Durante los años de paz entre las dos guerras mundiales, la ciudad de Viena fue una de las más pujantes capitales culturales de Europa, al coincidir allí importantes personalidades de las artes, las letras, la ciencia y la filosofía, que desarrollaron una intensa labor en todos esos campos.
Los pintores Oskar Kokoschka y Gustav Klimt, los músicos Mahler y Schonberg, el sicoanalista Sigmund Freud, el poeta Hugo von Hofmannsthal, los escritores Arthur Schnitzler, Karl Kraus y Elías Canetti… fueron algunos de los que proporcionaron desde aquella ciudad un inédito esplendor a la cultura del siglo veinte.
Viena era entonces una capital europea en la que se habían asentado familias con grandes fortunas, que tenían reservados palcos de lujo en la ópera y organizaban bailes y salones en sus opulentos palacios.
Simultáneamente aparecieron los primeros grandes progresos tecnológicos en el campo de la aviación, la radiofonía y los rayos X.
En ese contexto se creó en los años treinta una sociedad que iba a revolucionar el panorama científico y filosófico europeo gracias a las aportaciones en esos campos de algunos de sus miembros: los filósofos Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, el científico Albert Einstein, los escritores Robert Musil y Hermann Broch.
Su objetivo era una cruzada contra las doctrinas metafísicas y teológicas. El vienés Karl Sigmund recoge la historia de aquella aventura cultural en «El sueño del Círculo de Viena», un libro publicado por la editorial Shackleton.
Los orígenes del Círculo de Viena se sitúan en 1924, hace cien años, cuando el filósofo Moritz Schlick, el matemático Hans Hahn y el sociólogo Otto Neurath crearon un grupo que se reunía los jueves por la tarde para discutir los problemas planteados por la ciencia y la filosofía contemporáneas.
A ellos se unieron el científico Albert Einstein, el matemático David Hilbert y el filósofo Bertrand Russell. Políticamente se definían como socialdemócratas.
Tal vez por eso Karl Popper, quien mantenía relaciones con todos ellos, nunca se integró en el Círculo. Popper mantenía una constante aversión contra el marxismo y el sicoanálisis, las cuestiones más candentes en la Viena de aquellos años.
Quien sí se aproximó fue el filósofo Ludwig Witgenstein, cuyo «Tractatus Lógico-Philosophicus», que escribió durante su servicio militar en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, deslumbró a todos ellos. Wittgenstein había renunciado a una herencia descomunal para que la situación derivada de una vida cómoda no interfiriese en su trabajo.
La idea del nombre Círculo de Viena fue de Schlick, verdadero creador y alma del grupo, quien subtituló así uno de sus libros. Fue un brillante profesor de la Universidad de Viena y un filósofo reconocido.
Estuvo durante gran parte de su vida acosado por Johann Nelböck, un sicópata que se había obsesionado con matarlo y que terminó haciéndolo en un momento en que el nazismo ya estaba asentándose en Austria.
El asesino fue condenado a diez años de prisión pero sólo pasó dieciocho meses en la cárcel. Las autoridades nazis, con las que simpatizaba, le proporcionaron además un trabajo fijo por primera vez en su vida. En una de sus alegaciones se jactaba de «haber brindado un servicio al nacionalsocialismo al eliminar a un profesor que practicaba doctrinas judías dañinas».
Hans Hahn había resultado herido durante la Primera Guerra Mundial en el frente italiano. La bala que se alojó en una de sus vértebras lo acompañó toda la vida. Su «Teoría de las funciones reales» ocupaba 865 páginas. La segunda parte no se publicó hasta catorce años después de su muerte, ocurrida de forma inesperada a los 55 años, la víspera del Anschluss, la anexión de Austria al Tercer Reich.
Otto Neurath, un pelirrojo alto y bien parecido, se casó con la feminista marxista Anna Schapire, seis años mayor, quien murió durante el parto de su hijo Paul. Fue condenado a prisión por su militancia política y escribió en la cárcel el libro más crítico contra «La decadencia de Occidente» de Oswald Spengler.
Su hijo fue arrestado por la Gestapo cuando trataba de huir a Checoslovaquia y se exilió en los Estados Unidos después de pasar por Dachau y Buchenwald, campos sobre los que escribió «La sociedad del terror».
Neurath se exilió en Holanda hasta que los nazis la invadieron. Después consiguió huir al Reino Unido en un barco robado lleno de fugitivos, que evitó milagrosamente los campos de minas y los submarinos nazis. Murió en el exilio en 1945.
Einstein había renunciado al mismo tiempo a su nacionalidad alemana y a su fe judía mucho antes de que le fuese concedido el Nobel de Física por su teoría de la relatividad, que lo convirtió en una celebridad internacional.
Este virtuoso del violín con aspecto de sabio distraído convocaba a un público multitudinario hechizado por su oratoria y sus descubrimientos. Sus conferencias eran lo más parecido a lo que hoy es un concierto de una estrella de rock.
Cuando los nazis comenzaron a quemar libros Einstein buscó asilo en el extranjero y con él comenzó un exilio de científicos e intelectuales sin precedentes.
Musil y los otros escritores
El escritor más cercano al Círculo de Viena fue Robert Musil, quien había estudiado ingeniería en Berlín pero no se hizo científico sino escritor. Su primera novela, «Las tribulaciones del estudiante Torless» ya tuvo una excelente acogida, pero la obra que lo habría de consagrar fue «El hombre sin atributos», aunque después de muerto.
En Berlín, mientras trabajaba para una editorial, trató de convencer a un joven desconocido para que modificase un relato extravagante que había presentado a aquella editorial. El relato era «La metamorfosis» y el joven se llamaba Franz Kafka.
Musil murió exiliado en Suiza durante la Segunda Guerra Mundial sin terminar su obra maestra. El siquiatra Otto Pötzl le había diagnosticado una neurastenia grave.
Otros escritores vinculados al Círculo fueron Hermann Broch, Leo Perutz y Rudolf Brunngraber.
Brunngraber, hijo ilegítimo de un albañil alcohólico y una empleada de hogar, se había ganado la vida como leñador, jornalero y pintor de carteles; y tocaba el violín en los cines. Como escritor tuvo éxito con «Karl y el siglo XX», una novela autobiográfica. Por extraño que parezca, sus libros tenían mucho éxito en la Alemania nazi («Opio» fue uno de los mayores éxitos editoriales del Tercer Reich).
Todo lo contrario de Perutz, admirado por Alfred Hitchcock e Ian Fleming, quien terminó emigrando a Palestina huyendo de la persecución a los judíos.
Karl Sigmund cierra su libro con una frase del artista de cabaré vienés Egon Friedell, quien se suicidó saltando por una ventana el mismo día de la ocupación alemana: «Los vieneses siempre han tenido un talento notable para librarse de sus maestros».