Que Gabriel García Márquez es un maestro en el arte de escribir está fuera de toda duda, y sus varias obras literarias, vendidas por millones, lo atestiguan.
Lo que no todo el mundo sabe es que junto a ello es un erudito en el mundo del cine, como demuestra en este libro, Cómo se cuenta un cuento, fruto del Taller de Guión impartido por el maestro en la Escuela de San Antonio de los Baños, en Cuba, donde alumnos que aquí se convierten en talleristas aprenden a escribir una historia en forma de guión que servirá de base, soporte y columna vertebral para las películas o series de televisión.
El autor de tantas obras memorables, que en un momento dado dice que “la imaginación es la loca de la casa”, opina acerca del hecho de escribir: “Lo que más me importa en este mundo es el proceso de creación. ¿Qué clase de misterio es ese que hace que el simple deseo de contar historias se convierta en una pasión, que un ser humano sea capaz de morir por ella; morir de hambre, frío o lo que sea, con tal de hacer una cosa que no se puede ver ni tocar y que, al fin y al cabo, si bien se mira, no sirve para nada?”.
Lo cierto es que sirve para mucho este su libro de ahora, sobre todo para los que amamos el mundo del cine. Y ello porque a través de sus páginas conoceremos a los guionistas que, siendo como son en realidad los creadores de las historias que vemos en forma de imágenes en las pantallas, siguen siendo los grandes desconocidos del público. En este Taller de Guión del que emana el texto del libro, con frases y opiniones directas tal y como las van exponiendo los talleristas conoceremos el método de trabajo a través del lenguaje vivo.
El método pareciera sencillo a primera vista, pero puede llegar a ser cabreante, como en ocasiones se deja entrever. Uno de los alumnos expone en líneas generales una idea sobre una historia que se le ha ocurrido, y a continuación entre todos comienzan a darle forma, porque esa idea en lenguaje cinematográfico tiene que durar media hora, ni más ni menos. No se puede trabajar ni pensando en un largometraje ni en un cortometraje. Es media hora, y a trabajar sobre la historia. Pero teniendo en cuenta que en media hora se pueden decir y hacer muchas cosas, por lo que hay que ir adornando la historia en cuestión, hasta que tenga la forma definitiva, momento en que, una vez acabada pasará a ser “león muerto”, como decía Hemingway cada vez que terminaba de escribir un libro.
Y las historias inventadas en Cómo se cuenta un cuento son de lo más variado, como lo son los talleristas, que proceden en este caso de Argentina, Colombia, Brasil, México, Cuba o España, además de García Márquez, un maestro con la batuta de crear que es su palabra, herramienta de la gran narrativa de las letras hispanas. No le duelen prendas a la hora de corregir o cambiar cosas, diciendo en un momento dado que “hay que tener criterio, y por supuesto valor para tachar lo que haya que tachar…”. Son historias de lo más variado convertidas en guiones, como Ladrón de sábado, en la que una pareja atrapada en un ascensor decide seguir viviendo allí, porque no quiere saber nada del exterior. O La muerte en Samarra II, donde un cachaco (burócrata) colombiano al que le quedan pocos meses de vida porque le han diagnosticado un cáncer manda todo al carajo y emprende un viaje porque quiere conocer mundo, ver el mar, y al que confunden en un pueblo costeño con un santo, porque se parece mucho al santo de la iglesia. En Historia de una pasión argentina conoceremos a la clásica psiquiatra argentina, por supuesto, que a sus cincuenta años quiere tener una historia de amor en el Caribe, a ser posible con un maraquero de orquesta bien puesto, pero que al final acaba conociendo a un argentino que es casi vecino en su Buenos Aires natal… Y es que, según Gabriel García Márquez, “la verdad del paraíso o el infierno siempre va con uno, nunca está en otro lugar”. El primer violín siempre llega tarde es una historia en la que se dan cita la música, el terrorismo, la infidelidad y la suspicacia en la pareja, entre otras cosas. Y está escrita por una “gallega” ya que al parecer los españoles seguimos siendo “gallegos” por aquellas latitudes.
Gabriel García Márquez rezuma en este Cómo se cuenta un cuento sabiduría cinematográfica por los cuatro costados. Y humildad, humildad como persona traducida al campo de la literatura, que procura inculcar a sus alumnos talleristas. Dos frases entresacadas del libro hablan por sí solas de ello. “Si no puedes contar la historia en una cuartilla, resumirla en una cuartilla, entonces da por seguro que a esa historia le sobra o le falta algo. Mi libro El general en su laberinto está sacado de una frase: ‘Al cabo de un largo y penoso viaje por el río Magdalena, murió en Santa Marta abandonado por sus amigos’. Escribí doscientas ochenta páginas alrededor de esa frase”. En otro momento, refiriéndose a las ventas de sus libros, comenta con naturalidad: “Cuando veo la cantidad de ejemplares que se venden y las lindezas que dicen los críticos, me da miedo descubrir que todos están equivocados –críticos y lectores- y que el libro, en realidad, es una mierda. Es más –lo digo sin falsa modestia-, cuando me enteré de que me habían dado el Premio Nobel, mi primera reacción fue pensar: ‘¡Coño, se lo creyeron, se tragaron el cuento!’. Esa dosis de inseguridad es terrible pero al mismo tiempo necesaria para hacer algo que valga la pena”.
¡Genial! Es el libro que estaba esperando hace mucho. Me gusta leer a los grandes escritores cuando se refieren al proceso de escribir y crear, interesantes las diferencias y los métodos, desde que Lope de Vega más o menos dijo algo así, «el manuscrito lleno de borrones, pero el verso claro».
En el artículo se menciona al modismo colombiano «cachaco» (burócrata). Yo estuve un año en Colombia y cachaco era el modo cuasi caricaturesco sinónimo de bogotano o de ciudadano de la parte céntrica del país, como los llamaban los colombianos costeños o de la zona del Caribe (los de Baranquilla y Cartagena de Indias, por ejemplo). En el país de García Márquez, las diferencias entre «costeños» y «cachacos» son parte de la idiosincracia nacional.