El lenguaje de algunos políticos

En cada profesión, en cada oficio y en cada actividad existen códigos que les son propios y que permiten una comunicación eficiente y eficaz entre quienes las ejercen. Para alguien que no tenga nociones elementales le será difícil entender a un médico, a un abogado o a un ingeniero cuando emplean términos de su jerga para dirigirse al común de los hablantes.

Tienen su forma de comunicarse, lo cual no es cuestionable, pues para eso estudiaron. Lo lamentable es que lo hagan ante los que no conocen ni están obligados a conocer la terminología, a menos que sean comunicadores sociales, que por la naturaleza de su oficio, deben saber un poco de cada cosa, sin pretender erigirse en sabios, aunque de cuando en cuando surge un «catedrático».

Y así por el estilo, los políticos también tienen lo suyo, lo cual tampoco es cuestionable, y de eso es lo que voy a hablarles, con el deseo de puntualizar algunos aspectos a los que casi nunca se les llama por su nombre. Siempre que hablo de asuntos que pudieran tener un carácter universal, me circunscribo a los de mi país, dado que desconozco los de otros. Así evito hacer generalizaciones que pudieran causar incomodidad.

Es común y corriente leer u oír que los políticos, en esta ocasión los de Venezuela, son retóricos, por darle un nombre a los que se expresan con una verborrea sin fin. Una cosa es hablar de una manera amena, y otra es la retórica. A quienes están familiarizados con la poesía les causaría risa el hecho de que se haga semejante comparación. Aunque, es justo y necesario destacarlo, hay políticos que de manera consciente utilizan la retórica como recurso literario para lograr sus objetivos; pero eso es otra cosa, que dicho sea de paso, se ve o se oye muy pocas veces.

Si los políticos venezolanos fueran en verdad retóricos, no habría tantos disparateros, y cada aparición pública de ellos podría ser una cátedra del buen decir; pero no es así. Claro está, hay contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

También es indispensable saber distinguir entre políticos y politiqueros. Los primeros ejercen la política como una «ciencia social que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los Estados», y los segundos, como su modus vivendi, a costa de palabrerío hueco, plagado de falsedades y de otras intenciones malsanas. Entre ambos hay una diferencia abismal, que conviene conocer en virtud de llamar las cosas por su nombre.

Lamentablemente, esos personajes son los que ocupan mayor espacio en los medios de comunicación social, siempre con las mismas palabras, aunque a veces, con la intención de mostrarse como muy cultivados, apelan a otras para «deslumbrar» a la audiencia. Una de las palabras preferidas es diatriba, que la esgrimen a diestra y siniestra, sin conocer el verdadero significado.

El martes de la semana que hoy culmina estuve atento a una entrevista que le hacían en un programa de opinión de un canal de televisión de Venezuela, a un ciudadano que aspira a ser electo como rector de la UCV (Universidad Central de Venezuela), y me llamó la atención que usara, de manera inadecuada, el mencionado vocablo.

El uso incorrecto del término diatriba se ha convertido en un mal que ha hecho metástasis en otras áreas, como lo muestra el caso del aspirante a conducir los destinos de la máxima casa de estudios de este país, a quien, aunque no conozco; y no sería justo tildarlo de politiquero y disparatero, pues su amplia y fructífera trayectoria, mostrada por el conductor del programa, demuestra todo lo contrario.

La palabra diatriba nada tiene que ver con controversia, disputa, confrontación o algo parecido, que es como muchos la emplean. Por definición, es: «Discurso escrito u oral en el que se injuria o censura a alguien o algo», que como habrán podido notar, no tiene ningún parentesco con la forma en que se la usa, a no ser por su carga expresiva, que algunos emplean para «adornar» su expresión oral.

Del mismo tenor es el verbo arrogar, que muchos, sin saber lo que significa, lo han cambiado por abrogar. De eso ya he hablado en varias ocasiones, y posible que pronto vuelva sobre él, con la finalidad de refrescarles los conocimientos y aclararles las dudas a las personas que se preocupan por escribir bien y hablar de mejor manera.

David Figueroa Díaz
David Figueroa Díaz (Araure, Venezuela, 1964) se inició en el periodismo de opinión a los 17 años de edad, y más tarde se convirtió en un estudioso del lenguaje oral y escrito. Mantuvo una publicación semanal por más de veinte años en el diario Última Hora de Acarigua-Araure, estado Portuguesa, y a partir de 2018 en El Impulso de Barquisimeto, dedicada al análisis y corrección de los errores más frecuentes en los medios de comunicación y en el habla cotidiana. Es licenciado en Comunicación Social (Cum Laude) por la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica) de Maracaibo; docente universitario, director de Comunicación e Información de la Alcaldía del municipio Guanarito. Es corredactor del Manual de Estilo de los Periodistas de la Dirección de Medios Públicos del Gobierno de Portuguesa; facilitador de talleres de ortografía y redacción periodística para medios impresos y digitales; miembro del Colegio Nacional de Periodistas seccional Portuguesa (CNP) y de la Asociación de Locutores y Operadores de Radio (Aloer).

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