Roberto Cataldi¹
En nuestros días vemos una disociación muy marcada entre la tecnología y la ciencia. Hasta no hace mucho hablábamos de «tecnociencia», como si ambas ramas del saber se comunicaran íntimamente, estableciendo una mutua dependencia.
Sin embargo con la pandemia eso quedó atrás, muchos idolatran a la técnica y aborrecen la ciencia. Es más, hay quienes piensan que la técnica terminará sustituyendo al hombre, pero también están los que creen que la ciencia finalmente descubrirá todos los misterios del universo.
En realidad olvidan que tanto la tecnología como la ciencia son creaciones humanas y que todo en la vida tiene sus límites. Por otra parte, la ciencia y la técnica deben estar al servicio del hombre y aplicarse dentro de un marco ético.
Antes de que existiera la medicina de Hipócrates hubo en el antiguo Egipto una separación muy marcada entre religión, magia y empirismo, cada uno de estos estamentos era desarrollado por sacerdotes, magos y médicos, y la gente acudía a quien le tenía confianza.
Entre el mundo que se está yendo, que conocemos por haberlo vivido, y el que vendrá, que no conocemos, hay un espacio de tiempo que no podemos precisar. Se vislumbran algunos cambios, pero el escenario global está dominado por la incertidumbre.
Claro que hay gente que se apunta al cambio sin saber a ciencia cierta hacia dónde vamos. En efecto, están los que tienen una gran capacidad para darse cuenta de hacia dónde sopla el viento, es el caso de los políticos que subsisten a pesar de las catástrofes, pues, jamás van a navegar contra el viento y la marea. En todo caso siempre está el relato. Y en la dialéctica del relato político actual hay que buscar no solo la ideología, sino el contenido moral y las excusas destinadas a lavar las culpas.
Como una de las soluciones se postula la creatividad en las diversas áreas, estoy de acuerdo, pero hoy la prioridad es sobrevivir, pues la crisis profundizada y cronificada por la pandemia ya es tragedia.
Arturo Pérez-Reverte fue reportero en incontables guerras y, sostiene que habitualmente en estos conflictos no hay buenos y malos, es necesario buscar los grises, los matices, porque toda guerra es compleja. Tiene razón, las guerras son decididas por unos pocos que saben muy bien cómo manipular a las masas (para Voltaire los manipuladores solo tienen víctimas), creando un escenario maniqueo, de odio irreconciliable, y solo persiguen sus intereses, no los intereses del pueblo.
La Guerra Civil Española tuvo al otro lado del Atlántico una repercusión muy importante, sobre todo por los que llegaron huyendo de la tragedia, aquí todavía se recuerda las disputas airadas cuando no violentas entre franquistas y republicanos en la Avenida de Mayo, entre otros sucesos.
Al respecto Arturo dice: «Está claro que la República era lo correcto frente al franquismo. Pero en el frente no había hijos de puta de un lado y ángeles del otro. La trinchera no marca una diferencia entre lo bueno y lo malo».
Estoy de acuerdo, porque la guerra saca lo abyecto del ser humano y lo proyecta en el otro. También coincido en que cuando alguien tiene educación intelectual, cultura, puede detectar la manipulación de los canallas, a diferencia de los ignorantes que están indefensos, y además conocer la historia nos enseña a reaccionar.
Al igual que otros autores, él cree que nuestro mundo está desapareciendo y ve el final de un largo proceso de tres mil años, a la vez que nos anima a que disfrutemos todo lo que podamos: «Todavía podemos pensar como griegos, luchar como troyanos y, si hace falta morir como romanos».
Compara esta pandemia con la caída de Roma o la caída de Bizancio. En realidad, lo que trata de significar es que será el final de nuestro mundo occidental tal como lo conocemos o como lo vivimos.
En efecto, surgirá otro mundo, donde las culturas de Oriente tendrán preeminencia. Ya no será el «individuo» el centro, como acontece en Europa y América sino la «colectividad», eso es lo que realmente cuenta para Asia. Y al parecer nada ni nadie podrá cambiar el curso de esta historia, aunque confieso que íntimamente me resisto.
Un amigo dice que no debemos discutir sobre religión, política o fútbol si queremos mantener la amistad. Entiendo su mensaje, pero más allá del exitoso desarrollo de China, no creo que su modelo nos inspire, donde el PC chino sería una supuesta meritocracia pero en verdad es una burocracia cuyo autoritarismo apunta a objetivos claramente económicos y geoestratégicos, mientras el ser humano es ignorado. Tampoco pienso que el modelo a seguir sea el de los estados teocráticos musulmanes ya que me opongo, entre otras cosas, a la sumisión de la mujer.
Desde antes que comenzara este siglo, al igual que otros intelectuales vengo señalando y denunciando aquellos factores que generan y mantienen la crisis. Pero tengo la impresión que muchos no la advierten, quizá demasiados. No es el caso del poder que, vaya si lo sabe, y mientras tanto continúa con su juego mezquino y estereotipado por que le resulta beneficioso. ¿Para qué cambiar? En todo caso cambiar algo insustancial para que en el fondo nada cambie, es lo que conocemos por gatopardismo.
Naomi Klein le apunta directamente a los dueños de las empresas tecnológicas que son millonarios, y que en plena pandemia se aprovecharon de la situación, respondiendo a la herencia del neoliberalismo. En efecto, frente a estados frágiles, hospitales y servicios sociales debilitados, con grandes dificultades para producir vacunas, ellos entraron en escena a través de privatizaciones y por la puerta de atrás…
El público ya pagó por las vacunas miles de millones de dólares y de euros para que se investigue y se desarrollen estos productos medicinales, pero resulta que las vacunas están protegidas por la propiedad intelectual, lo que carece de sentido ya que la inversión la hizo el público. Naomi dice: “Es la misma lógica neoliberal que rechaza reclamar derechos públicos sobre lo que es esencial para mantener a la gente viva”. Y en cuanto a la vuelta de lo que llamamos normalidad, piensa que nuestra normalidad ya era una crisis o una superposición de crisis (salud pública, cambio climático, desigualdad económica, injusticia racial), por eso se pregunta: ¿Por qué volver a la crisis de antes de la crisis?
En fin, no hay duda que la economía y las finanzas manejan el mundo, esto fue, ha sido y es así. Ahora bien, la economía mundial si está dispuesta a resolver el problema de fondo (honestamente lo dudo), debería preguntarse sobre aquello que es necesario para que todos los seres humanos vivamos dignamente. En efecto, cómo aseguramos que la gente tenga suficiente comida, trabajo, un lugar dónde vivir, atención médica, educación, justicia, seguridad, sin que por ello deba restringir su libertad.
Vivimos y padecemos tiempos de fragmentaciones, separatismos e intolerancias, cunden los prejuicios, las new faces y la xenofobia. Son muchos los que claman por cambios, y pienso que aceptar ciertos cambios que pueden no agradarnos de ninguna manera significa dejar de ser quien uno es. Debemos implementar cambios de fondo a corto, mediano y largo plazo. Hay que cambiar las estructuras con inteligencia. Ya sé que no todos podemos ser genios, o tener talento, pero sí podríamos ser correctos.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)