Todos tenemos la imagen de Orestes, un joven melancólico quien, para cumplir su destino, ha de ser empujado por las Furias a vengar a su padre, Agamenón, quien murió a manos de su esposa, Clitemnestra, madre de Orestes, de Ifigenia y de Electra, ayudada por su amante, Egisto.
Clamor de Clitemnestra, pósterMenudo destino, y no es de extrañar que Orestes vagara por las llanuras con tal de escapar al acoso de Las Furias que lo acosan por doquier: su hermana Electra la peor de todas, al tanto del magnicidio cometido en casa contra su padre.
Pero ha de ser el varón, Orestes, el que se eche encima la venganza familiar; a las mujeres les esperan otras tareas no menos terribles, como la de elegir entre parir hijos para la guerra o mantenerse vírgenes profetizando desastres y catástrofes.
Dicho esto, ya tenemos aquí lo que hace única a Clitemnestra y a lo que nos agarramos para hacer de ella una heroína moderna: al asesinar a su esposo, asumió el papel de hombre, lo que la condena al ostracismo hasta el día de hoy, y si tenemos en cuenta que esto sucedió durante la guerra de Troya y posterior vuelta a casa de los héroes, van ya casi 30 siglos de castigo.
Pero las Furias no soplan sólo en una sola dirección y en Grecia, como me explicaron muy bien después de la función, si mueves un palito, aunque sólo sea un palito del tejado, tienes que seguir tocando otros palitos que se levantan por aquí y por allá y el edificio no se queda ya quieto.
¿Por qué Clitemnestra ha de ser definitivamente la mala sin darle siquiera la oportunidad de defenderse? Abran una compuerta, quiten sólo un palito y verán: Agamenón, rey de Micenas, hermano de Menelao esposo de Helena raptada por Paris, sacrifica a los dioses a su hija Ifigenia a espaldas de Clitemnestra para conseguir vientos favorables que lo lleven a Troya. Es el honor familiar el que está en juego. Diez años después, cuando Agamenón regresa triunfante de la Guerra, Clitemnestra lo asesina para vengar la muerte de su hija. Antes, todavía antes, cuando Clitemnestra era la reina de Micenas, Agamenón la había tomado por esposa a la fuerza para apoderarse de su reino, y no le importó quitarle del pecho al niño que por entonces amamantaba y atravesarlo con su espada, no fuera que de mayor se coronara rey.
¿Tenía o no tenía motivos ella, antes y después de lo de Ifigenia? ¿Fue Egisto, su amante, causa o instrumento de esta madre desesperada por el dolor?
No importa. Su hijo Orestes asumirá su destino y apuñalará, aunque con desgana, los pechos que lo amamantaron.
Eterna y actual, Clitemnestra vaga en su Clamor junto a otras mujeres desterradas y desarraigadas que llegan hoy a las playas de Grecia, el Hades, que por fin sabemos dónde está, gracias a los telediarios donde suenan los nombres de la Grecia clásica (Lesbos, Idomeni), y a ellos está fijada la historia como una sombra lánguida.
Con estas extranjeras violadas y esclavizadas revive ella las alegrías de sus embarazos en condiciones casi imposibles para la supervivencia. Y comprende que quieran seguir adelante a pesar de todo y hasta la rehúyan cuando les sugiere «échalo fuera antes de que él te acabe matando a ti, si no por el puñal, por la traición cobarde».
¿No es eso lo que experimentan muchas madres cuando el hijo alcanza la ansiada madurez?
Sin embargo, para las desterradas, el hijo es su única esperanza, como lo fue el suyo para ella, cuando lo amamantaba.
Esto lo pone en escena, mediante un monólogo apasionado, una sola mujer bellísima y llena de harapos que le sientan como a una reina, despojos que son su trono y su corona. Con una voz aterciopelada que llega sin aparente esfuerzo y con una coquetería necesaria para hacer creíble ese papel grandioso, da el personaje perfecto, cabal y fatalista. Rescatamos a la vilipendiada Clitemnestra, la mala de la tragedia micénica, la vulva con dientes, la viuda negra que, sin embargo, no mereció ser titular de ninguna de las tragedias con que los grandes dramaturgos de la antigüedad homenajearon a otros miembros de su familia (Orestes, Electra e Ifigenia tiene cada uno la suya), y eso también duele.
Siempre secundaria aunque malísima, sin oportunidad para defenderse ni siquiera como Medea, siente que le ha llegado el tiempo de la revancha. Ella se la tomará con calma, mientras pueda, que está muy perjudicada de lo suyo.
- Director y autor: Luis Quinteros.
Actriz: Natalia Moya
Teatro del Arte: San Cosme y San Damián, 3 (Madrid, Atocha-Lavapiés)
Fecha de la función comentada: 11 de diciembre de 2016.
Última función: domingo 18 de diciembre a las 19:00 horas