Es sabido que la escasa competitividad de la industria y la baja diversificación de la estructura productiva son razones que explican por qué los efectos de la crisis han sido más notorios en la economía española que en otras. Sin embargo, parece obviarse la relación entre la productividad y la competitividad, prefiriendo escoger como línea argumentativa la rigidez del tipo de cambio impuesta por el Banco Central Europeo.
Fahd Boundi
Si bien es cierto que las decisiones de afectar el tipo de cambio nominal corresponden a Bruselas y el Banco Central Europeo, no es menos cierto que la determinación del tipo de cambio real va más allá de la influencia que pueda tener la devaluación de la moneda nacional. Esto es, en un régimen de tipo de cambio fijo, la moneda nacional podrá devaluarse si el Banco Central así lo decidiera, mientras que la variación del tipo de cambio real se verá condicionada por los precios nacionales y extranjeros, lo que hace más complejo la relación entre el tipo de cambio y la competitividad.
No obstante, varias voces críticas han manifestado la obligatoriedad de abandonar el euro y recuperar la antigua peseta, para de este modo devaluar el tipo de cambio nominal y capturar nuevos mercados como medida para superar la crisis. Esta estrategia tendría, presumiblemente, el efecto de reducir los precios en términos de moneda extranjera y abaratar las exportaciones, garantizando una mejor posición competitiva; la reducción de los precios en términos de moneda extranjera dotará de mayor competitividad a la industria nacional, traduciéndose en el incremento de las exportaciones y la mejora de la balanza comercial.
Ahora bien, esta medida solo toma en cuenta el incremento de las exportaciones netas, ignorando lo esencial de aumentar el excedente de exportaciones, pues los beneficios están determinados por la inversión privada, el consumo de los capitalistas y el saldo comercial. En consecuencia, si lo que se busca es el auge de la inversión privada, la elevación de los beneficios a través del comercio internacional debe traducirse en un mayor excedente de las exportaciones. No obstante, las decisiones de los capitalistas de invertir están sujetas a muchas variables que hacen complicado predecir con exactitud su comportamiento, pues la movilidad de capital a nivel internacional puede hacer que las decisiones de inversión se dirijan a otros países si finalmente las condiciones de producción no son del todo favorables.
Asimismo, no es menos importante la inelasticidad de la demanda de las importaciones; a consecuencia de la baja diversificación de la estructura productiva, la industria española es altamente dependiente de las materias primas y los bienes de capital extranjeros, por esta razón el déficit de la balanza comercial tiene un carácter estructural. Si bien actualmente la balanza comercial española presenta un superávit, éste se explica por el descenso de las importaciones como resultado de la contracción de la demanda agregada, y no por la supuesta mejor posición competitiva que pregona el actual gobierno. De igual modo, cabe mencionar que la vía de aumentar las exportaciones a través de la devaluación de la moneda nacional está sujeta a los principios de los costes comparativos defendidos por la teoría convencional. Esto es, los modelos de comercio internacional convencionales postulan la existencia del equilibrio general, siendo éste estático, es decir, cualquier exceso de oferta o demanda se corregirá a través del proceso de ajuste vía precios que irá vaciando el mercado hasta alcanzar el pleno empleo. Además, bajo los principios de los costes comparativos, cada economía se especializará en función a su dotación de factores productivos.
Es decir, si la economía de un país es abundante en el factor trabajo, ésta tendrá que especializarse en procesos productivos intensivos en trabajo, sin importar que esto tenga como resultado la producción de bienes de bajo valor añadido. Por lo cual, la especialización productiva consentirá el intercambio comercial basado en las ventajas comparativas. Sin embargo, las relaciones de intercambio no están sujetas a las ventajas comparativas ni al equilibrio general; la dinámica de la economía se caracteriza por el desequilibrio y el desarrollo desigual. Por tanto, se nos presentan dos interrogantes a resolver: ¿cuáles son los efectos reales de la devaluación de la moneda nacional? Y, ¿qué es lo que determina las relaciones de intercambio?
Devaluación y condiciones de producción
Las medidas encaminadas a superar escenarios de crisis como el actual a través de la devaluación de la moneda nacional muestran varias limitaciones. La primera de ellas se halla en la efectividad de la devaluación en el corto plazo; es consabido que la teoría convencional establece que en el corto plazo el volumen de importaciones no se altera a consecuencia de la rigidez de los patrones de consumo de la economía nacional. Por consiguiente, la balanza comercial será deficitaria a derivación del auge de los precios en términos de moneda nacional como resultado de la devaluación del tipo de cambio nominal. Luego, el incremento del nivel general de precios tendrá como efectos más inmediatos el encarecimiento de las importaciones y el abaratamiento de las exportaciones en términos de moneda extranjera, pero no así la mejora de la balanza comercial. En vista de lo cual, la balanza comercial será deficitaria en el corto plazo, pero a medida que aumenten las exportaciones, el auge de la producción de la industria nacional irá sustituyendo las importaciones.
Igualmente, el encarecimiento de las importaciones empujará a que éstas se reduzcan hasta alcanzar el superávit de la balanza comercial. Este razonamiento puede parecer verosímil, pero presenta varios inconvenientes que hacen difícil que opere en la práctica. Efectivamente, la devaluación de la moneda nacional tiene como resultado reducir los precios en términos de moneda extranjera, pero en términos de moneda nacional éstos se elevan encareciendo las importaciones, de manera que el aumento de la inflación afectará a la producción nacional; la industria necesita para su proceso productivo materias primas y bienes de capital extranjeros, por tanto, si el precio de estas mercancías se encarece, el volumen de importaciones caerá forzosamente.
