Ha muerto a los 93 años. Saâdi Yacef. Porque ese es el verdadero orden de su nombre y de su apellido; aunque en Argelia sea corriente decirlo en orden inverso. También se llamó El Kho, Si Djâffer y Réda Lee, que fueron sus nombres de guerra. Uno de los mitos políticos revolucionarios del siglo veinte, no pocas veces controvertido entre sus propios compañeros de lucha.
Su nombre está asociado a la más dura de las luchas anticoloniales, a la guerra por la independencia de Argelia (1954-1962). Yacef Saâdi fue una figura legendaria del episodio histórico clave de ese terrible conflicto: la llamada batalla de Argel. Y tras la independencia de su país, ayudó en la producción del filme también titulado así, La Batalla de Argel (1966), del director italiano Gillo Pontecorvo, donde se convirtió en actor e intérprete de sí mismo.
Una película en la que los mecanismos de la acción armada revolucionaria y del terrorismo se explican de manera tan meticulosa como las masivas tácticas de represión y las torturas que puso en marcha el ejército francés contra los insurgentes. En esa cinta de Pontecorvo, Saâdi interpretó su propio papel en una guerra que había terminado apenas cuatro años antes del rodaje. Todo estaba muy fresco en la memoria colectiva.
Yacef siempre justificó los atentados indiscriminados y el terrorismo de la época contra la población de origen europeo que vivía en Argelia. Para él, el método fue inevitable después que hubiera diversos atentados indiscriminados reivindicados por una misteriosa organización llamada La Main Rouge (La Mano Roja), que fue en realidad una cobertura de los servicios secretos franceses para eliminar a destacados partidarios de la independencia, izquierdistas y nacionalistas argelinos.
«Hasta un atentado preciso, el que tuvo lugar en la rue de Thèbes, no atentábamos en Argel, excepto en caso de detenciones masivas o de ejecuciones. Pero de repente no tuvimos elección: enloquecidos, los habitantes de la Casbah (Alcazaba) empezaron a marchar hacia el centro, hacia los barrios europeos, para vengar a sus muertos. Me costó detenerlos para evitar un baño de sangre. Lo logramos mediante arengas desde las terrazas de la Casbah. Prometí que el FLN (Frente de Liberación Nacional) los vengaría», diría después Yacef Saâdi.
Nacido en el seno de una familia procedente de la Cabilia (Kabilia, bereberes de Argelia), Saâdi creció en la alcazaba, la Casbah, de Argel, donde se convirtió en aprendiz de panadero. Muy joven, a los diecisiete años, se unió al Partido del Pueblo Argelino (PPA), que fue prohibido por las autoridades francesas y que se transmutó pronto en el Movimiento por el Triunfo de las Libertades Democráticas (MTLD).
Yacef terminó vinculado a su facción armada llamada OS (Organisation Spéciale). Por ese camino, llegó al Frente de Liberación Nacional, que a su vez había sido antes Comité Revolucionario de Unidad y de Acción (CRUA), un grupo muy restringido, de poco más de una veintena de hombres, que terminaría convirtiéndose en el FLN. Todos los integrantes del CRUA habían sido miembros de la OS, como el propio Yacef.
Estuvo en Francia, Suiza y Egipto, donde contactó con diversos dirigentes independentistas.
Volvió brevemente a su oficio de panadero, hasta ser detenido e ingresado durante unos meses en la prisión de Barbarroja (actual cárcel de Serkadji, en Argel).
Sus enemigos políticos atribuyeron su pronta liberación a su supuesta confesión de nombres de otros independentistas relacionados con el padre del nacionalismo argelino, Messali Hadj. En aquel tiempo, los partidarios de Messali Hadj, agrupados en el Movimiento Nacional Argelino (MNA), estaban enfrentados con el FLN.
