La fisonomía del recuerdo ha tenido, en su periplo histórico y entre otros: al juglar como orador e intérprete de relatos desde su inicio homérico, al pregonero como incitador al orden de la lectura oficial de lo dicho, al relator como sancionador de lo expuesto para otros, al cronista como aglutinador de lo ocurrido en un contexto limitable, al periodista como dictógrafo para una sociedad necesitada del sonido del conocer perpetuo, al taquígrafo como transcriptor de la democracia parlamentaria, y al internauta como ciudadano de pleno derecho.
La reunión del ´Consejo Asesor de Google’, mantenida en Madrid el pasado martes 9 de septiembre, ha convocado un equipo multidisciplinar de sabios alrededor del ‘Derecho al olvido’ en internet. Frente al recuerdo, la polisemia intenta descubrir respectivos significados para las palabras que en suma pueden ser añadidos por inventar nuevos conceptos. Aunque la idea se deba a su uso.
Los acontecimientos son depósitos de objetos. De todos sus necesarios objetos. Aunque el ser humano siempre reinterpretó bajo el imperio perceptivo de sus sentidos, el olvido es aquel complejo freudiano entre lo consciente y lo inconsciente. Mientras, el diván se convirtió en el deglutir obsceno de quien paga su olvido al profesional o, en su caso, al confesor de los templos del mundo. Este sistema y su efecto mantenían un silencio de estancia: diván y confesionario. De la misma manera que el matrimonio ha sido un complejo de alcobas, donde la amante o el amante, heterosexual u homosexual, desenredaba el complejo sexual de quienes presumían de su relación marital.
El derecho canónico, siendo un constructo social sobre la justicia divina, ha mantenido la historia oculta del ‘secreto de confesión’. Los secretos perdidos son, en esencia, el precio del perdón privado olvidado y sin registro. De la misma manera, los arcanos se convirtieron en el tarot en cartas de poderes especiales. Cuando, anteriormente estos triunfos, componían el misterio para la transformación o variación de la dirección de las veleidades bajo su consejo. Según parece, el perdón confesado o confesable a un consejero.
El relato histórico pretende ser una línea fugaz de información olvidada para quienes la vida es una rutina enterrada. La historia del engaño se ha mantenido en un complejo de interacciones e interrelaciones entre objetos y entre su lógica. Pero, ahora, sobre una red compleja de comunicaciones, que continúa supurando sus secretos, se ha incorporado la ‘mecánica’ del poder de sincronizar, no sólo ciertos acontecimientos locales entre sí, sino los propios acontecimientos locales y globales.
Ha pasado el tiempo de la mentira, consistente en aquel equilibrio psicológico, a veces imposible pero pretendidamente necesitado, que se audita para en su polisemia pretender llamarse olvido. El ciudadano elige ser representado por otros electos para que mientan por él y sentir ese derecho de queja por el engaño construido entre todos.
Quienes proponiendo el desarrollo de la idea de ciudadanía pretendemos pensar en los niños y niñas como agentes sociales, queremos atender a la idea de ciudadanía en ‘stricto sensu’. Y restringiendo su significado ser ciudadano no significa pretender olvidar serlo o delegar en otros su responsabilidad por no querer serlo.
El ‘derecho de ciudadanía’ podría ser el punto de partida del debate, y superar los complejos polisémicos del ‘derecho al olvido’.