El descenso de las importaciones de materias primas y bienes de capital afectará a la producción de la industria nacional; el auge de la producción industrial no será posible si no se satisface la demanda de materias primas y bienes de capital extranjeros, puesto que muchas de estas mercancías, por lo general materias primas, no se producen a nivel nacional, o bien, en el caso de los bienes de capital, el grado de innovación es tan alto que se prefiriere su importación. No obstante, el encarecimiento de las importaciones hará difícil aumentar el consumo de bienes de capital y materias primas que consienta ampliar el valor añadido y la productividad por trabajador. Esto empujará a la aplicación de métodos productivos cada vez menos eficientes, traduciéndose en la caída de la producción y la productividad como consecuencia del descenso del grado de utilización de la capacidad instalada en la industria. De igual modo, el encarecimiento de las importaciones de materias primas y bienes de capital podrá tender como efecto no deseado la fuga de divisas, ante lo cual, la administración pública tomará la decisión de elevar los aranceles como medida para contrarrestarla.
Esto será respondido por el resto de países, quienes también decidirán aumentar sus aranceles. Consecuentemente, las exportaciones caerán y la balanza comercial no mejorará. En efecto, la vía de estimular las exportaciones a través de la devaluación de la moneda nacional puede no funcionar como es esperado. Por consiguiente, cuanto mayor sea la dependencia de las importaciones de materias primas y bienes de capital, menor será el efecto positivo que pudiera brindar la devaluación de la moneda nacional. De este modo, en el caso de la industria española, el grado de utilización de la capacidad instalada se encuentra alejado de la plena utilización (gráfico. 1).
Luego, en el hipotético caso de retornar a la peseta, es probable que la devaluación reduzca el grado de utilización, puesto que la economía española es altamente dependiente de las materias primas y los bienes de capital extranjeros. En vista de lo cual, la devaluación de la moneda nacional resultaría una medida contraproducente y poco recomendable. Por el contrario, si se toman medidas encaminadas a diseñar e implantar métodos productivos más eficientes, será de esperar que el grado de utilización aumente, traduciéndose en el incremento de la tasa de beneficio, la producción y la productividad. En consecuencia, se estimulará la inversión productiva, aumentará el nivel de empleo e incluso podrán elevarse los salarios reales. Empero, el grado de utilización de la industria española en 2012 no llegaba a alcanzar el 80 % (gráfico. 1), lo que evidencia la importancia de llevar a cabo medidas que vayan en dirección a mejor la productividad, pues lo que determina realmente las relaciones de intercambio son las condiciones de producción, y no tanto la devaluación de la moneda nacional. Es decir, la mejora de lo métodos productivos reducirá los costes de producción, los precios y el tipo de cambio real.
Gráfico. 1 Fuente: Elaboración propia con datos de la Encuesta de Conyuntura Industrial, Ministerio de Industria, Energía y Turismo
El tipo de cambio real está regulado por el tipo de cambio nominal y el cociente de los precios extranjeros y los precios nacionales. Asimismo, los precios están determinados por los costes laborales unitarios, los costes unitarios de los bienes de producción y la participación de los beneficios. Así pues, las industrias más competitivas serán aquellas que gocen de procesos productivos menos costosos. En otras palabras, las industrias dotadas de métodos productivos más eficientes presentarán menores costes de producción. Por tanto, la aplicación de métodos productivos más eficientes se materializará en el incremento de la productividad; cuanto mayor sea la productividad, menor serán los costes laborales unitarios, luego el nivel de precios caerá y el tipo de cambio real se reducirá.
Esto contrasta con la teoría convencional que prefiere identificar en los salarios la causa principal del aumento de los costes laborales unitarios, por tal razón se arguye que el ajuste a la baja de los salarios es obligado para reducir los precios. Nada más lejos de la realidad. Los costes laborales unitarios son más sensibles a la variación de la productividad; la tendencia de los costes laborales unitarios en la industria española se muestra inversamente relacionada con la evolución de la productividad, esto es, en periodos de crisis como el actual, la caída de la productividad se traduce en el aumento de los costes laborales unitarios.
La caída de la productividad en 2009 de un – 7 % se tradujo en el alza de los costes laborales unitarios en un 9,6 %, empero, esto no se materializó en el aumento del nivel de precios (gráfico. 2); la caída de los beneficios fue mayor que la caída de la productividad, consecuentemente, el nivel de precios se redujo. Por ende, si la industria española pretende ser más competitiva, las medidas a tomar serán aquellas que vayan en dirección a mejorar la productividad en los sectores industriales menos competitivos. En definitiva, no es posible disociar la competitividad de la productividad, en la medida que la aplicación de métodos productivos más eficientes tiene la capacidad de incrementar el grado de utilización, lo que derivará en la reducción de los costes laborales unitarios y los precios, materializándose en el incremento del excedente de las exportaciones, la inversión productiva y el nivel de empleo.
Gráfico. 2
Fuente: Elaboración propia con datos de la Encuesta de Conyuntura Industrial, Ministerio de Industria, Energía y Turismo