Guerra de independencia y guerra interna
Precisamente, uno de los capítulos más oscuros de la guerra de la independencia de Argelia es la guerra civil (guerra dentro de la otra guerra) entre los militantes del MNA y los del FLN. Hubo atentados y choques armados con el resultado de miles de víctimas entre ambas facciones que decían luchar por los mismos objetivos. En esa guerra dentro de la guerra, hubo unos diez mil muertos y unos 25.000 heridos, según cálculos del diario Le Monde de la época y del historiador Benjamin Stora.
El MNA fue aplastado en el sur de Argelia por sus enemigos más íntimos. Y en una aldea llamada Melouza (al norte del país), que era partidaria de Messali Hadj, hubo una masacre por parte de las unidades armadas del FLN. En Melouza, murieron todos sus habitantes. Más de 300 personas. Un modelo de represalia masiva que en los años finales del siglo veinte continuaría, como si fuera una tradición, el GIA (Grupo Islámico Armado). En ambos casos, no faltaron voces que atribuyeron las matanzas respectivas al ejército francés, primero; al argelino en la segunda guerra civil argelina (1992-2002).
Personalmente, reviví aquel episodio al viajar hasta Bentalha, al sur de Argel, donde hubo una matanza parecida, seguramente fruto también de los choques entre el GIA y el Ejército Islámico de Salvación (AIS, según sus siglas en francés). Otras voces atribuyeron esa masacre al ejército argelino, sin que hubiera pruebas determinantes, como en el pasado el siniestro episodio de Melouza fue también atribuido a la acción del ejército francés.
En cualquier caso, durante la guerra inicial, Yacef Saâdi siempre negó que al ser interrogado hubiera dado nombres de los messalistas a los servicios del ejército francés. Después, el vértigo de los acontecimientos le condujo a convertirse en líder de los insurgentes en la llamada Zona Autónoma de Árgel (ZAA), según fue denominada y descrita en el reparto militar diseñado por los líderes de la rebelión.
El FLN convocó una huelga general el 28 de enero de 1957, para responder a la ocupación de la ciudad por parte de tropas francesas mandadas por el general gaullista Jacques Massu.
Eran, sobre todo, veteranos de unidades paracaidistas que habían participado en los conflictos de Indochina y de Suez. Entre los oficiales, no faltaban antiguos resistentes a la ocupación nazi de Francia que, en muchos casos, derivaron después hacia posiciones de la extrema derecha radicalmente opuesta a la independencia de Argelia.
Massu ordenó romper la huelga con mano de hierro: arrastraban a los trabajadores desde su domicilio hasta su puesto de trabajo y obligaban a los comerciantes a abrir sus negocios golpeándolos y apuntándoles con las armas. Como operación militar, quizá fue un éxito. Para Francia, políticamente, fue un desastre. Los independentistas ampliaron y radicalizaron sus bases.
Menos de un mes después, el histórico dirigente clandestino Larbi Ben M’hidi fue detenido y ahorcado por órdenes del adjunto de Massu, el general Paul Aussaresses. De inmediato, Yacef Saâdi sucedió a M’hidi como jefe de la ZAA. Entre las numerosas víctimas de los dos bandos, dos comunistas destacados de Argelia, el abogado Ali Boumendjel y el joven matemático, Maurice Audin, se sumaron a la ola de desaparecidos tras ser asesinados. La tortura era ya sistemática en los interrogatorios. Había expertos y manuales precisos para llevarla a cabo en los cuarteles.
Los oficiales franceses creyeron que todo había acabado y que habían pacificado la Casbah. Fue a partir de entonces, desde su aislamiento, cuando Yacef Saâdi organizó un pequeño grupo en el que había un exdelincuente, un experto en fabricación de bombas caseras y unas cuantas mujeres jóvenes que se encargaron de poner bombas en distintos lugares de ocio de Argel.
Hay que recordar que si el FLN y Yacef fueron el modelo de organización y acción que inspiró a grupos como ETA; las tácticas de la tortura y la contrainsurgencia de los paracaidistas franceses sirvieron de modelo para otros ejércitos. En Argelia, además de los combates militares propiamente dichos, la guerra sucia y el terrorismo permanente causaron miles de víctimas civiles de toda clase, edad y condición.
