inédita. Alberto García-Alix, José Manuel Ballester, Ouka Lele y Joan Fontcuberta fueron los autores de los primeros proyectos. En esta ocasión el fotógrafo elegido ha sido Chema Madoz, quien estos días muestra su trabajo “El viajero inmóvil” en el Centro Cultural Conde-Duque de Madrid. En mayo la exposición viajará al Museo de Bellas Artes de Oviedo.
Una Asturias conceptual
El estilo personal de Chema Madoz, quien juega con la manipulación de imágenes de objetos cotidianos para provocar en el espectador sensaciones derivadas de su utilización simbólica, ha dado como resultado la visión de una Asturias en la que no se muestran paisajes, personas, tradiciones ni monumentos del Principado.
Es una Asturias abstracta a través de imágenes concretas. No hay gentes ni territorios, pero ahí están: sugeridos, poetizados. En la manzana de la que brota un árbol, en un trabajo de ganchillo que simula la espuma de una ola que lame la orilla de una playa, en una barca que reposa sobre su popa convertida en un sagrario, en negativos de fotografías analógicas que registran cielos nublados… En las 34 imágenes de esta muestra hay una Asturias insinuada a través de representaciones icónicas que apelan a la imaginación del espectador más que a su mirada. Los bosques y las montañas, el mar y la playa, los trabajos y el ocio están representados por imágenes en las que el juego y la fantasía trasladan la mirada del espectador a una Asturias imaginada.
Los objetos en las obras de Madoz son como naturalezas muertas que de pronto adquieren vida a través del añadido de un detalle o situándolos en un contexto diferente al de su cotidianidad. Sus fotografías prescinden totalmente del cuerpo humano (solo aparece cuando este sirve de objeto), pero el hecho de centrarse en los objetos no significa que su obra se desentienda de las personas: «Los objetos, al contrario que las personas —dice el fotógrafo— me permiten articular un discurso a mi medida, más íntimo… aunque utilice objetos, estoy hablando de las personas». En todo caso, la de Chema Madoz es una fotografía que nunca deja indiferente al espectador. Como en este caso, provoca sensaciones a veces difíciles de explicar. También emociones. Sorpresa, perplejidad, desconcierto, interrogantes, reflexiones… y, siempre, una sonrisa de complicidad.
El título de la exposición, el oxímoron “Viajero inmóvil”, se refiere a una doble inmovilidad: la del fotógrafo, que no ha recorrido el territorio de la comunidad para hacer las fotografías sino que las ha realizado en su estudio madrileño de Galapagar (aunque hizo varios viajes allí para familiarizarse con el entorno), y la del espectador, que viaja a Asturias con su imaginación, con su fantasía, incluso con su sentido del humor.
Más que una exposición, “El viajero inmóvil” es una instalación para la que se ha creado una atmósfera inquietante a la que se accede desde el paso por una pantalla gigante que recoge un video de Chema Madoz en el que una cascada incesante se precipita desde el escenario del Teatro Campoamor de Oviedo, introduciendo al visitante en el ámbito de la muestra envuelto en el ruido que provoca la caída del torrente.
Un fotógrafo posmodernista
A los tradicionales universos de la fotografía (a saber: como reflejo de la realidad y como manifestación artística) el madrileño Chema Madoz añade uno nuevo que, bebiendo de las fuentes de ambos, aporta una dimensión inédita: la de mostrar lo oculto. Lo hace manipulando objetos cotidianos a través de los que transmite al espectador mensajes diferentes a aquellos que estamos acostumbrados a recibir de estos objetos: una alcantarilla puede ser un escurreplatos, el hilo se metamorfosea en agua o en humo (a veces en las dos cosas en una misma fotografía), una horquilla para el pelo puede transformarse en una nota musical… Algunos de estos objetos existen (escaleras, lápices, cerillas…), otros son fabricados o inventados, algunos son objetos imposibles y a veces la combinación de varios da lugar a la aparición de otro (dos anzuelos son un corazón).
Pero siempre adquieren un nuevo significado pues, en realidad, el fotógrafo, lo que trata de revelarnos es la polisemia de los objetos, su ambigüedad. Y un significado oculto en el que no habíamos reparado: después de haber visto una foto de Chema Madoz nunca más el objeto será el mismo.
La vida cotidiana de los objetos adquiere en la obra de Chema Madoz una nueva dimensión a través de una hábil combinación de imaginación, de fantasía y de magia, como un aforismo fotográfico o una greguería de Gómez de la Serna.
Y también de poesía. Cuando comenzaba su carrera, a Chema Madoz alguien le comentó que sus fotografías le recordaban a los «poemas visuales» de Joan Brossa. Se quedó estupefacto cuando tuvo la oportunidad de ver por primera vez una exposición de la obra del poeta y artista catalán en el Museo Reina Sofía de Madrid. Aquello era lo que él siempre había querido hacer con sus imágenes. Y en 1995, cuando conoció personalmente a Brossa, este le dijo: «Han tenido que pasar setenta años para conocer a mi hermano». Esta simbiosis se manifestó en el trabajo conjunto de ambos artistas cuando Madoz hizo una serie de fotografías para ilustrar un poemario de Brossa sin haber leído antes los textos. No se sabe si Brossa escribió los poemas después de ver las fotografías o las aceptó tal cual las había hecho Madoz. El caso es que pocas veces se ha producido una identificación tan íntima entre texto e imagen como en aquel Fotopoemario (La Fábrica, 2003).
A Chema Madoz se le ha querido identificar también con el surrealismo, y realmente muchas de sus fotografías remiten a esa imagen que los surrealistas identificaban con la belleza: un paraguas y una máquina de coser en una mesa de disecciones. La fotografía de Madoz es como el sueño de un personaje de ficción, «un onirismo de lo cotidiano», en palabras de la historiadora Marie-Loup Sougez. También se le relaciona con el arte conceptual, las «imágenes imposibles» de Carelman, los objetos convertidos en arte de Duchamp, la deformación de figuras geométricas de Jan Dibbets y los objetos fotografiados de Man Ray. Puede haber identificaciones a posteriori, pero personalmente creo que lo de Chema Madoz, como ocurrió con los poemas visuales de Brossa, es un hallazgo original.
En sus fotos solo utiliza el blanco y negro. A través de un código lumínico muy personal consigue detener el tiempo y congelar el espacio de sus objetos, un espacio sobre el que impone un dominio total. Este dominio sobre la luz y el espacio proporciona a sus fotografías una composición perfecta que proyecta sobre sus objetos sensaciones tridimensionales. Eso le ha proporcionado un estilo propio que identifica al autor tanto en su obra «artística» como en sus trabajos no menos artísticos para los anuncios publicitarios de Purificación García, las ilustraciones de artículos de revistas, las portadas de libros o las carátulas de discos de música clásica.
Y es el estilo lo que le ha convertido en uno de los referentes de la fotografía contemporánea. Sus exposiciones en museos internacionales y en el IVAM de Valencia, el Centro Galego de Arte Contemporáneo o en la galería Bacelos de Vigo siempre han conseguido un interés pocas veces alcanzado por la fotografía.
- TÍTULO. “El viajero inmóvil”
LUGAR. Centro Conde Duque. Madrid
FECHAS. Hasta el 16 de abril