Y el general Aussaresses sería años más tarde profesor en la gran base estadounidense de Fort Bragg (en Carolina del Norte). Un maestro para los servicios del ejército americano en la guerra de Vietnam, donde había servido también el mismo general francés en los años cincuenta del siglo veinte.
Durante la batalla de Argel, los paracaidistas franceses bloquearon las entradas y salidas de la alcazaba de Argel, que entonces tenía unos 80.000 habitantes. Yacef Saâdi reforzó allí su control mientras los desaparecidos y las ejecuciones se multiplicaban, incluyendo las legales mediante la guillotina. El entonces verdugo Fernand Meysonnier me relataría detalles escabrosos de aquella época en una entrevista que le hice en París, en 2002.
En septiembre de 1957, Yacef Saâdi fue detenido. Su detención pareció el triunfo definitivo del ejército francés en la batalla de Argel.
Yacef no fue guillotinado porque en Francia aumentaban las manifestaciones y protestas contra la situación en Argelia. El poder político optaba por reducir el número de las ejecuciones y penas capitales.
En la salvación de Yacef Saâdi tuvo también una influencia decisiva la etnóloga Germaine Tillon, antigua resistente y deportada en el campo nazi de Ravensbruck. Tillon conoció a Yacef Saâdi en un encuentro clandestino en el que le había pedido que cesaran los atentados en Argel, sin que él se hubiera negado. Pidió a cambio el fin de los asesinatos por parte de las tropas francesas y que tampoco hubiera ejecuciones capitales.
Yacef Saâdi fue condenado a muerte, después se benefició de una medida de gracia por parte del general De Gaulle. En 1962, a la hora de la independencia, fue amnistiado. Sus memorias sirvieron de base para el guión de La Batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo, un filme meticuloso y militante. Una película propagandística y terrible, pero muy bien realizada y muy precisa. Estuvo largo tiempo prohibida en Francia. Un documento duro e inolvidable, en el que Yacef interpretó su propia vida, su papel en la lucha contra los paracaidistas del ejército francés.
Cómo resistió en un agujero de una vieja casa de la Casbah lanzando bombas de mano hasta que tuvo que rendirse con su compañera Zohra Drif, quien formaba parte del comando de mujeres que ponía las bombas en Argel.
Años más tarde, en sus memorias, Aussaresses volvió a relanzar las acusaciones de que Saâdi había denunciado a sus compañeros, empezando por su adjunto, Ali la Pointe, un exdelincuente convertido en clave del terrorismo insurgente que bajaba desde la Casbah hacia los barrios del centro de Argel. El viejo jefe del FLN en la Zona Autónoma de Argel lo desmintió siempre.
Tras la independencia participó en las crisis y choques entre los distintos clanes del FLN ya en el poder. Tuvo algún cargo oficial durante la presidencia de Ahmed Ben Bella.
Productor de cine, escritor de varios volúmenes de sus memorias, presidente de un club de fútbol, fue nombrado senador (2001-2016) por el presidente Abdelaziz Bouteflika. Al final de ese declive, volvieron a resurgir informaciones -que él rebatió siempre con energía- acusándole de haber sido contactado en 2003 por miembros de los servicios de inteligencia de Estados Unidos que querían utilizar su experiencia de la batalla de Argel en la guerra de Irak.
«Argelia ha perdido uno de sus símbolos, a uno de sus hijos valientes», ha declarado Laid Rebiga, ministro argelino de los Moudjahidines (antiguos combatientes). Rebiga lo ha descrito así: «Un jefe temerario que desafió a los ejércitos de los colonizadores y los combatió con voluntad de hierro, con valor y abnegación».
Yacef Saâdi ha sido enterrado el sábado 11 de septiembre después del Asr, la oración de media tarde. Su cuerpo reposa ya en el gran cementerio de El Kettar, situado en la ladera de una de las colinas de Argel.